Con esos gustos atávicos por caminar fuera y lejos de los límites de la experiencia corriente, las utopías deslumbran con sus engaños. Por eso, si creemos en la gramatología de los cuentos de hadas y, por extensión, en la logocracia de las narraciones fantásticas, no tenemos nada más que hablar: defendemos los derechos nacionalistas de las Culturas, que no los derechos humanos de hombres y mujeres, y sanseacabó. Pero, como no deseamos quedar atrapados en la armadura de omnipotencia de los imperialismos ideológicos, no podemos cerrar los ojos al racismo, sexismo, violencia y antidemocracia que acompañan a las formulaciones utópicas, aunque éstas las defiendan políticos e intelectuales de postín.
«Manifiestamente atraída por la charla dedicada a los gobiernos progresistas suramericanos, la situación de la izquierda en Francia y la situación política en general, luego de las elecciones europeas del 25 de mayo último, encabezadas por el Frente nacional (FN) en un clima fuertemente abstencionista, Marie se siente tentada a intervenir y lo hace cortésmente, en una conversación cuyo desarrollo conducirá a los protagonistas mucho más allá de lo imaginable…»
Gaza podría ser inducida a crecer pacíficamente. Bastaría con que las fuentes que proveen grandes recursos a sus autoridades cortaran las transferencias en cuanto lancen un solo misil más. Hay que obligarlos a ser responsables sobre la vida y el futuro de su pueblo. No se debe tolerar que esos recursos se desvíen hacia campañas de odio, entrenamiento de mártires y fabricación de misiles. Disuadirlos de una buena vez, como no se supo hacer oportunamente con los nazis. Entonces Gaza disfrutará de la paz y logrará su progreso.
En efecto, el progresismo se asocia a los partidos políticos llamados “de izquierda”, en oposición a los conservadores, llamados “de derecha”. Preconizan el progreso (valga la redundancia) en todos los órdenes. Pero resulta que muchos de los partidos y líderes que se proclaman de izquierda llevan a cabo políticas crudamente opuestas al progreso: tiranizan sus naciones, cercenan la libertad de opinión, generan pobreza, someten la justicia a los miserables intereses del grupo dominante, son hipócritas, desprecian la dignidad individual, corrompen la democracia, quiebran la recta senda del derecho y otras calamidades por el estilo.
En teoría, la derecha y la izquierda política existen. Pero solo una persona ermitaña o un grupo de personas perdidas en la Conchinchina podrían vivir al pie de la letra los preceptos de una u otra ideología. Hoy, ya no es posible definir higiénicamente qué es derecha y qué es izquierda en el contexto de la práctica política. El mundo actual pide una revolución en el mundo de las ideas, que acabe con la partición de izquierda y derecha políticas, marcada a partir de la Revolución Francesa. Hoy, la pregunta a lo mejor ya no es si somos de derecha o de izquierda, sino si esos modelos son política y éticamente viables en el marco de las actuales relaciones de poder.
HVR, y eso es lo más atractivo de este texto de Hombres solos, en tanto que hombre evolucionando en su sexualidad y en su pensamiento, a partir del momento en que es capaz de conversar sobre ello y compartirlo, honestamente; ensayando, al modo Michel de Montaigne (a quien HVR admiraba), sobre asuntos tan discutibles como formas de verlos. Interesante, en tanto que testimonio; referencial para unos, fulminante de profundas controversias para otros. ¿No queremos esos de los libros también: que nos pongan a conversar?
El hombre duro es una especie en extinción. Pero, ¿necesitan las mujeres hombres así? ¿Qué imagen tienen ellas de los hombres? ¿Se ha producido un cambio en la sexualidad o en realidad sólo han cambiado los roles? Este escritor argentino, afincado en nuestro país, reflexiona no sólo sobre la caída del hombre duro sino también sobre otros tópicos que han alimentado desde siempre la guerra de sexos. En “Hombres Solos” lanza una serie de cuestiones que sin duda no dejarán impasible al lector. “Estamos atrapados dentro de un mecanismo muy simple: consiste en tratar de hacernos creer exactamente lo contrario de lo que necesitamos saber” y Vázquez-Rial está dispuesto a demostrarlo.
Si fuéramos listos, nos apresuraríamos a comprar, en defensa propia, el libro que Zapatero ha comenzado a vender a través de la tele. De ese modo, nos ahorraríamos una promoción cuyo acto inaugural en El objetivo, de la Sexta, logró sobrecogernos. ¿Habló usted con Merkel?, le preguntaba una y otra vez, con paciencia infinita, Ana Pastor. Lo cuento en el libro, respondía Zapatero con toda la cara.
Sin embargo, los intelectuales siguen ahí, y siguen haciendo política. Siguen siendo condenados como Rushdie, o excluidos y vilipendiados por su disidencia como Peter Handke. Y no se puede leer un solo periódico español donde, día tras día, no aparezca un intelectual local pronunciándose sobre los asuntos del día.
Los habitantes de la Ciudad de México han tenido que soportar las agresivas marchas que ocasiona la llamada “insurgencia” de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) contra la reforma educativa. Las quejas, las críticas contra los maestros que protestan han sido innumerables e incluso ha habido quienes han llamado a la represión. Vale la pena detenerse a tratar de entender qué es la CNTE y por qué está llevando a cabo una peculiar insurrección incongruente y peligrosa.
La creación de un orden social basado en la igualdad formal—derechos y garantías—junto con la desigualdad material—propiedad privada—fue objeto frecuente de controversias intelectuales y disputas políticas. Para algunas vertientes de pensamiento, esta era una fórmula intrínsecamente contradictoria y, como tal, insostenible. La nueva izquierda parece suscribir de esta lógica, desconociendo que la “invención democrática” resolvió esa supuesta incongruencia tiempo atrás. De hecho, una vez que el liberalismo clásico se combinó con el proceso histórico democratizador, se creó el marco institucional indispensable para la expansión de derechos—civiles, pero también políticos y sociales—que condujeron a la participación política irrestricta y la redistribución. Si ello no fuera así, el voto continuaría siendo exclusivo para hombres, blancos y propietarios. Y si el derecho a la propiedad privada, tan esencial al capitalismo liberal, fuera inalterable, la tributación progresiva y el estado de bienestar serían quimeras.
Se distingue a los intelectuales orgánicos porque formulan preguntas correctas, normalmente diseñadas por el sentido común y la erudición mediática, con el fin de que mordamos el anzuelo, cosa de darnos las respuestas equivocadas… y mandarnos a las redes de la convivencia ideológica que les da de comer (un intelectual orgánico no muerde la mano que le da de comer aunque a veces le enseñe los dientes para disimular). Me refiero a preguntas como… «¿Por qué la izquierda ha desaparecido ante la crisis? ¿Por qué no existe ni como proyecto ni como alternativa?». Son preguntas importantes hoy, ¿no? Al menos, hasta que son respondidas por obediencia.
Hay, por supuesto, un liberalismo venezolano, poco numeroso y con sus «fariseos y fariseas», y hay «políticos liberales, de verdad liberales y de verdad políticos», aunque falta mucho para que se conviertan en partido con presencia electoral y convendría preguntarse si para entonces seguirá habiendo elecciones en Venezuela.
«Una revolución, adaptada en formas y contenidos a nuestro contexto histórico» es un oximorón. De la lectura de «Los monstruos políticos de la Modernidad. De la Revolución francesa a la Revolución nazi (1789 – 1939)», de María Teresa González Cortés se desprende lo contrario De la Revolución francesa a la Revolución nazi, son los contextos históricos los que se plegan a la performance revolucionaria.