Enric Juliana: Contextos

Frank Carlucci
Frank Carlucci

Por Enric Juliana, para La Vanguardia

En 1975, España era un riesgo. Para los Estados Unidos, Francia y la República Federal de Alemania era la pieza más inquietante de la ola democrática del sur de Europa. Alarmados por la revolución de Abril de 1974 –la revolución de los claveles–, los norteamericanos temían cuatros cosas: la instauración de una república popular en Portugal, un hundimiento estrepitoso del orden autoritario español, la victoria electoral de los eurocomunistas en Italia y que la inflamación democrática griega se contagiara a Turquía, país fundamental para la contención de la URSS.

El Secretario de Estado Henry Kissinger llegó a imaginar una solución a la chilena para Portugal. Los mandos estacionados en el norte del país era más moderados que los oficiales de la guarnición de Lisboa. Un enfrentamiento entre militares revolucionarios portugueses podría justificar la intervención de la OTAN. El gobierno español –con el general Franco en vida– fue discretamente consultado sobre la disposición de un ataque por la espalda: la división acorazada Brunete avanzando desde Badajoz. Carlos Arias Navarro, primer ministro, estaba entusiasmado. Ayudar a los Estados Unidos a frenar el comunismo en Portugal podría ser un precioso seguro de vida para el Régimen. El asunto llegó a tratarse en Consejo de Ministros, pero al parecer Franco dijo que no. Sospechaba que una cosa así, uniría todavía más al pueblo portugués.

Frank Carlucci era el embajador de los Estados Unidos en Lisboa. Un hombre de la CIA que había participado en el derrumbe de Patrice Lumumba en la República Democrática del Congo (1960-61); en un intento de golpe de estado contra Julius Nyerere, presidente socialista de Tanzania (1964), y en la consolidación de la dictadura del general Castelo Branco en Brasil (1965-67). Carlucci era un profesional del la Guerra Fría. Un tipo duro que no veía claro un Chile en Europa Occidental. Toda la franja euromediterránea podía entrar en erupción y abrir más espacios de influencia soviética. Carlucci recomendó una política de lenta reconducción de la revolución portuguesa, con el concurso de las democracias europeas y el Vaticano: soporte al partido socialista de Mario Soares –que ganaría las elecciones a la Asamblea Constituyente en 1975–, fortalecimientode los moderados en el Movimiento de las Fuerzas Armadas, promesa de un rápido ingreso en el Mercado Común y excitación de la extrema izquierda, con el fin de alimentar los deseos de orden.

Está bastante documentado que el incidente de la embajada de España en Lisboa el 27 de septiembre de 1975, a raíz de los últimos fusilamientos del franquismo, fue instigado por Carlucci: la extrema izquierda siempre es fácil de manipular.

En 1977, el embajador ya tenía controlada la situación. Llegó entonces, el momento de España. Sobre este punto es muy recomendable el libro El amigo alemán (RBA, 2012), en que el historiador Antonio Muñoz Sánchez explica con mucho detalle las relaciones entre el SPD y el PSOE aquellos años. La prioridad de Washington era la contención del comunismo y un rápido ingreso de España en la OTAN, para blindar todo el flanco del sur de Europa. La prioridad de los socialistas alemanes era conseguir que la estabilidad ibérica estuviera garantizada por amigos socialistas.

En 1978, las Brigadas Rojas, secuestraban y asesinaban a Aldo Moro, el líder democristiano partidario de un entendimiento con el pragmático PCI. Entre 1979 y 1980, el círculo comienza a cerrarse con la elección de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Juan Pablo II. Comienza una nueva etapa. La recta final de la Guerra Fría.

Sin tener en cuenta estas coordenadas internacionales, la transición española, se convierte en un relato sin perspectiva, doméstico, autoreferencial y fácil de manipular.

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