Josep Ramoneda es un hombre encantador. En corto, es agradable. Culto. Formado. Inteligente. Calmado. Habla, que parece que toque música con los argumentos y piensa, como si hubiera leído todos los libros del mundo. Por eso me da una piedra enorme. Ramoneda es un intelectual orgánico al decir de Gramsci. Un claro ejemplar del “buenismo intelectual” en la izquierda reaccionaria, por el lugar y la función que ocupa en el seno de una estructura social. Es público que le carga el puñal al Grupo Prisa.
El 7 de marzo de 2012, Josep Ramoneda publicó en El País una Tribuna titulada «La izquierda y los nuevos tiempos». Una oración rimbombante, qué duda cabe, con un subtítulo tenebroso: El problema es que las clases populares no tienen capacidad de intimidación.
Se distingue a los intelectuales orgánicos porque formulan preguntas correctas, normalmente diseñadas por el sentido común y la erudición mediática, con el fin de que mordamos el anzuelo, cosa de darnos las respuestas equivocadas… y mandarnos a las redes de la convivencia ideológica que les dan de comer (un intelectual orgánico no muerde la mano que le da de comer aunque a veces le enseñe los dientes para disimular). Me refiero a preguntas como… «¿Por qué la izquierda ha desaparecido ante la crisis? ¿Por qué no existe ni como proyecto ni como alternativa?». Son preguntas importantes hoy, ¿no? Al menos, hasta que son respondidas por obediencia.
El título de su Tribuna (se distingue a los intelectuales orgánicos porque nos hablan desde tribunas), les habrá dejado en el aire la misma sensación que a mi: ¿qué se esconde detrás del eufemismo “tiempos nuevos”? Ramoneda nos responde: «Un capitalismo mucho más desregulado; una ideología hegemónica que entiende que hay que mimar a los que más tienen porque son los que crean empleo; una aceptación acrítica de la desigualdad social que perpetúa las diferencias de partida, con la reducción a mínimos del impuesto de sucesiones, el más redistributivo de todos, y con un debilitamiento sistemático de la educación, la sanidad y los medios de comunicación públicos a favor de lo privado; una cultura de negación del conflicto social y de despolitización masiva de la sociedad; una meritocracia que confunde el mérito con las condiciones naturales o sociales de cada cual; y una sustitución de cualquier debate ético por la hegemonía imparable del oro y la insolencia».
Menudo son estos tíos (los intelectuales orgánicos son mayormente hombres… sobre todo, de aquella generación que se desmadró en el 68 y que con los años se volverían “contables”, de dinero). Responde, como si en Europa, en España, hubiéramos tenido desde 1982 gobiernos de derecha y extrema derecha sucesivamente. ¿No fue fundamental el gobierno de Felipe González en la desregularización industrial española …y blabla? Pero el tema, de fondo, es que Ramoneda identifica como “nuevos tiempos”, el presente… del que, como digo, es ideológicamente corresponsable. Y no, el presente, éste que sufrimos… es viejo. Tan viejo como el aparato al que sirve su discurso buenista.
Ramoneda opina que la izquierda lo tiene fatal para adaptarse a estos nuevos tiempos… cuando debería decir que la izquierda, es parte de este presente nefasto que vivimos: tanto como lo es la derecha. Porque aquí no se trata de desnivelar ninguna balanza, como de superar una concepción torrebruna de mundo, entre trigres y leones.
Opina Ramoneda que «La izquierda, si quiere ser algo más que un dócil recambio, solo tiene una posibilidad: luchar para impedir que el saqueo a los derechos sociales básicos sea ya irreversible; y usar las potencialidades de la llamada sociedad del conocimiento para invertir los procesos de dominación en curso».
Juás. Eso es otra de las cosas que distingue a un intelectual orgánico: que puede soltar cualquier idea por aberrante que sea, que para eso es periodista, escritor y filósofo, y quedarse tan ancho. Las izquierdas, en Europa y en España, han sido la mitad de la piedra angular del latrocinio de los recursos públicos; sólo que en su caso, con la escusa de que un papá estado fuerte, viril, poderoso y cultural …era el camino. Y añade Ramoneda, que hay que «usar las potencialidades de la llamada sociedad del conocimiento para invertir los procesos de dominación en curso». O sea: una forma delicada y muy culta del “cuanto peor mejor”, y del que “cualquier tiempo pasado fue mejor”.
Pero, justo después de darnos cuenta de lo que tiene que hacer la izquierda para adaptarse a los nuevos tiempos, niega lo dicho por él y nos pone ante lo tenebroso de su Tribuna: que el problema es que las clases populares no tienen capacidad de intimidación y… ¡ojo! …que la izquierda, no ha ayudado a las clases populares a tenerla. Si, sí, leyeron bien. Ramoneda sostiene en su tribuna del Grupo Prisa, que a la izquierda le habría ido mejor: apoyando la capacidad de intimidación de las clases populares. Es así como un intelectual orgánico a sueldo (se conocen pocos casos hoy día de intelectuales orgánicos a pelo) expresa con voz de terciopelo en pleno siglo 21, el ideario de la Revolución Francesa; conocedor de que cuando hay sangre en las calles, es momento de comprar barato.
Porque hablar de revolución, adaptada en formas y contenidos a nuestro contexto histórico actual, es un oximorón. De la lectura (recomiendo) de «Los monstruos políticos de la Modernidad. De la Revolución francesa a la Revolución nazi (1789 – 1939)», de María Teresa González Cortés (prologuista además de la edición 2011 de La izquierda reaccionaria, de Horacio Vázquez-Rial) se desprende lo contrario: el momento pide una evolución, no una revolución… Y menos, una revolución reaccionaria. No hay que jugar con cosas que no tienen repuesto ni olvidar, que en el mundo hay niños.
Es irritante ver cómo alguien leído y formado –¿deformado?– sigue insistiendo en una lucha de clases que sólo le interesa por lo que ahora le involucra, tan onerosamente por cierto: “Clases populares vs. Élites económicas”. Claro, con todo el huevo de paro que soportamos, hablar de “clase trabajadora” puede parecer un chiste cuya gracia, encumbra que la cosa sigue siendo la obtención de concesiones a través de la violencia.
Al final de su Tribuna, Ramoneda se canchondea. ¿De qué? Pues de lo que realmente queda fuera de su discurso de capuletos y montescos. Lo que realmente es interesante de este principio del siglo 21: las nuevas tecnologías y la cultura de la contribución. Ramoneda, el laico, re refiere a la empatía, el autocontrol, el sentido moral, la razón, como “ángeles” que nos ayudarán a ser cooperativos; trayendo al pairo a Steven Pinker… para terminar soslayando que «parece como si (esos ángeles) estuvieran en huelga».
Lean entonces ahora, les invito a hacerlo desde este punto de vista, su Columna de ayer en El País …«Elogio a la ciudadanía». Firmada por un Ramoneda, que sigue sirviendo bien a sus amos de Prisa y a la izquierda reaccionaria (otra de las cosas que distingue a un intelectual orgánico, es que nunca le falta trabajo remunerado), cuyo subtítulo reza: Los ciudadanos ven con estupor la descomposición del régimen y la abdicación de las élites. En un claro intento de mantener viva la lucha de clases y, por supuesto, deslizar la parte del mal hacia el otro lado, hacia las élites. Porque las clases populares, por definición, son inocentes, irresponsables.
A muchos de ustedes quizá les pase como a mi, que no encuentran ningún documento escrito en donde Ramoneda defina qué es ser clase popular y qué, ser élite. ¿Soy élite porque tengo trabajo y me gano la vida a los ojos de una família con todos sus miembros en paro? Difícil cuestión. ¿A partir de cuanta plata se es élite? ¿Cuán empobrecido hay que ser para ser clase popular? ¿Soy clase popular a ojos de Emilio Botín?
Yo, no los creí ni cuando me llamaron “pueblo”, ni cuanto me llamaron “clase obrera”, ni cuando le pasaron el cepillo de la corrección política y me convirtieron en “clase trabajadora” –¿es que Emilio Botín o Mariano Rajoy no trabajan?–. Ni tampoco, cuando me limitan como “clase popular”. Yo, me siento élite… ¿qué pasa? ¡Élite! Desde luego no financiera, ni tampoco intelectual; quizá no sea élite de nada realmente pero, por el mero hecho de sentirme libre (dentro de lo posible: la libertad tiene límites), dueño de mi destino (el destino es un camino que se recorre), y porque gozo de salud, bienes básicos, cultura y tengo ilusiones… ¿Qué? ¿Alguien quiere quitarme ese privilegio?
¿Qué ganas tu, intelectual orgánico, al reducirme a clase popular y decirme que esos “ellos” abstractos que ni siquiera puedes definir, son el eje del mal?
Contra los intelectuales orgánicos… ¡Pensamiento independiente!
“Durante el Terror, los hombres que más sangre hicieron correr fueron aquellos que tenían el más vivo deseo de que sus semejantes llegasen a gozar de la Edad de Oro con que ellos habían soñado, y que asimismo mayor preocupación tenían por las miserias humanas: optimistas, idealistas y sensibles, se mostraban tanto más inexorables cuanta mayor era su sed de felicidad universal.”
GEORGES SOREL “REFLEXIONES SOBRE LA VIOLENCIA”
Muchas gracias. Muy bueno. El fondo de todo lo que defendemos. Me gusto el toque argentino… «¿A partir de cuanta plata se es élite?» Plata ¡¡muy bueno¡¡ Gracias amigo por el artículo. ¡¡Lo comparto!!
Excelente (lamentablemente). Saludos sudamericanos.
EXCELENTE AFORTUDAMENTE, GRACIAS A LA AUTORA
El caso Ramoneda es típico del traumatismo de una ideología zozobrante, con arrebatos de locura postmarxista y parasitismo (opio profesional asalariado). Su costumbre es dictar lo que hacer, en lugar de pensar largo. Ahora son sutiles, pero el mundo ha cambiado. Nadie les toma muy en serio, excepto los “camaradas” y los movilizadores anarquistas. Esa tribuna ya cansa, pues es preferible la alternativa, lo original, y ser libres. La exhortación a la violencia, con frases sutiles, es para ganarse el sueldo, pero sin duda estos antihéroes correrían aa pedir asilo en EE.UU. con una nueva Bastilla. Los Ramoneda han perdido el argumento, son momias hablantes. Lo nuevo es el pensamiento que sabe desenmascaralos, el independiente, el de la libertad. No más Stalin. La Media de Prisa y de quien sea, se está poniendo la soga al cuello al ser portadora de ideas infelices y superadas, sin permitir podios alternativos y más creativos…. Felicito a la autora.