Lo que dije y lo que no dije

Por Horacio Vázquez-Rial

Lo que dije y lo que no dije
Lo que dije y lo que no dije

Iba yo a escribir sobre el congreso del PSOE cuando mis intenciones se vieron desviadas por un artículo firmado por Eduardo Goligorsky, a quien respeto profundamente y a quien me alegra tener por compañero de fatigas en LD.

Lo que escribe Goligorsky me ha convencido de varias cosas. La primera es que no debo dar entrevistas, sólo aceptar cuestionarios a los que responder por escrito, de modo de poder matizarlo todo. Las conversaciones dejan demasiados huecos sin rellenar y al final se encuentra uno diciendo lo que dijo, que no es lo que quiso decir.

Ahora bien: lo que sí dije a propósito del peronismo es que es un punto de partida. El peronismo de hoy, que tiene tanto que ver con el finado general Perón como yo con el imperio otomano. Hay algo que el peronismo ha dejado en la Argentina y que los peronistas de ahora han hecho todo lo posible por destruir: el Estado de Bienestar. Claro que Perón no lo llamaba así, entre otras cosas porque no tuvo tiempo.

El PP gobierna hoy en España como un partido socialdemócrata más. Cosa que se le reprocha, en general por buenas razones. Aunque lo cierto es que, haga lo que haga Rajoy, tiene que hacerlo sin tocar los elementos básicos del Estado de Bienestar. Está obligado a explicar, con cada nueva medida, que eso no va a afectar a la educación ni a la sanidad gratuitas –que no lo son en absoluto, en contra de la creencia general–, porque si no empieza a perder votantes, y no uno ni dos, sino cientos de miles. El Estado de Bienestar se da por sentado en toda Europa y nosotros no somos la excepción. En todo Occidente se dan por sentadas las conquistas sindicales, que realidad no son tales. Los sindicatos, instituciones corporativas como son –por eso Mussolini y Perón se apoyaron tanto en ellos–, no se crearon ni se alimentaron como preludio de revolución alguna –lo he explicado en La izquierda reaccionaria–, sino para organizar el capitalismo de modo que la producción se pudiera desarrollar sin demasiados conflictos.

Pues bien, ese modelo básico, el de las supuestas conquistas de clase y el del Estado de Bienestar, no tienen en la Argentina, país singular donde los haya, origen en la socialdemocracia, como en Europa, sino en el peronismo, que no deja de ser la forma local de la socialdemocracia. No conozco nada más parecido al movimiento peronista que el PSOE, con todo lo que lo rodea, congresos, garzones y antiamericanismo incluidos. Garzón es un socialdemócrata de libro, por eso es el abogado de las Madres de Plaza de Mayo, modelo de organización peronista hasta en lo del desparrame sentimental que tan bien ha definido Santiago González.

El legado socialdemócrata y el legado peronista son como dos gotas de agua. No sólo porque el estilo sea idéntico –democracias autoritarias–, sino porque la corrupción, el clientelismo y el falso pensamiento son su modo de perpetuación. La Junta de Andalucía no ha hecho durante las últimas décadas otra cosa que repartir dinero, comprar el poder, como ha hecho siempre el peronismo. Y los socialistas perderán su sitio porque los votantes han comprendido que ya no hay más parné. Si no, seguirían. No se ha llegado en España a pagar a la gente para que vaya a los mítines, como hacen los peronistas allá, pero no ha sido por un prurito moral, sino porque hasta ahora no ha hecho falta.

Pero lo que se supone que ha dejado la izquierda allí donde ha estado en el Gobierno, es decir, la Seguridad Social –que se fue armando entre una y otra dictadura, la de Primo y la de Franco, la primera con la colaboración abierta de Largo Caballero– y la escuela –destruida en los años del PSOE–, también forma parte en el imaginario colectivo del legado socialdemócrata, igual que en el peronismo. Dicen los peronistas frases tan de esclavo como “Perón dio la jubilación y el voto femenino”. Lo que hizo Perón fue, esencialmente, dejarse llevar por el aire de los tiempos y modernizar relativamente la Argentina. Mucho más, desde luego, que cualquier otro país de su entorno: Chile, por ejemplo, acabó hace unos pocos años, después de Augusto Pinochet –Salvador Allende dejó las cosas como estaban–, con la condición de hijo ilegítimo. Durante la mayor parte de la historia contemporánea de Chile, los carnés de identidad de los hijos de madres solteras llevaban un sello bien visible con la palabra “ilegítimo”. Perón, cuya historia personal le obligaba en ese sentido porque cuando nació sus padres no estaban casados, terminó con el problema mediado el siglo XX.

En ese sentido dije y digo que el peronismo es un punto de partida, no ideológico, sino práctico. Las seudoconquistas –lo que Perón dio– son intocables, como lo son en otros lugares de Occidente las seudoconquistas de los partidos socialdemócratas y los sindicatos. El peronismo ha sido la forma particular argentina del fascismo mussoliniano, pero también ha sido la forma particular argentina de la socialdemocracia: al fin y al cabo, no son cosas tan alejadas. Si se lee atentamente a Dionisio Ridruejo, tan alabado siempre por su conversión a la izquierda, se comprenderá que el hombre no cambió nada: él era un izquierdista de Falange, y lo siguió siendo toda su vida; la realidad se inclinó hacia la derecha, por eso se tiene la impresión de que él se inclinó hacia la izquierda. En general, la realidad es de derechas.

En todo lo que acabo de escribir no hay el menor ánimo de polemizar con Goligorsky. Sólo el ánimo de explicar lo que no se desarrolló en la entrevista.

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