La civilización material

Por Horacio Vázquez-Rial

CensuraEncuentro en un libro la expresión “el capitalismo y la civilización material”, en oposición a una “civilización espiritual”, al parecer distinta y más deseable, alejada de un supuestamente perverso factor que es, según el autor, lo que está a punto de acabar con la humanidad y que se encuentra en el origen de la crisis de valores que afecta a Occidente: el “consumismo”.

Todo está mal en la fórmula, empezando por la confusión entre material y materialista, que no es un error léxico, sino ideológico. Todas las civilizaciones son materiales, no podría ser de otro modo, y los historiadores y los arqueólogos saben muy bien que no existen vestigios de civilizaciones pasadas que no sean materiales, al menos en primera instancia. Se nos alcanza, desde luego, el desarrollo espiritual de quienes nos precedieron, pero a partir de elementos siempre, en primer lugar, materiales: no hay Escritura sin texto legible, en papiro, pergamino, papel, rollo, libro o lo que se presente a mano según las épocas y las disponibilidades técnicas y económicas del momento. No hay filosofía griega sin texto. No hay Medievo sin catedrales.

En este caso, el autor, hombre preocupado por el abandono de lo espiritual –al menos es lo que aparenta–, está enfadado con el materialismo moral de nuestros contemporáneos, capitalistas, por supuesto. Pero vamos al otro elemento, el gran culpable de toda decadencia, el consumismo, que nos ha envenenado el alma y nos ha lanzado por la senda de la reacción política, de la inmoralidad personal y de la pérdida de todos los valores (desde luego, los valores que para el autor se han perdido no son los mismos que se me han perdido a mí).

¿Qué tiene de perverso el consumismo? ¿Qué tiene de perverso el consumo?

ConsumismoEmpecemos por el otro lado: ¿para qué se produce? ¿Para qué la humanidad lleva miles de años produciendo de todo, desde alimentos hasta música? Porque lo necesita, desde luego. Produce porque necesita el producto. Necesitó la carne del venado o del elefante o de la foca, y sigue necesitándola. Y necesitó conservarla, de modo que se puso a cocerla, ahumarla, salarla, especiarla. Y descubrió el sentido del gusto, que al principio sólo debía de servirle para distinguir lo comestible de lo tóxico, y no siempre. En ese proceso, el del alimento, el del abrigo, el de la vivienda, el de la producción para el consumo, aprendió a cocinar (eso lo hizo civilizado, según Lévi-Strauss), a construir, a coser, a amar, a componer, a cantar, a contar, a pintar, a modelar, a arar, a criar, a ordeñar. La necesidad hizo al hombre al obligarlo a hacer lo que no hace ningún otro animal: trabajar. El trabajo hizo al hombre.

Parece mentira tener que explicar estas cosas, pero no las enseñan en la escuela –ya no– y la cultura actual las omite metódicamente, porque si las recordáramos, tan elementales como son, no admitiríamos la mayor parte de las majaderías que se nos cuelan día tras día.

Producimos para el consumo, y consumimos en la medida de nuestras posibilidades. Más que antes. Más cada vez. Y cada vez vivimos más, y pasamos con mejor salud los años que nos son dados. Aunque muchos días comamos hamburguesas del Burger King o de McDonald’s, y no queso roquefort de José Bové & Co., ideólogos de la preindustrialidad. Porque la queja no es contra el consumo, sino contra la industria, la gran industria, el rasgo que con más precisión define al capitalismo a partir del siglo XVIII. Como las izquierdas se han quedado sin argumentos de futuro, como ya no pueden prometer nada, apelan al pasado, a lo que había antes de la corrupción global: lo natural, lo pobre, lo contenido, consecuencia del hacer de la necesidad virtud.

El pobre de hoy es más pobre que el de hace doscientos años, cuando la posesión de una nevera no entraba en cuestión porque no había sido inventada. El antiguo pobre no era consumista, no era consumidor siquiera, no tenía qué y por lo tanto no importaba que no tuviera con qué. Pero vivía cuarenta años con suerte, se lo comían la sífilis y la tuberculosis, igual que a los ricos, que tampoco eran más longevos y tampoco tenían nevera.

El consumo forma parte esencial del progreso. Siempre ha sido así. Lo espiritual es un opción particular, pero de hombres vivos, con la supervivencia asegurada.

– Vía Ideas – Libertad Digital

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