El prójimo

Por Horacio Vázquez-Rial

Thomas HobbesSiempre he pensado que Hobbes tenía razón al desconfiar de los hombres en estado de naturaleza, cuando la vida era pobre, brutal y breve, según su descripción. Y también Maquiavelo al afirmar que los hombres somos egoístas y malvados. Nos organizamos como pudimos para no devorarnos los unos a los otros.

Sería errado creer que lo que nos llevó a las distintas formas de autoridad, cuya forma más compleja es el Estado, fue una idea de la justicia o de los derechos de todos y cada uno.

A todo eso se llegó posteriormente, a medida que construíamos la civilización, la única, la humana, con sus avances enormes y sus no menos enormes retrocesos, con su tremenda inestabilidad, debida a nosotros mismos y a nuestras incapacidades para asumir en lo personal lo que la historia general produce. Al principio se trató tan sólo de una cuestión de supervivencia, y la autoridad tuvo que imponerse violentamente, aunque fuese por motivos perversos, como el aprovechamiento de los frutos del trabajo de los más débiles por los más fuertes de la horda más o menos asentada.

La inmensa mayoría de los miembros de nuestra especie vive hoy en sociedades atrasadas, cuyo desarrollo no se corresponde con los niveles de saber alcanzados por el conjunto. Hay zonas de África en las que el hombre se encuentra en estado de naturaleza armada: se suma lo más primitivo y lo más avanzado, el palo ha sido reemplazado por exquisitas máquinas de matar pero los individuos se encuentran aún en los tiempos mentales del salvajismo, y no hay ni ha habido nunca buenos salvajes. Y lo que es peor, en mundos como el nuestro, el más próspero y sabio, las grandes ciudades tienden a generar sectores marginales que no superan en mucho los antiguos estadios. Hace unos años, cuando la gran crisis argentina me llevó a indagar lo que realmente estaba sucediendo, descubrí que en las villas chabolistas del entorno urbano de Buenos Aires había incontables familias, barrios enteros, que se encontraban ya en 2001 en la tercera generación de parados, que nunca habían sido integrados en ninguna forma de producción. Y encontré zonas en que eso había dado lugar a retrocesos tales que no se utilizaban cubiertos para comer, ni los jóvenes se habían calzado jamás. Eso sucedía en el llamado segundo cinturón de villas.

Hace unos cuatro mil años, el que pasó a la historia o a la mitología con el nombre de Abraham escuchó el llamado de Dios. En el Génesis quedaron establecidos los siete preceptos que se perfeccionarían, tras la salida de Egipto, en los diez mandamientos. Algunos de esos preceptos correspondían a una Weltanschauung de apariencia avanzada: no adorar ídolos, no blasfemar, no matar, no robar; pero otros remiten a un mundo considerablemente primitivo: no comer carne de animales vivos o no mantener relaciones sexuales ilícitas –en alusión tanto al incesto como a la violencia, la zoofilia y la homosexualidad–. Aparece allí también la idea de pacto, el que se establece entre el Señor y su pueblo, y los exégetas leen el precepto como orden fundacional de las cortes de justicia.

No pasar - PeligroTodo el proceso, incluido el episodio del descenso de Moisés del Sinaí, es una historia de contención. No sabemos cuánto tardó Moisés en bajar con las Tablas, tal vez días, pero vio con claridad que si a los hombres se los deja solos, terminarán haciendo algunas de las cosas que no les está permitido hacer, porque conspiran contra la supervivencia de la comunidad, o haciéndolas todas. Sin alguna forma de coerción, el prójimo no es de fiar.

Dos mil años después de Abraham, vino Jesucristo y nos dijo que al prójimo hay que amarlo como a uno mismo. No, como algún narcisista pretende, más que a uno mismo, sino exactamente igual. Lo que no es poco. Ya no como proyecto, sino como exigencia, como propósito firme y constante.

Sé que no estoy recorriendo un camino nuevo, y que incontables generaciones de teólogos, moralistas y hasta juristas han pasado por aquí, muchos de ellos desesperados por precisar la dimensión de ese amor y por definir de manera precisa a ese prójimo al que hay que amar. He leído a unos cuantos, sin encontrar en sus textos consuelo alguno. Continúo sin saber quién es el prójimo. El próximo, el que está cerca, mi semejante. Hay personas a las que amo mucho más que a mí mismo, y cualquiera que tenga hijos sabe de qué hablo. Como lo sabe quien se haya enamorado alguna vez. Y personas a las que no amo en absoluto. Y personas a las que detesto sin ambages.

Y, sobre todo, personas a las que no considero mis semejantes ni mucho menos mis iguales. He aceptado el ritual democrático porque sin él nadie nos salvaría de retrogradar una vez más hasta el estado natural hobbesiano, pero cada vez que me convocan para que diga qué mal menor prefiero al gran mal que ya tengo, observo con horrible desconfianza a mi par ciudadano, que no ha hecho ni remotamente un esfuerzo por entender lo real comparable al que yo he hecho, y que tiene el mismo derecho que yo a pronunciarse. Es posible que ese prójimo, si coincide con los suficientes otros, me condene con su voto, y condene a mucha más gente, a una desgracia duradera.

He aceptado el ritual. Sé que de él pueden surgir y surgen, de hecho, monstruos insaciables dedicados al mal. No hago nombres, que los ponga cada uno de acuerdo con sus propios fantasmas. Sé que pertenecen a mi misma especie tanto como que es con ellos con quienes debo batallar a lo largo de toda mi existencia, pero ni el cielo puede pedirme que los ame como a mí mismo. Son mis próximos, están cerca –en mi casa, donde se meten sin ser invitados–, a lo sumo a una distancia de seis individuos, de seis grados. Puedo hablar con ellos, y lo he hecho más de una vez porque el periodismo y la política te ponen en situaciones ingratas, te llenan de malas compañías. Doy fe de que algunos, mal que me pese, me resultaron simpáticos, y salí palpándome el alma y preguntándome qué estaba fallando en mí, pero consciente de que nunca, en ninguna circunstancia, a menos que perdiera la razón, podía amarlos. Ni como a mí mismo ni de ninguna otra forma.

¿Qué piensa usted del prójimo?

Vía Libertad Digital

5 comentarios en “El prójimo”

  1. Lourdes Rensoli

    Mi querido Horacio:

    Veo que te preocupa un tema que tiene pensando a quien tenga 2 o más dedos de frente. Pides opinion. Te la doy.

    Una mínima precisión: la idea de amar al prójimo como a sí mismo no es original de Jeshua Ben Yosef, vrg., Jesucristo. Está en la Torah (Levítico, 19, 18 y se reitera en Deuteronomio 19,11) y aluden a ella al menos 2 libros: Proverbios (3, 29; 11, 9; 16, 29) y Zacarías (8, 16). En el Judaísmo, la idea de prójimo suele estar ligada a la de pueblo: tu prójimo es el hombre de tu pueblo. es decir, el judío. ¿Por qué? Porque los demás pueblos son enemigos de Israel (me refiero a los tiempos bíblicos… y cuidado) y no se cumple en ellos que puedes verte en el: ver tus características en el, ver tu destino en el, ver tus leyes en el. Ver a tu Dios en el. Existen sin duda excepciones en otros pueblos (mira a Jetro, suegro de Moisés, a Séfora, mujer de Moisés, a Ruth la moabita, bisabuela del rey David), pero son eso: excepciones. Todos ellos son o podrían ser tus semejantes.

    Entre los hijos de Israel (tiempos bíblicos) todos eran semejantes. Hubo traidores, pero se estrellaban frente a la Ley, que se aplicaba en toda su terrible fuerza. Los demás pueblos no eran semejantes, sino que se consideraban superiores, inferiores y hasta incongruentes con los hebreos.

    Hoy todo eso ha cambiado y se ha relativizado. Hay judíos que no aceptan como semejante a un goy y cometen graves errores. Otros confiesan lo anterior para disimular bajas pasiones que sienten por ese goy. Otros por fanatismo. Otros son cuchillos para su propio pueblo, porque la Ley les resulta indigesta. No la cumplen con amor.

    La teología protestante (Martin Luther) tiene una respuesta terrible pero seductora: el hombre está radicalmente corrupto. No hay bien en él, no es capaz de bien. Si en alguien lo hay, es porque Dios vive en él y lo llena con su Ruasch Hakodesch. Por eso el hombre se salva sola fides. Aunque hay que hacer buenas obras. El hombre es tu prójimo porque ambos fueron redimidos por Jesús. Por eso se recalca tanto en todas las confesiones cristianas el modo como Jesús repite la idea del Levítico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo“.

    Pero en el Judaísmo y en el Cristianismo hay algo en común en este punto: en ambas ocurre que, si alguien puede ser llamado prójimo, es porque Dios ha dispuesto las cosas para que así sea. Por sí mismo, el hombre no es prójimo de nadie: homo homine lupus. Ese es el “estado natural”.

    Al devenir prójimo, gracias a la acción divina, ese otro te refleja, te complementa, te perpetúa. No todo a la vez, pero todas esas cosas y otras más son posibles. Tu inmortalidad está garantizada por tu pertenencia a un pueblo, pues cada miembro de este tiene el deber de rezar por ti, de ayudarte, de acogerte, de recordarte. Te hace inmortal. Cuando rezas un Kaddish por esos 6 millones de judíos muertos en la SHOAH, devienes su prójimo, lo inmortalizas. Así que el pagano Horacio, tu tocayo, viene a coincidir en eso con las religiones del Libro, al menos con las 2 más antiguas: non omnis moriar. La pertenencia a un pueblo, sea por herencia o conversión (Judaísmo), sea por bautismo (Cristianismo), permite que nunca mueras del todo. Se ve más claro entre los tzadukim, por ejemplo, es decir, los judíos que no creen en la inmortalidad del alma, sea en los tiempos bíblicos, sea actualmente. El prójimo es tu inmortalidad. En los otros, forma parte de ella.

    Personalmente, creo poco en el projimo.

    Schalom y buenas noches,

    L.D.

  2. Pilar Vaquero

    Me gustaría hacer una pequeña aportación al magnífico comentario de Lourdes Renzoli, con permiso.

    En tu excelente análisis de la doctrina judeo-cristiana se cuela el paradigma hobbesiano a modo de afirmación categórica. Cuesta un poco discriminar en el contexto de tu discurso la opinión personal de la propia doctrina religiosa.

    Debo confesar que no sabría decir si suscribo o no a Hobbes. Mi impresión es que los hombres necesitan frenos morales, un referente moral absoluto, y, además, una estructura social que garantice el orden y la seguridad. Así y todo, tiendo a creer que existen personas, puede que la mayoría, con cierta tendencia a la solidaridad por naturaleza, aunque no sabría racionalizarlo.

    En cuanto a la doctrina de las confesiones cristianas respecto del asunto que nos ocupa, creo que se han tratado alguno de los aspectos más críticos de los cismas del cristianismo. Diría que no existe la unanimidad doctrinal con la que se ha planteado el tema. Por una parte, es completamente cierto que es la base de la doctrina luterana que a la salvación sólo se llega por la fe, pues se niega al hombre capacidad alguna para agradar a Dios por sí mismo, por lo que sólo la gracia de la Fe, gracia divina y ajena a la propia voluntad, puede proporcionar el acceso a Dios. Sin embargo, el magisterio de la Iglesia Católica se basa en el libre albedrío. Cada hombre tiene su sitio junto a Dios, y sólo de él mismo (del hombre) y de sus obras hasta el fin de sus días, depende alcanzar esa gloria. Cada día y en cada momento, el hombre es libre de elegir. Esta dicotomía, determinismo vs. libre albedrío, es la profunda sima que, hoy por hoy, separa a los cristianos desde el punto de vista teológico. Y, no lo olvidemos, la Iglesia original, es la Católica. La Reforma de Lutero, 1.500 años después de la constitución de la Iglesia, “modificó” la esencia original de la “salvación por el amor”, sustituyéndola por la “salvación por la fe”.

    Por otra parte, yo diría que todos los hombres son mi prójimo no porque hayan sido redimidos por el Señor, que lo han sido, sino porque todos han sido creados a imagen y semejanza de Dios. El mandato de amarnos los unos a los otros como Él nos amó es anterior a la Redención, al hecho cronológico de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

  3. Liliana Rodríguez

    Elie Weisel dijo que luego de Auschwitz murió el hombre y la idea de hombre… creo, en lo personal, que va más allá del próximo y del prójimo. No obstante para mí el prójimo es aquél que resiste, con su razón, con su intelecto, con su coraj e, con su sensibilidad de ver aún en un páramo cierto destello de belleza. Como aquellos yugoeslavos de la película de Kusturica, que resistían en su inmundo subsuelo. La “humanidad” no es una categoría universal. Los que la defienden y resisten por ella, ellos… son mis prójimos.

    Pero claro, estimado Horacio, vos sabés que yo soy muy idiota.

  4. La respuesta no esta en determinar quien es el projimo al que debemos de amar, sino en definir que es el amor al que se hace referencia el primer mandamiento.

    Desde mi perspectiva, el amor divino no es un sentimiento ni una emocion, sino la decision racional de respetar la idividualidad de cada cual, siempre y cuando no interfiera con la tuya.

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