Por Javier Orrico / Periodista Digital
La reacción del Gobierno y el debate abierto en España a partir del proyecto de un bachillerato de excelencia en la Comunidad de Madrid, revela, más que todos los datos sobre nuestra situación económica, la verdadera naturaleza de lo que nos pasa y sus causas: la corrosión del mérito como sistema de promoción social, la estigmatización del talento, la entronización de la envidia y el resentimiento hacia los mejores, la guillotina virtual contra el que destaca, el igualitarismo más ramplón y mezquino como eje de la organización social y sobre todo como concepto vertebrador de la educación española; y la conversión de partidos y sindicatos en las casi únicas plataformas de selección y ascenso, basados en las relaciones mafiosas, las servidumbres voluntarias o exigidas, el intercambio de corruptelas y favores, las leyes del silencio y el apuñalamiento del rival interno, la cooptación, de la que la universidad es ejemplo magistral, y el aislamiento y blindaje de esta casta frente a las condiciones de vida del pueblo. Todo lo que fueron siempre las señales preclaras de que en las sociedades avanzaba la descomposición, el hedor, la ruina.
La situación tragicómica en que nos encontramos no es, pues, sino la consecuencia del sistema de valores y normas, escritos y no escritos, que el socialismo -con la abstención connivente de una derecha que nunca ha tenido un verdadero discurso ideológico más allá de alguna figura aislada- ha extendido por España hasta convertirla en una nación desarmada de virtudes cívicas, anonadada, conformista, secuaz e ignorante, apesebrada y sumisa frente a los poderes públicos y a sus provechosos usufructuarios. Y el desarme del sistema de mérito como ácido moral, junto a la corrección política como espantajo inquisitorial, han sido las llaves, los mecanismos de que se han servido las distintas castas para hacerse con el control de las dinámicas sociales, para imponer sus leyes de grupo, para expulsar y silenciar a los disidentes, para ignorar a quienes denunciaban al rey desnudo de una democracia sometida a esa alianza invencible de gran burguesía y clase política que ha encarnado como nadie Zapatero, el Gran Simulador, el Gran Desviador de la mirada de los humildes hasta que no ha tenido más remedio que aplastarlos para servir a sus auténticos señores.
Todo el sistema educativo social-comunista, con sus tontos útiles añadidos, y sus didactas inútiles que tan bien viven del cuento, ha conseguido hacer realidad la máxima marxista por excelencia: que los hombres estamos determinados por nuestras condiciones sociales. Ya nadie se escapa de ellas, lo que antes sí se conseguía con aquel sistema antiguo de reválidas, filtros durísimos, selección por el conocimiento y el rendimiento, y becas obtenidas como consecuencia del trabajo, que lograba que los hijos con talento de los trabajadores y las clases medias pudieran alcanzar la cúspide académica y laboral, escapando gracias al estudio a su destino social, a su cuna. El sistema de enseñanza pública riguroso fue concebido como auténtica arma igualitaria, como la única que podía en verdad equilibrar las diferencias de cuna. Los hombres sólo somos iguales ante la muerte y ante la reválida.
Esperanza Aguirre propone ahora nada menos que volver al camino perdido, el de los ilustrados, y ofrecer a los jóvenes con vocación, capacidad, voluntad y disciplina intelectual la posibilidad de liberarse de los determinismos de su origen, de su barrio, de su clase, sirviéndose de la enseñanza pública para igualarse con los hijos de la burguesía que pueden pagarse los colegios de élite de imposible acceso para los humildes. Intolerable. ¿Cómo se le ocurre a nadie cuestionar las leyes sociales que demuestran la vigencia del marxismo como intérprete de la realidad, y el poder de sus herederos para administrar la (im)permeabilidad social? Si la gente humilde descubriera que puede prosperar estudiando, se acabaría la razón de ser del socialismo y de sus sindicatos amigos.
Dispone Aguirre que se premie el mérito en el estudio, que el acceso a esos centros de élite públicos esté abierto para quien haya demostrado su valor. Lo que servirá para mostrar a todos los niños, desde que lleguen a la escuela, un horizonte de redención social gracias a su trabajo y su entrega que por sí solo, por el mero hecho de reconocer el empeño y la disposición, podría cambiar nuestro sistema educativo y agujerear a la España cochambrosa de las castas establecidas, creando al menos vías de promoción para quienes no nacieron hijos de banqueros ni de políticos, que van todos a esos colegios para potentados. Esa es la clave. La medida de Aguirre es tan revolucionaria que, de generalizarse, supondría el establecimiento de élites por el talento y el trabajo, frente a las élites económicas para las que trabaja la falsaria izquierda. Los datos nos enseñan que nunca como hoy los niveles de formación de los padres han determinado los de los hijos. Con nuestro hermoso y socializante sistema educativo, los chicos ya no consiguen llegar más lejos que sus padres, aunque luzcan un titulillo. Eso es hoy el progreso.
Reacciona la izquierda, tan reaccionaria como es ya tradición, defensora del sistema, del estatus, del stablishment, y hasta la derecha torpe y tecnócrata mira sin saber adónde, alegando que el fin de la educación no es estudiar, joder, no vayan a creerse, sino ‘socializarse’, convivir, ser solidarios, estudiar ‘inclusivamente’ en su barrio, no sea que puedan escapar a él y hacerle la competencia en Stanford o en el IESE a los hijos de los ricos, copón, qué sacrilegio. Por eso, ni la izquierda ni la derecha son capaces de liberalizar la elección de centro, de poner el mérito (el expediente) de los alumnos como el primer factor para elegir el sitio en el que uno quiere estudiar. Para qué, por demás, si no se trata de estudiar. Ya llevamos más de veinte años de sistema educativo socializador y atendedor de toda la diversidad menos de los que quieren aprender, moverse, ver otros mundos, ganarse la vida con su esfuerzo. ¡Ah!, la palabra fetiche, la que no se cae de la boca de ningún politicastro hasta que llega la hora de hacer los reglamentos. Entonces desaparece el valor del esfuerzo.
Esa es la zanja entre las palabras y los hechos en la que nos hemos hundido, en la que estamos, en la que hacemos como que movemos los pies en el barro, pero ya somos cada día más estatuas de sal, polvo de carcoma.
Los hechos son indubitables son estos
-que Dña. Esperanza Aguirre milita en esa derecha a la que ud. se refiere, “…-con la abstención connivente de una derecha que nunca ha tenido un verdadero discurso ideológico más allá de alguna figura aislada- ” . Cabe deducir que es una de sus figuras aisladas, pero aun siéndolo, milita en una organización que aplica claramente el centralismo democrático leninista “Y el que se quiera ir al partido liberal, que se vaya” (El gran timonel)
– “…, y hasta la derecha torpe y tecnócrata mira sin saber adónde, alegando que el fin de la educación no es estudiar, …” Eso quedó claro en las tres entregas de F Caro de las que cabe preguntarse, en definitiva, si en un lupanar cabe encontrar un halo de virtud.
Porque pensar que una ínsula de excelencia tiene cabida en un océano de mediocridad bien pergeñada no deja de parecerme un bello propósito. ”
“La medida de Aguirre es tan revolucionaria que, de generalizarse, supondría el establecimiento de élites por el talento y el trabajo, …” , élites que se encontarían irremisiblemente abocados al mileurismo de los Gabarró, Benjumeas, etc, “grandes empresarios” que compadrean con el poder político que sea o con la partitocracia derivada de la vigente Ley Electoral.
Mire que más lo veo un brindis al sol…
Gracias por su opinión, aunque no la comparto.
Estimado Sr.:
Vaya por delante que comparto plenamente las ideas centrales de su artículo. Sin embargo, querría matizar alguna afirmación. Cuando se dice “Todo el sistema social-comunista…” Vera usted, este sistema ni es social(ista) ni es comunista. La degradación intelectual de la autollamada izquierda hace tiempo que abdicó del marxismo. Si Marx levantara la cabeza, criticaría con igual saña a esta izquierda de hoy como con la que, en su día, utilizó contra la corriente socialista lassalliana.
La idea de igualdad, la idea del igualitarismo es denunciada por Marx, en su “Crítica del programa de Gotha’, como una ficción burguesa. A titulo de ejemplo, le entresaco dos citas de la mencionada obra: “Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual, sino desigual”, y otra más famosa: “De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades”.
Este binomio, capacidad-necesidad, sería el elemento determinante de la retribución social del individuo. Dicho de otra forma, un trabajador con mayor capacidad o mayor esfuerzo recibiría una retribución mayor. Pero la Vulgata socialista moderna desconoce estos textos.
En relación con lo que nos ocupa, una persona con mayor dotación intelectual, con mayor capacidad de esfuerzo debería recibir un tratamiento diferente de aquel que no quiere o no puede (aunque a este último tambien se le debería de tener en cuenta sus necesidades).
El falso igualitarismo es, en efecto, una idea burguesa que usted mismo reconoce cuando afirma “Esa es la clave. La medida de Aguirre es tan revolucionaria que, de generalizarse, supondría el establecimiento de élites por el talento y el trabajo, frente a las élites económicas para las que trabaja la falsaria izquierda” Nada más cierto. Desgraciadamente, nuestro sistema educativo público se ha convertido en un mero proceso burocrático para la obtención de un “titulillo”. La verdadera educación, la de elite si quiere, sigue estando en manos de los que tienen medios económicos para proporcionarsela.
Reciba un cordial saludo.