Wilson, el traicionado

Por Horacio Vázquez-Rial

Pocos hombres han sido tan lúcidos y se han visto tan defraudados como el presidente Woodrow Wilson, quien, pese a su decidida resistencia inicial a implicarse en la Gran Guerra de 1914-1918, terminó entrando en ella y salvando a Europa de un colapso posbélico que hubiese ahorrado a todos sus enemigos cualquier esfuerzo.

Aquella guerra costó a los Estados Unidos 120.000 muertos y 240.00 heridos, pero la Francia que ya no creía en un triunfo posible fue salvada a pesar de sí misma. Europa jamás pagará su deuda con América, contraída en las dos guerras mundiales.

Wilson es uno de los grandes presidentes americanos, sin contar con los fundadores: Washington, Adams, Jefferson y Madison. Su figura se alza junto a las de los dos Roosevelt (Theodor y Franklin), a la de Lincoln o a la de Eisenhower. Pero Europa traicionó a Wilson ya en los días del armisticio de 1918.

El presidente detestaba los acuerdos secretos, creía en una política clara, a la vista de todo el mundo. Por eso, el 8 de enero de 1918, en un discurso al Congreso, dijo exactamente cuáles eran sus objetivos en la guerra y pidió a los Aliados que se adhiriesen a ellos. Cosa que los europeos hicieron, de boca para afuera, para eludir por cualquier motivo su cumplimiento una vez alcanzada la relativa paz, que por eso mismo terminó en 1939, con el inicio de una nueva y más brutal contienda, en la que los Estados Unidos tuvieron, una vez más, que venir a impedir un nuevo intento de suicidio colectivo.

Wilson resumió sus metas en los llamados Catorce Puntos, que todo el mundo se pasó por al arco de triunfo, y nunca mejor dicho, por lo que a París corresponde. En resumen, Isaac Asimov, en su Historia Universal –que, por cierto, está republicando Alianza en español–, los expone así:

1. Todos los tratados debían concertarse mediante discusiones públicas y luego debían ser publicados.

2. Libertad de los mares, con igualdad de acceso al mar para todas las naciones, en la paz y en la guerra.

3. Supresión de las barreras económicas para que el mundo pudiese comerciar libremente.

4. Promover el desarme todo lo posible.

5. Solución de todos los conflictos coloniales, con la debida consideración a las poblaciones nativas.

6. Evacuación de Rusia, sin interferir en la acción de su gobierno. (Wilson todavía esperaba que se instalara allí un gobierno democrático).

7. Evacuación de Bélgica.

8. Evacuación de Francia y devolución de Alsacia-Lorena, que Alemania había arrebatado a Francia en 1870.

9. Reajuste de las fronteras de Italia para incluir en ella los pueblos italianos que estaban inmediatamente más allá de sus límites.

10. Libertad para las diversas nacionalidades sometidas por Austria-Hungría.

11. Ajuste de los límites en los Balcanes de acuerdo con las nacionalidades, y acceso de Serbia al mar.

12. Libertad para las diversas nacionalidades sometidas al Imperio Turco (que luchaba junto a Alemania), y libre acceso al estrecho de los Dardanelos en Constantinopla para todas las naciones.

13. Libertad de Polonia, con acceso al mar.

14. Creación de una sociedad de naciones que dirimiese las disputas e impidiese las guerras en el futuro.

De los 14 puntos, sólo se cumplieron el 7, el 8, el 10 y el 14, y, en parte entonces, el 13, aunque Polonia no llegó a ser realmente libre hasta ahora, en una UE con neta hegemonía alemana.

Aquello constituía un programa liberal, que aún hoy se puede considerar revolucionario. Los Aliados, entonces como ahora, desconfían del libre comercio, el desarme y la descolonización real, pero, como dice Asimov, “aceptaron los catorce puntos con el entusiasmo que lograron fingir”.

Julian Assange.Los tratados siguen sin ser públicos. Que se lo pregunten a Julian Assange.

La libertad de los mares sigue siendo relativa.

El libre comercio íntegro y completo sigue siendo una utopía.

El desarme también.

La descolonización ha dado paso a la corrupción generalizada en los países que una vez fueron colonias, y en ese proceso el islam se expandió como no lo había hecho desde el siglo VIII.

Rusia continúa como estaba, después de la larga y criminal aventura soviética. Trieste sigue siendo de nadie, y los turcos están al borde de entrar en la UE, cosa que a la larga sucederá y acelerará la muerte de la Unión. Y sus nacionalidades siguen estando en las mismas condiciones.

Serbia, a la que hasta se le ha expropiado Kosovo, sigue sin salida al mar. Para más traición a Wilson, el problema de los Balcanes, con repúblicas independientes, desembocó en la formación de una Yugoslavia artificial, que sólo el liderazgo de Tito mantuvo, más pegoteada que unida, hasta su muerte. Y seguirán esas repúblicas dando trabajo, pese a la lamentable, esperpéntica guerra última, que sólo aseguró temporalmente la hegemonía alemana en la zona. Mussolini, en sus artículos en favor de la entrada de Italia, del lado aliado, en la Gran Guerra, se expresó en el mismo sentido que Wilson. Tampoco le hicieron caso, Italia era una pieza menor después del desastre de Caporetto.

Por último, la Sociedad de las Naciones se creó y se extinguió, y fue sustituida por la ONU, que reitera todas las taras de su predecesora y le suma unas cuantas más.

Woodrow Wilson era culto, inteligente y honesto, y hasta se dejó tentar por el psicoanálisis. Había sido presidente de la Universidad de Princeton. Eso no impidió que alentara de manera explícita el retorno de políticas segregacionistas en los estados del Sur, que tuvo que quebrar Eisenhower cuarenta años más tarde, después de haber desembarcado en Normandía, presidido la Universidad de Columbia y haber ganado las elecciones de 1952. Eisenhower era republicano. Wilson, demócrata. Nadie es perfecto.

Vía Libertad Digital

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *