Fernando Caro: Instrucción Pública, crisis eternas y bases de partida (III)

Instrucción Pública, crisis eternas y bases de partida (I)
Instrucción Pública, crisis eternas y bases de partida (II)

Instrucción Pública, crisis eternas y bases de partida (III)

De mi particular experiencia, a cuyos detalles no haré mención tratando de mantener una visión general, deriva lo que recogen estas líneas y las que les preceden.

Van desapareciendo de nuestros institutos profesores incorporados al SIP en la 2ª mitad de los 70. Muchos, excelentes profesionales forjados en el esfuerzo, el trabajo y la dedicación -en la responsabilidad en suma-, son relevados por jóvenes que fueron nuestros alumnos.

En algunos casos los de peores rendimientos que, a causa de las “notas de corte”, ingresaban en las Escuelas de Magisterio de entonces, hoy Facultades de “Ciencias de la Educación”, a falta de mejor opción. A muchos de ellos se les ha encomendado la formación inicial de nuestros hijos, la forja de nuestro futuro…

En otros, jóvenes formados en algunas de nuestras “muy prestigiadas” universidades de las taifas autonómicas: “Tan sólo 11 universidades españolas entran en el Top 500, y todas en la parte media o baja de la tabla. Las mejor calificadas con la Universidad de Barcelona, la Autónoma de Madrid, la Complutense y la de Valencia. La mejor clasificación es para la de Barcelona, que está en el puesto 152” (1)

La calidad del colectivo es la que es y su consideración se resiente mientras que el propósito instructivo se diluye. Con frecuencia el ambiente de los centros, similar en muchos aspectos al de las escuelas de primaria, es más propio de un “parque temático” que de un establecimiento serio de formación secundaria.

Desde el exterior, no faltan quienes los contemplan como nicho de una suculenta “clientela” a la que cabe captar en múltiples aspectos “importantísimos para la formación de nuestros alumnos” pero que, casualidad, fuera del horario lectivo nadie tiene la ocurrencia de llevar a cabo.

Abundan hasta la exageración las ofertas de todo tipo de tópicos políticos como los relacionados con “la memoria histórica”, “la paz”, “la violencia de género”, “el cambio climático”, “la solidaridad” con realidades tan lejanas como exóticas, “la no discriminación” o la aceptación sin condiciones de una inmigración causada por nuestra maldad occidental.

Son tópicos claramente sesgados en su ideologización, que operan de manera mecánica y de modo inmediato en los espíritus de un cuerpo social mayoritariamente cuasi-analfabeto en términos políticos, es decir, predispuesto así a la más burda de las manipulaciones y que encuentran en los centros un terreno de siembra más que propicio.

En muchas ocasiones son nuestras propias autoridades las que devalúan nuestro trabajo: una iniciativa auspiciada por la “consejería x” requiere llevarse a mis alumnos media mañana, independientemente de la circunstancia. En el mejor de los casos, un “profesional” dicta su magisterio y ¡agur!; y aquí paz, y después, gloria.

Yo, por convicción, defiendo que mis alumnos están mejor en mis clases que con cualquier otra persona ajena a lo que en ellas se dirime a no ser que, cargados de argumentos, me persuadan de lo contrario.

En conjunto, las funciones propias de cuidado y custodia de nuestros adolescentes adquieren día a día mayor peso y relevancia y la atmósfera infantiloide e infantilizadora a la que se ven sometidos mocetones de más de 180 cm de estatura, me sobrecoge.

Y ojo, no desprecio el ejercicio de esas funciones que prestan tan gran servicio a la colectividad: lo que digo es que probablemente ciertas cualificaciones no sean necesarias par tales menesteres; a nadie en su sano juicio se le ocurriría requerir una cualificación de ingeniero de telecomunicaciones para repartir el correo postal aunque pueda darse el caso de ingenieros que, lamentablemente, acaben de carteros.

Así que finalizo entrando en el terreno puramente político, de ejercicio de la libertad de expresión, crítica y opinión de todo aquello que nos incumbe en la vida de la polis. ¿Qué otra cosa cabía esperar si no y más aquí?  Y digo lo que digo lo porque lo pienso. Tengo derecho a ello y a expresarlo, aun a riesgo de estar equivocado, ¡faltaría más!

No pretendo con ello sino inducir la reflexión en mis lectores evidenciando, una vez más, la gravedad de lo que nos acontece sin entrar en el detalle de como articular las respuestas más adecuadas: no es ése el propósito.

Algunos de mis lectores habrán reaccionado, a buen seguro, con perplejidad. Porque, aparte del acierto o desacierto de lo afirmado, forzosamente habrán de preguntarse por lo que aquí y ahora es razonable y posible.

Y lo primero que resulta poco verosímil es un debate sereno acerca del asunto, tal y como sugiere, o asegura, A. Delibes.

Pero hay más, mucho más. Porque el “alma” de mis proposiciones no es sino una permanente apelación a un profundo sentido de la responsabilidad como principio rector de nuestras acciones.  El dar cumplida cuenta del porqué de nuestras conductas en el ejercicio “ciudadano” de la vida en sociedad, en el juego de derechos y obligaciones asociado a ese modo de convivencia que juzgamos como el mejor conseguido hasta ahora y que debemos preservar como bien de incalculable valor, esta en la esencia de lo que entiendo debemos ser.

Y como tal principio rector solo se adquiere tras un fecundo proceso de formación se podría pensar que incurro en “petición de principio”. Así sería si no cupiera en nosotros la capacidad de observar, valorar y decidir, es decir, de ejercer una  libertad cuasi-absoluta en el momento en el que cada cual adopta una decisión en el ámbito de su formación e instrucción.

Sucede, por lo demás, que este valor reclamado para la parte, para el individuo, está postergado en el todo. Por ello habremos de enjuiciar los rasgos generales que presenta nuestro “aquí y ahora” para, de nuevo, mostrar un enorme desaliento.

Como nuestro aquí y ahora entronca directamente con el pasado inmediato forzosamente nos hemos de fijar en él. De los 32 años y pico transcurridos desde 1978, año en el que nuestra Constitución fue plebiscitada en referéndum, los 4 primeros fueron de gobiernos “de centro”; 8 han sido de gobiernos de un más que dudoso fuste y empaque ideológico y los restantes, ya más de 20, de gobiernos de “la izquierda reaccionaria” con evidentes pulsiones liberticidas y totalitarias, (¿qué mayor liberticidio que impedir una vida digna a millones de personas, brusca y drásticamente empobrecidas por falta de unos ingresos regulares, a las que dicen “defender” los mismos que les han abocado a la terrible suerte del desempleo? Porque la evidencia es la que es: el socialismo realmente conocido aquí y ahora en lo único que se muestra eficaz es en la universalización de la miseria, salvo para ellos, por supuesto)

El resultado de este periplo reciente, aderezado de episodios singulares como el 23-F o el 11-M, salta a la vista: al día de hoy España ha consumado un nuevo fracaso histórico y sigue siendo igual y diferente.

Diferente a las naciones europeas en las que los valores propios del modelo de convivencia liberal-occidental generan dinámicas socio-políticas tan extrañas, tan alejadas de las nuestras que solo una cierta similitud formal las emparenta.

Igual a la sempiterna España Galdosiana en la que un generalizado y persistente espíritu entre ramplón, mísero, sectario, carente de perspectiva, generosidad y grandeza de espíritu nos ha llevado a malversar las oportunidades históricas -como el advenimiento de la República o la restauración monárquica del final del franquismo- de forjar definitivamente modos de convivencia respetuosa y responsable en lugar de acabar en un torbellino que engulle cualquier esperanza.

Y es que para algunas de las ideologías que circulan por estos pagos –y que acabarán inexorablemente en el vertedero de la historia- la caída del muro no ha surtido efecto y Europa sigue siendo algo ajeno y lejano.

Nuestro aquí y ahora entronca y deriva directamente de la respuesta dada a esa última oportunidad señalada.

Contraponiendo un principio de igualdad ante la Ley (Art 14. Constitución Española) con un principio de irresponsabilidad más allá de lo referido al ejercicio de las funciones propias de un Jefe de Estado, (Art 56-3. Constitución Española) la irresponsabilidad ha acabado por prevalecer y se ha enseñoreado de nuestro solar patrio.

Irresponsabilidad “legal” sostenida en leyes como las “educativas”, Logse y subsiguientes, o por otras sinérgicas, como la del menor o del aborto…

Irresponsabilidad política supra individual, como la derivada de una Ley Electoral que secuestra los derechos ciudadanos al transformarnos en meros votantes-sujetos tributarios de quienes fueron designados por los que “cortan el bacalao” en los aparatos de los partidos, partidos regidos por dinámicas leninistas cada vez más firmes. Partidos tan opacos en sus fuentes de financiación como flacos de “democracia interna”

Irresponsabilidad política individual, como la que exhiben sin pudor personajes como un ex-jefe de gobierno, confeso responsable del episodio de terrorismo de estado, su portavoz entonces y actual Ministro del Interior, supuesto “garganta profunda” del “caso Faisán” y que el mismo 05 de marzo es denunciado por mentiroso, con prueba documental indubitable, en la portada de un periódico (Mentiras); el presidente del Congreso de los Diputados, cuyo escandaloso aumento de patrimonio arroja toda suerte de sospechas o, para acabar, la del propio presidente del gobierno, siniestro autor del derribo de lo poco que de bueno quedaba en nuestra convivencia y descubierto sin haber dado el correspondiente alta en la seguridad social a una empleada de hogar, por ejemplo.

Irresponsabilidad en la gestión de un fenómeno tan complejo para receptores y recibidos como es la emigración, fenómeno cuya incidencia social, en el campo al que vengo refiriendo y a otros varios, a nadie se le escapa.

Irresponsabilidad en el diseño y mantenimiento de un modelo de organización administrativa que se evidencia insostenible.

Irresponsabilidad en la gestión económica en la que un modelo de estructura productiva, que nadie fue capaz de tratar de modelar adecuadamente cuando los vientos soplaban a favor, se ha venido bruscamente abajo por el peso de su propia inconsistencia. Como la irresponsabilidad de mantener una estructura de abastecimiento energético impropia de una nación que se precie de un mínimo de sentido de la historia.

Irresponsabilidad en algunas de nuestras “grandes empresas”, enfangadas en compadreos infames con políticos, jueces o gobiernos autonómicos, municipales o de otro ámbito, al precio del maltrato mileurista a los mejor preparados de nuestros jóvenes, que encuentran en la emigración una de las mejores opciones vitales posibles en este momento.

Irresponsabilidad en aquellos que pudiendo forjar opinión y ciudadanía, parecen empeñados en perpetuar la representación en este podrido retablo de las maravillas.

Irresponsabilidad institucional…

Y la irresponsabilidad, indefectiblemente,  está asociada a la corrupción, como anverso y reverso de una moneda.

Y, aunque el peso relativo de responsabilidades –irresponsabilidades, más bien- señaladas quede más o menos claro -la decisiva contribución de nuestra “izquierda reaccionaria-totalitaria” no admite ningún género de dudas-, no debemos ocultar la aportación que corresponde a nuestra “derecha política”.

Nuestra derecha política aparece como una estructura incapaz de representar decentemente a la componente liberal de la sociedad a la que desconoce, abrazando o eludiendo causas no en función de convicciones firmes y profundas sino de cálculos cortoplacistas.

Una derecha carente de una percepción certera de la situación que, en lugar de convicciones, propuestas y planteamientos firmes e inequívocamente democráticos y liberales, adopta estrategias, enfoques, modos y maneras seguidistas de “los otros” con lo que acaban sumidos en un laberinto cada vez más intrincado.

Así, un planteamiento genuinamente democrático, me lleva a rechazar por inaceptables tanto el liderazgo de un señor, que tras haber pertenecido a dos gobiernos de la nación durante 8 años, perdió no una sino dos elecciones generales consecutivas sin dimitir ipso facto, como la dinámica de la organización que lo sustenta. Son comportamientos impensables en nuestros vecinos europeos ingleses, alemanes o franceses, por ejemplo.

Por el contario, liderazgo y organización operan siguiendo las más depuradas pautas de leninismo político lo que excluye de su seno a personas brillantes, decentes y genuinamente independientes, libres en definitiva.

Porque si el líder de un partido con vocación de representar a una mayoría de españoles (no pienso que se trate de “gestionar un botín”, por Dios), que es un señor designado por un mecanismo “caudillista”, no lo olvidemos, emerge como gran timonel tras un congreso “a la búlgara” para acabar pretiriendo al nº2 de su lista al Congreso de los Diputados, un tipo decente y brillante de la categoría de D. Manuel Pizarro, apaga y vámonos.

Vuelvo, para concluir, al asunto. Un instituto es una micro-sociedad en la que se evidencian sus mismas miserias casi miméticamente. Qué duda cabe de que una parte de la responsabilidad de lo que allí sucede nos corresponde a los profesionales, que conformamos otro colectivo galdosiano: algunas personas brillantes en sus estudios superiores no tienen el menor reparo en sentirse representados por un alcalde o por unos diputados regionales o nacionales semianalfabetos…

Apelar a la virtud, apelar a la responsabilidad en un marasmo de irresponsabilidad devenida en base y guía de actuación es, pues,  de un candor tal que, obviamente, no se puede caer en él.

Y por ello es forzoso “releer” lo dicho. Las conclusiones ya están o sugeridas o explícitamente indicadas:

– me siento “aspirante a ciudadano” porque tal categoría política no existe en una España de votantes-sujetos tributarios expoliados a los que se les niega los cauces de participación propios de una sociedad occidental del SXXI;

– nuestro sistema de Instrucción Pública es otro desastre sin paliativos dentro del marasmo general y resultado inexorable de voluntades políticas conducentes al mantenimiento de unas castas políticas “galdosianas”, de una calidad peor que mala, y;

– nuestra dinámica histórico-política, que concita desinstrucción, irresponsabilidad y corrupción  nos aboca indefectiblemente a un episodio de “suicidio social”.

Hay quien sostiene que ya llevamos cinco siglos suicidándonos y que, sin embargo, hay un algo de nuestro espíritu que pervive y lo engrandece con su aportación a la gran cultura universal: Mario Vargas-Llosa sería una de sus muestras más conocidas.

Si embargo difícilmente se puede amar aquello que se desconoce y, menos aún, defender lo que no se ama. “La Agonía de Francia”, del felizmente redescubierto Chaves Nogales, es un magnífico relato para aquí y ahora. Es la crónica de cómo una nación desaparece porque desaparecen las instituciones de su estado, que de consuno con su cuerpo social, con su población, se muestran incapaces de defender ese modelo de convivencia tantas veces mencionado y acaban entregándola al avance de hordas totalitarias extranjeras. Aquí la procedencia es variopinta.

Vuelvo de nuevo sobre mis pasos. Y al igual que afirmé la existencia de un desconocimiento general de lo que es la auténtica naturaleza y propósito del sistema de instrucción pública, afirmo la existencia de un desconocimiento general de lo que es la auténtica naturaleza y origen de nuestro modelo de convivencia civilizada y de lo que supone nuestra enorme aportación al gran retablo de las culturas, todo ello consecuencia de inequívocas voluntades políticas.

Y así las cosas, ¿cómo amar y defender lo uno y lo otro?

Dicho lo cual, y a sabiendas de que la verdad está altamente fragmentada, concluyo.

«Salga el sol por Antequera y que sea lo que Dios quiera…».

(1) (Informe del Instituto de Educación Superior de Shangai, para 2009)

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