La primera intervención americana en el extranjero, cuando los Estados Unidos eran un proyecto en desarrollo, tuvo lugar en 1805, precisamente en lo que hoy es Libia, donde un grupo de diez infantes de marina al mando de William Eaton y unos cuantos árabes reclutados en Egipto, con apoyo naval, tomó la ciudad de Derna. El objetivo era acabar con los impuestos al comercio que el monarca local había establecido.
Eaton y los suyos dieron la lección y se marcharon. No hubo más tasas. No hacía falta quedarse allí. Bastaba con que el rey de Trípoli supiera que podían volver.
No había entonces aspiración alguna a extender la democracia, que es una idea de finales del siglo XX. También es una idea del siglo XX la de extender la sharia, que acaba de aplicar un juez de Florida para resolver un conflicto entre musulmanes, en lo que es la más grave bajada de pantalones de la historia de Occidente desde el conde don Julián, hace justo mil trescientos años.
El debate se inició con George W. Bush y la guerra de Irak, y cobró una forma interrogativa: ¿es posible conquistar un país e imponer en él un sistema democrático, más allá de lo que sus habitantes deseen? ¿Es posible convertir una sociedad con normas establecidas –brutales, aunque no medievales, como suele decirse: el europeo de la Edad Media era en lo personal mucho más libre que el musulmán contemporáneo, y el cristianismo se extendió por evangelización– en otra con normas diferentes?
Yo creo que la respuesta es no. Un cambio radical se puede, en ocasiones, imponer desde el interior de una sociedad, y aun así sin garantías, como demuestra el caso de Kemal Ataturk, que intentó separar el Estado de la mezquita pronto hará un siglo. El legado de Kemal fue amplio. Ahora los turcos tienen apellido, cosa de la que carecían, por ejemplo –que nadie se admire: los europeos hubieron de registrar los suyos sólo a partir de Bonaparte, a principios del XIX–. Pero, poco a poco, alentado sobre todo por el mundo circundante, el islam fue ganando posiciones y Turquía fue retrocediendo. Ah, sí, hay elecciones, pero en modo alguno se trata de una democracia liberal. También hay elecciones en Venezuela.
Es probable que algunos de mis lectores, muy quemados por la experiencia de los últimos años, se pregunten si la democracia liberal es garantía de algo. Pues sí. No es garantía de que los políticos sean lúcidos, honestos y sabios. Pero es garantía de una convivencia, de unos determinados mínimos comunes que hacen que casi todos estemos preocupados y decididos a intervenir, por ejemplo, frente al maltrato de mujeres y niños, cosa que la sharia no sólo no combate, sino que alienta. El gobierno es una birria, pero hasta cabe la posibilidad de que la policía llegue de tanto en tanto antes de que alguien mate a alguien y lo impida, en vez de contribuir a la muerte de la desgraciada. Cabe la posibilidad de ser gay sin que nadie use las grúas de los corruptos constructores para colgar al pecador, aunque ocasionalmente algún homosexual muera apaleado en un parque público, como ya ha sucedido.
No obstante, las normas de las sociedades que ni remotamente se acercaron jamás a nada parecido a nuestras democracias están muy profundamente arraigadas. Abolir la esclavitud en los Estados Unidos costó la más terrible de las guerras civiles que se recuerdan. Una guerra, por cierto, entre blancos, que consolidó la nación americana, pero no consiguió la integración racial. En fecha tan tardía como 1957, Eisenhower tuvo que intervenir militarmente en Little Rock, Arkansas, para imponer la entrada de alumnos negros en una escuela.
La integración como política de la comunidad negra americana avanzó mientras el cristianismo fue dominante, es decir, hasta el asesinato de Martin Luther King, en 1968. Después, la masiva conversión de los sectores negros más marginales al islam dio por tierra con gran parte de lo obtenido. Pero el problema ya no estaba en los blancos segregacionistas, que hoy son minoría, sino en los negros que decidieron no pertenecer a la comunidad. Y no son pocos: recordar a Farrakhan y la marcha del millón (de varones negros) sobre Washington, en 1995. Por cierto, Farrakhan, antisemita consecuente –se le llamó “el Hitler negro”–, dio su apoyo electoral a Mr. Barack Obama. Ni siquiera en la democracia más desarrollada del mundo cabe integrar a quien no quiere integrarse.
El fracaso de Occidente en Irak en ese sentido es manifiesto. En Irak y en otros países de la región, como Afganistán. El proyecto de Bush de exportar la democracia es menos realizable que el de Castro de exportar la revolución socialista. Finalmente, el marxismo es un producto occidental, que puede ser asumido por occidentales, o sea, que puede funcionar en Hispanoamérica. En Argelia, la fantasía socialista fue occidental, no de los argelinos, que sabían muy bien que lo suyo era el islam y cuyos dirigentes eran musulmanes consecuentes, desde Ben Bela hasta Boumedienne. Ni Mao ni Pol Pot ni Ho Chi Minh fueron marxistas. Y en Rusia lo fueron los de la parte occidental del país. Ninguna de las repúblicas asiáticas, ni las de la zona de influencia islámica, lo adoptaron nunca, por mucho que se dictara en las escuelas. El marxismo vivió en la URSS como un zombi, alimentado por la sangre del Partido. Un partido monstruoso pero europeo.
Por eso la intervención en Libia debería ser limitada a la finalización de la masacre y la sustitución de Gadafi. Y nadie debe esperar que en Egipto haya democracia cuando se llame a elecciones. Todo el proceso que se vive en los países árabes de la región es de unificación islámica. Por mucho que duela reconocerlo, Mubarak y Gadafi eran los más aconfesionales entre los dirigentes de ese mundo. Y a nadie se le va a ocurrir tocar a los saudíes.
Tu reflexión es muy interesante, pero encierra un cierto determinismo histórico, que rigurosamente exigiría una humanidad permanentemente instalada en la edad de piedra. Me ceñiré al aspecto que domina la actualidad.
Escribes: “Todo el proceso que se vive en los países árabes de la región es de unificación islámica.”
Yo creo que no es así, que la utopía político religiosa del islam se ha pasado de moda entre grupos influyentes de las sociedades arabo musulmanas. Y se ha pasado de moda porque el dispositivo ensayo/error ha puesto en evidencia su fracaso. Sin duda esta utopía sigue viva y seguirá teniendo su peso entre otros grupos sociales menos influyentes y con una expresión radical minoritaria en declive. Pero entre los grupos influyentes de esas sociedades, está perdiendo peso a gran velocidad.
Entiendo por grupos influyentes no a las oligarquías económicas que saben sobrevivir en cualquier situación, sino a los que generan ideas, las expresan y las transmiten, a la generación de la explosión demográfica de los años 80 en esos países, que ahora empuja en la sociedad porque entre otras razones, son el 75% de sus poblaciones. Una generación que no conoció el colonialismo, que por ensayo/error sabe del fracaso de los socialismos árabes, del mismo modo que constata el fracaso de la utopía religiosa. Una generación en la que sus padres han invertido grandes recursos y sacrificios para que se formaran profesionalmente, y que ahora se encuentran en un mundo cerrado de oportunidades. No son la sociedad en su conjunto, ni necesariamente la representan. Pero sin duda, son las fuerzas vivas que condicionarán y modelarán esas sociedades en un futuro que está a la vuelta de la esquina.
Los liderazgos políticos que estamos viendo derrumbarse estos días proceden de los tiempos arqueológicos de las independencias. Octogenarios que milagrosamente pese a sus continuos fracasos, habían conseguido mantenerse en el poder, más o menos todos con el ideologema de la independencia, el antiimperialismo y las ideas de un estado autoritario que a golpes de ingeniería social iba a conducir a la prosperidad. Esto ya no se lo cree la generación que ahora está afluyendo al mercado de trabajo en esas sociedades.
Durante los años 80, esos hoy octogenarios, ya fracasados entonces, tuvieron un soplo de aire fresco con la revitalización temporal de la utopía política religiosa. La aprovecharon como pudieron, bien navegando a su favor o bien frenándola y se convirtieron en el baluarte frente al peligro revolucionario que la utopía encerraba. Tampoco esto ya se lo cree nadie de la generación que ahora empuja. Saben lo que pasa en Irán y otros lugares donde la utopía se convirtió en realidad política. La información circula más que hace 30 años y el ciclo ensayo/error se acelera.
Desde los años 50 del pasado siglo, el mal en el mundo arabo musulmán liderado por los que ahora están empezando a derrumbar, identificaba el mal sobre los tres ejes que han condicionado la dinámica política de esos países: Israel/Palestina, antiimperialismo y la apostasía o tibieza de la fe. Esto se ha pasado, el derrumbe de sus figuras emblemáticas y sagradas, descendientes de las dinastías fundadas por los Nasser, Bourghiba, Ben Bella, Ben Barka, Allal El Fassi, y resto de las vacas sagradas de la independencia, ya no ponen a nadie, ni siquiera se les teme. Y el temor es imprescindible para el ejercicio de la autoridad política en las sociedades arabo musulmanas, entre otros ingredientes.
Jamás una generación ha estado tan cerca de occidente como la actual, en relación a la utopía política occidental. Las personas hablan de limitación del poder, del control de la autoridad, de la independencia de la justicia, del imperio del derecho frente a la discrecionalidad, de igualdad de oportunidades, de libertad de mercado frente a los monopolios estatales o familiares, de derechos humanos, de constitucionalismo, etc, es decir, de todo el repertorio de la singular utopía política que inspira el mundo occidental.
Por otro lado esta generación, carece de los complejos que se generaron en las colonizaciones, y miran el mundo con menos prejuicios que sus padres y abuelos. Las milongas del imperialismo y del neocolonialismo, tampoco tiene mucho predicamento y cada vez menos.
Y desde luego, del socialismo árabe conocen sus fracasos y no forma parte de sus utopías políticas.
Lo que expongo aquí es una apreciación sucinta basada en observaciones sobre lo que piensan escriben, o hablan las personas del mundo arabo musulmán actual. Periódicos oficiales y no oficiales, publicaciones marginales, blogs, redes sociales, televisiones, etc. No es una investigación rigurosa y metódica. Desde luego es fragmentaria y parcial, puesto que no todos los grupos sociales en esas sociedades escriben, leen, opinan o expresan sus ideas políticas en los materiales empíricos en que me baso para construir mi valoración, pero ello no le quita relevancia, a mi entender, ya que necesariamente los líderes de opinión del mundo arabo musulmán del presente y del inmediato futuro, saldrán necesariamente de estos grupos sociales y serán los que condicionen el comportamiento político de sus sociedades.
Estimado amigo:
Gracias por su contribución, que me parece excesivamente optimista pero no por ellos dejaré de publicar.
En su texto echo de menos el término “mujer”, que es una clave en cualquier proceso renovador en el islam. Si le apetece y tiene datos, le agradecería un comentario al respecto.
Muy cordialmente,
Horacio Vázquez Rial
Estimado amigo:
Una de las consignas claves de la Transición española fue enunciada por Adolfo Suárez en sus primeros días de gobierno: “Hacer legal lo que es normal en la sociedad”. Eso incluía, desde luego, el divorcio. Y no dejaba nada librado al criterio de los jueces. Es usted un agudo defensor de la sociedad marroquí, que hasta tiene la habilidad de no mencionar la sharia, denominándola en cambio “derecho consuetudinario”. Lo que me cuenta aquí es que hay una serie de leyes “modernas”, como la relacionada con el matrimonio infantil, que están ahí pero quedan libradas en su aplicación al criterio de los jueces, que “pueden aprobar matrimonios con menores”. Es decir, hay una serie de leyes de buen aspecto, pero “dormidas”. Así, de facto, esas leyes no son operativas.
Acierta usted al señalar que la “izquierda reaccionaria y puritana que soportamos en España” le pondría una multa a Amine Mkadem por fumar, en olvido de que el tabaco fue todo un símbolo de la liberación de la mujer, que hubo un tiempo en que decir “una mujer que fuma” era hablar de un espíritu libre.
Sospecho que también acierta cuando dice “siempre me he inclinado más por el conservadurismo y la reacción” y que “quizá por ello me (le) atraen las sociedades árabes”.
Justamente por eso yo he emprendido la crítica de la izquierda real y la he denominado “reaccionaria” y he señalado su filoislamismo. Hay también una derecha civilizada y una derecha profundamente reaccionaria. Los reaccionarios de izquierda y de derecha suelen coincidir en asuntos como el de los países árabes (y fíjese que no digo arabo-musulmanes porque me parece redundante: no hay países árabes no musulmanes). Ni izquierdas ni derechas existen ya, al menos desde 1989. Pero subsiste una lucha entre reacción y progreso. En este momento, la izquierda autodefinida como tal encarna lo peor de la reacción. Creo que por eso mismo, los miembros del actual gobierno suscribirían encantados sus dos mensajes, que quedarán en esta página como modelo de lo que no es, y como ilustración de lo que sostengo en mi artículo: habrá que esperar a que crezcan y se quiten de encima le terrible lastre del islam.
Por mi parte, este intercambio cesa aquí.
Cordialmente,
Horacio Vázquez-Rial
Cuando los políticos españoles se enfrentaron a la modernización de la sociedad española de finales de los 70, se encontraron con una sociedad relativamente homogénea, que nada tiene que ver con la actual sociedad marroquí, con morfologías sociales tan dispares.
No se trata de defender o no a la sociedad marroquí, sino de comprender quien es ese competidor correoso que tenemos en el sur. Uno de los pilares del análisis es el de la competencia, y si Marruecos lleva derrotando a España desde hace 55 años, diplomática, comercial y militarmente, es por la ignorancia poblada de viejos prejuicios con que los españoles nos enfrentamos a la gestión de nuestras relaciones con ese país. Creo que su posición intelectual apuntala esta aproximación conducente al fracaso. No es Ud. el único.
La sharia y el derecho consuetudinario marroquí son dos conjuntos que se intersectan en un área, que no puedo precisar en este momento por falta de conocimientos precisos. Pero arriesgando una aproximación, diría que en no más de un 10 ó 15%. Es lógico, se fundamentan en idéntica teología, pero el derecho tradicional marroquí siguió un curso diferente integrando modalidades de las culturas bereberes a las que tuvo que asimilar, y que siguen teniendo un peso en el total de la población marroquí actual muy importante. La sharia a que Ud. se refiere es una versión rigorista revisada por el fundamentalismo islámico más o menos reciente.
Valoro positivamente la actitud del legislador marroquí en relación a la aplicación del código civil reformado, porque se realiza desde una posición respetuosa con las poblaciones cuyas creencias actualmente, se encuentran reflejadas en esa tradición de derecho civil consuetudinario y no en el de las feministas u otros modernos de la sociedad marroquí. Como reaccionario que soy, me opongo a la modernidad forzada, cosa que Ud. como progresista, probablemente no, sintonizando con los lunáticos que tras ser tocados por el rayo de dios, impusieron sus ideas a cualquier coste, aplicándose en extensos programas de ingeniería social. Llámense Naser, Gadafi, Lenin, Ben Bella, Hitler, Mao, Reza Palevi, Hoover o como se llamen. Está muy bien que el derecho ampare lo que es “normal” para los grupos sociales avanzados, pero también defiendo que el derecho no lamine lo que para otros sigue siendo “normal”, como por ejemplo el matrimonio de menores o la poligamia. Estas prácticas no tienen nada que ver en estas sociedades tradicionales con lo que la imaginería feminista moderna y otros progresistas se hacen de ellas. En la mayoría de las ocasiones es un saco de deberes antes que de derechos, como cuando el hermano casado tiene que esposar a la cuñada viuda, con 5 hijos.
Me alegraría que el actual gobierno, suscribiera los dos comentarios míos en este debate, pero no lo tengo tan claro como Ud. asegura, puesto que uno de los ejes de la izquierda reaccionaria actual es la ideología de género y no creo que la Moudawana sea el tipo de intervención legislativa que gusten.
Lo que Ud. denomina el “terrible lastre del islam”, no es lo que los arabo musulmanes se quitarán de encima, nos guste o no nos guste. Su planteamiento es simplemente un absurdo imposible. Ni siquiera el comunismo consiguió barrer la religión, y eso que se empleó a fondo. El islam como religión seguirá, religión y política pueden distanciarse. La dinámica actual parece que va en ese sentido. Le vuelvo a sugerir que observe Ud. los hechos en lugar de interpretarlos desde esquemas analíticos que si bien fueron válidos coyunturalmente, se vuelven obsoletos a velocidad de vértigo. Observe el esfuerzo de los escribas musulmanes de todo el mundo y de todas las categorías, afanados en integrar las categorías políticas de la democracia occidental en su específica teología política. Un esfuerzo inmenso que está alineando el pensamiento político en una dirección, imprevisible hasta ayer.
Un saludo.
No crea en mi optimismo. Lo que ocurre es un cambio de percepción. Hace unos meses lo que hoy a Ud. le suena a optimista, a mi me hubiera sonado a imaginación. Pero si uno deja de lado la erudición y los libros, que necesariamente siempre hablan del pasado, y aplica la vista y el oído para observar lo que ocurre, se lleva sorpresas. Y hoy se puede aplicar la vista y el oído desde el confortable cuarto de estar y una prótesis electrónica. No es más que eso. Las fuentes ya señalo cuáles son, comunes y accesibles para cualquiera. Por lo demás, carezco de nostalgia revolucionaria de tiempos pasados, porque siempre me he inclinado más por el conservadurismo y la reacción. Quizá por ello me atraen las sociedades árabes.
En relación a la situación de la mujer, los datos que dispongo son de Marruecos.
En 2004 se aprobó una reforma del código civil (Moudawana), en donde se abole la noción de attaâ (obediencia) de la mujer frente al hombre, se reconoce el derecho de la mujer a solicitar el divorcio y a casarse sin la obligación de contar con el acuerdo de un tutor, se igualan los dos sexos en relación a los derechos de herencia, y se establece la edad de matrimonio en los 18 años, pese a que los jueces pueden aprobar matrimonios con menores.
Pero se mantienen algunas figuras jurídicas tradicionales que las mujeres menos tradicionales no consideran bien, como la posibilidad de la poligamia, aunque subordinada a la autorización del juez y con posibilidad de que la mujer pueda condicionar al marido al contraer matrimonio, a no casarse con otras esposas. También se mantiene el repudio por parte del varón, aunque condicionado a la autorización del juez. El principio de la separación de bienes no se aborda, pero se menciona la posibilidad de establecer en documento separado un régimen de gestión de los bienes adquiridos durante la unión.
Esta reforma, en el contexto social muy tradicional en que se produce, es bastante atrevida. Unas 150 mil personas se manifestaron en Rabat en apoyo a la reforma, frente a más de 1,5 millones que se manifestaron en Casablanca contra la reforma.
Desde mi punto de vista la legislación está más avanzada que las mentalidades, pues la “hkam” o autoridad patriarcal que conserva el pudor y la castidad de las mujeres, o la “hchouma” que normativiza su comportamiento público, siguen muy vigentes en el conjunto de la sociedad marroquí. En definitiva, una sociedad tradicional que juzga a las mujeres en primer lugar por su virtud.
El asociacionismo femenino es muy amplio y activo, tanto desde la perspectiva feminista como desde la de derechos humanos.
En diciembre 2010, el Ministerio de desarrollo social, familia y solidaridad (MDSFS), presentó un balance del que extracto algunos datos significativos sobre el impacto de la reforma.
• El 64,56% de los divorcios en 2008, fueron solicitados por mujeres, cosa impensable anteriormente.
• En el mismo año, se produjeron 39.296 solicitudes de matrimonio de menores, el 99% de las cuales concernía a mujeres. Los tribunales de familia autorizaron el 78% de estas solicitudes. Las organizaciones de mujeres y de derechos humanos del país, estiman que la mentalidad de los jueces es proclive a este comportamiento jurídico excesivamente comprensivo en relación al matrimonio infantil.
Sobre la visibilidad de la mujer en la sociedad marroquí, el 10% de los puestos de responsabilidad en las administraciones públicas están desempeñados por mujeres, 5 ministerios cuentan con una titular al frente, y 34 mujeres (aprox. un 10%) ocupan un escaño en el parlamento marroquí para el total de partidos. En el aparato judicial, hay 612 juezas, es decir casi un 20% del total.
Otra reforma legislativa importante es la del Código de la Nacionalidad, en lo que respecta a los hijos de matrimonios entre una marroquí y un extranjero. El legislador se ha quedado corto, porque solamente reconoce la nacionalidad marroquí de los hijos, si el padre es musulmán.
Todos estos datos se pueden interpretar de muchos modos. Las mujeres marroquíes que militan en las organizaciones feministas o de derechos humanos, así como grupos sociales avanzados de hombres y mujeres de la sociedad marroquí, consideran insuficientes estas reformas. Los grupos sociales conservadores y tradicionalistas contemplan estas reformas como un desastre. Desconozco la proporción de avanzados o conservadores en esta sociedad, pero intuyo que al día de hoy las mentalidades de corte conservador son amplia mayoría.
Hay un aspecto en la aplicación de la ley que a mí me parece interesante y adecuado para una sociedad con grupos sociales tan dispares. La ley, al dejar buena parte de las limitaciones de derechos tradicionales al criterio de los jueces, se adapta al contexto de administración de justicia donde tiene que dictar sentencia el juez. Una ley que procediera imperativamente de modo uniforme a todos los grupos sociales dispares de una sociedad, se convertiría en una herramienta de ingeniería social al servicio de un grupo de poder en el estado. En este caso, digamos, que la ley ampara unos derechos para la mujer que quiera acogerse a ellos, pero no lamina los derechos de los que no se quieran acoger y prefieran el derecho consuetudinario.
Otros observaciones de interés sobre las mujeres en la sociedad marroquí actual, nos lo aporta el blog Reda El Ourouba, que tras las manifestaciones dinamizadas por el Movimiento 20 de Febrero, lanzó una especie de sondeo entre los jóvenes internautas. De los que respondieron al sondeo, el 23% son mujeres.
Entre los jóvenes internautas que participan activamente en los foros de debate político, el número de mujeres me parece superior al dato que extrae El Ouruba de su sondeo, pero confieso que no las he contado nunca.
Como información de carácter cualitativo, me sorprendió ver por primera vez en un país arabo musulmán, que en esas manifestaciones había algunas chicas que actuaban como líderes, a cara descubierta y megáfono en mano. En una sociedad tradicionalmente patriarcal, donde el padre sigue extendiendo la mano a los hijos para el besamanos tradicional, me sorprende, al igual que me sorprende esta foto de Amine Mkadem, una de las líderes del movimiento 20 de febrero, posando en un periódico tras una entrevista, con su mejor sonrisa y un espléndido pitillo entre sus dedos. La izquierda reaccionaria y puritana que soportamos en España, ¿le pondría una multa?
Lo siento, pero la foto de Amine no consigo pegarla
Haciendome eco de lo que comenta el Sr Escolano en cuanto a aplicar la vista y el oído a lo que nos llega de estas revueltas en el mundo árabe musulmán, veo a los manifestantes y combatientes arrodillados en masa a la hora de la oración y oigo constantes gritos de Ala U Akbar (Alá es grande) entre los manifestantes de Egipto, Libia o Yemen. Veo muy pocas mujeres, inclusive en las ciudades más cosmopolitas como El Cairo donde no era raro ver mujeres descubiertas o fumando en sus calles mas centrales en situaciones de normalidad, y muy pocas a cara descubierta. Tampoco he escuchado en las rápidas entrevistas a los rebeldes, consignas ni argumentaciones que no sean mas que las de odio y oposición a los lideres cuestionados, con algunas pocas excepciones que confirman la regla. Si “escucho” el silencio de los líderes y grupos islamistas que me resulta terriblemente elocuente.
Tiene Ud. razón, son musulmanes y seguirán siéndolo. Lo único que pretendía señalar es que tengo la impresión, apoyada en las observaciones que señalo, que la utopía política islámica está en declive y que por primera vez en la historia de esos países desde sus independencias, observo una generación que identifica las causas de sus problemas de manera diferente.
En primer lugar, como algo intrínseco a su propio modo de organización política, es decir, al modo de administrar la cosa pública, al modo de ejercer la autoridad y al modo de garantizar los derechos individuales. Esto es lo novedoso.
En segundo lugar, ya no valen las diferentes teodiceas o explicaciones del mal que hasta ayer habían condicionado su dinámica política; el imperialismo/colonialismo, el sionismo/los judíos, o la debilidad de la fe y la apostasía/islamismo rigorista (bien sea como amenaza o como utopía). Los argumentos utilizados por Gadafi en su penúltimo intento de salvación.
Observe Ud. el tratamiento en los medios de comunicación (gubernamentales, no gubernamentales, formales, informales, etc.) sobre la intervención en Libia, en relación a otras intervenciones del pasado. O el tratamiento de las noticias sobre Israel y las últimas intervenciones del ejército israelí en Gaza. Algunos periodistas, habituados a los viejos mantras repetidos durante 60 años, se quedan sin palabras.
Esta erosión y derrumbe de los viejos mantras, no se produce porque las poblaciones árabes se hayan convertido al liberalismo democrático, sino porque los mantras se han demostrado ineficaces, han fracasado e incluso han sido derrotados militarmente en Irak y Afganistán. Quizá se están recogiendo ahora los frutos del esfuerzo en Irak y Afganistán, que la ingenua ilusión popular soñaba como implantación democrática. Pero no existe democracia sin la previa derrota de sus enemigos. Como la democracia europea es tributaria de la derrota incondicional del nacionalsocialismo y de la guerra fría.
En la mentalidad árabe, condicionada por su singular teología, el vencido militarmente, se deslegitima por su propia derrota, puesto que si dios no le ha concedido la victoria, es porque era un “falso profeta”. Algo muy diferente ocurre en la teología cristiana, al anteponer una verdad moral al éxito o fracaso de su despliegue histórico concreto. La figura de Jesús crucificado no es la del profeta del islam.
En este vacío, las élites emergentes de jóvenes nacidos después de 1980 (me refiero a personas que saben escribir, leer, que tienen una formación académica media o superior, que opinan y que necesariamente ocuparán las posiciones de liderazgo en sus sociedades), están más próximos a la mentalidad occidental de corte liberal democrático que nunca lo han estado generaciones anteriores.
Sus abuelos de los años 50 y 60, vivieron las humillaciones de la colonización y las falsas esperanzas de los procesos de independencia, liderados por demagogos profesionales como Naser & Co. Entre ellos Gadafi. Su mantra era el anticolonialismo, el neocolonialismo y las devastadoras ideologías también europeas del socialismo marxista. Montaron estados de economía dirigida y nacionalizada, asesorados por los grandes economistas y técnicos soviéticos. En los años 70 ya habían demostrado su fracaso, pero ideológicamente seguían siendo una gran fuerza atractora y para entonces habían construido estados policiales tan sólidos que se mantuvieron en el poder sin grandes dificultades.
En los años 80, esos mismos líderes o sus descendientes dinásticos directos, se vieron enfrentados a una nueva utopía revolucionaria de carácter político religioso, que si bien siempre está latente en el islam, adquirió masa crítica suficiente por esos años. Esta utopía se desarrolló y difundió dentro uno de los tentáculos del gigantesco aparato de estado que los líderes surgidos de la independencia e inspirados por la URSS habían construido; el sistema de enseñanza. El islamismo político fue un asunto de clases medias instruidas en esos sistemas de enseñanza y no un asunto del pueblo iletrado. El fracaso anterior buscó una solución en la utopía islamista. Los estados policiales y sus viejos líderes de las independencias se mantuvieron o bien mediante la represión o mediante las concesiones a las nuevas generaciones que les empujaban. Y así han llegado hasta hoy, septuagenarios u octogenarios.
Para las poblaciones iletradas, desconfiadas en su vieja y tradicional sabiduría, el islamismo no fue gran cosa, puesto que habiendo vivido siempre en el temor de dios y la piedad popular, es decir en el reino de Ala, no podían creerse que en el nuevo reino que les contaban, los billetes y los corderos iban a llover del cielo.
El análisis geográfico del voto islamista, pone de manifiesto, que los grandes feudos se encuentran en las ciudades y entre los grupos de población instruidos. La mayoría de analistas extranjeros están equivocados sobre este asunto. Si se analizan los cuadros de estas formaciones políticas se verá que hay muchos profesionales de grado medio y superior y poquísimos jefes religiosos. También es cierto que a través de la caridad, estos grupos islamistas progresaron electoralmente entre las poblaciones iletradas.
Pero las utopías se desgastan rápidamente cuando los resultados son malos y la experiencia de Irán es ineludible. Hoy todo árabe sabe que eso es un fracaso.
La generación actual que está empujando, no por otra razón sino porque está afluyendo al mercado de trabajo, nació cuando la utopía islamista iba cogiendo auge. Y es una masa enorme, por la explosión demográfica de esos años. Empujan para hacerse un hueco, y saben de los fracasos anteriores. Están construyendo una nueva utopía política y los valores sobre los que están construyendo esa utopía se intersectan en gran medida con los valores de la utopía liberal democrática que las sociedades occidentales más o menos comparten.
Cuando describo esta dinámica política no estoy identificando a sus actores como EL PUEBLO, o LAS MASAS, y toda esa retórica grandilocuente del materialismo histórico o del romanticismo revolucionario. Son élites (en sentido amplio) generacionales que compiten para reemplazar a la anterior.
Digamos, que si las armas que utilizó la generación anterior a la actual de gente de menos de 30 años, contra las de la independencia, fue el islamismo, esta generación está utilizando y tiene que utilizar otras armas, para desbancar o hacerse un hueco en la estructura social y de poder de esas sociedades. Primero, porque las armas de los que se hicieron con el poder en las generaciones de los procesos de independencia, están obsoletas, vencidas militarmente en Irak. Ya no existe el marco de la guerra fría, las ideas del socialismo árabe se han derrumbado en sus propios fracasos, y los líderes que siguen ahí ya son muy mayores, ancianos en su mayoría.
De otro lado, las armas del islamismo político de la siguiente generación, también están desgastadas y desprestigiadas, acusadas por doquier de terrorismo, y muy importante, para los que consideran que la intervención contra Ben Laden en Afganistán es un fracaso, vencidas militarmente. Ben Laden, es posible que siga vivo, pero no está operativo y no es más que una rata en alguna alcantarilla.
El rumbo que tomen y su desenlace es incierto, porque el mundo no es tan simple como yo lo puedo describir en estas palabras, pero las razones para un prudente optimismo están delante de nuestros ojos y oídos. Siempre es mejor observar la realidad que imaginarla, y en occidente, durante todos estos años, hemos construido muchas teorías sobre el mundo musulmán, válidas en su coyuntura, pero que hoy actúan como velos que nos impiden en ocasiones ver lo que está ocurriendo.
En conclusión, el proceso que apunto no tiene nada que ver con la historia sagrada de las revoluciones que se estudian en los manuales escolares de este occidente romanticón, sino un proceso biológico social de renovación de las élites de esos países, que es político porque se trata de apropiarse o de influir en las estructuras estatales mediante el juego político, y que como tal, adopta la mejor estrategia en ese contexto competitivo, que es el juego democrático. Otra vía sería la militar, pero esa hoy está descartada en esos países, por el inmenso poder militar que estos estados concentran.
Los caminos que pueden llevar hacia la democracia son sorprendentes