Ana Nuño: “Las lágrimas de los blancos”

Rigoberta Menchú y la historia de todos los guatemaltecos pobres

Por Ana Nuño

En 1983 apareció en Francia un ensayo de Pascal Bruckner sobre el “gran complejo de culpa de los occidentales”: en su afán por lavar retrospectivamente su conciencia de las injusticias y crímenes del colonialismo, la izquierda tercermundista de Occidente decidió cargar con todos los pecados universales, exculpando siempre de antemano a los no europeos y no blancos. Es decir, a los supuestos parias de la Tierra.

No hay, es imposible que haya seres de otras etnias, culturas y colores de piel capaces de asesinar, torturar, saquear o siquiera mentir, y en el excepcional supuesto de que pudiera probarse que sí los haya, esta anomalía ontológica siempre podrá explicarse por alguna opresión, pasada o presente, ejercida por esos otros seres, maléficos y destructores, que en todo tiempo y espacio son “los blancos”.

El libro de Bruckner, Le sanglot de l’homme blanc, fue en su día denostado y rápidamente silenciado: hace 25 años su tesis era demasiado chirriante para los finos oídos de la intelectualidad de izquierdas, acostumbrada ya al canto llano de las misas deconstruccionistas y relativistas, uniforme y sedante. (En España, donde ni siquiera ha llegado a editarse el libro de Bruckner, ni eso: todos sordos como tapias). Con el tiempo, este ensayo ha adquirido la curiosa reputación de obra premonitoria, como si lo que aparece detallado en sus páginas fuera un diagnóstico precoz y no lo que realmente fue en su momento: la descripción fidedigna de una ideología, el izquierdismo tercermundista, que llevaba al menos dos décadas imponiendo urbi et orbi su catecismo (laico, cela va sans dire). Pero es que la tesis de Bruckner, desde luego, es hoy la misma que ayer, y quienes han cambiado de parecer son algunos de sus lectores. ¡Si hasta el diario Le Monde, Vaticano de la iglesia socialdemócrata y auténtico heredero de la ideología fustigada por Bruckner, considera ahora que su libro es uno de los ensayos más influyentes de los últimos cincuenta años!

El mismo año en que se publicó el ensayo de Bruckner: 1983, apareció en Guatemala y en La Habana la primera edición de Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, de Elizabeth Burgos. Un libro que recogía el estremecedor testimonio de una joven india maya quiché guatemalteca sobre las matanzas de las poblaciones indígenas que desde hacía años perpetraba impunemente el ejército de ese país centroamericano. Entre las muchas y detalladas denuncias de la joven Rigoberta destacaban los suplicios que padecieron su padre, su madre y su hermano. Recuerdo el horror y la indignación que sentí (leí el libro en 1987) ante la descripción de la muerte infligida al hermano menor de Rigoberta, Petrocinio, quemado vivo en la plaza mayor de Chajul junto a otros veintidós vecinos de este pueblo de El Quiché, que como él habían sido sometidos a horrendas torturas antes de ser supliciados de aquella espantosa manera.

Difícilmente podía concebirse, en 1983, mayor contraste que el ofrecido por la crítica razonada de Bruckner y el testimonio de Menchú recogido y presentado por Burgos. En el primer caso, una impugnación en regla del renovado credo de una izquierda que se valía de la compleja realidad del llamado Tercer Mundo para cambiar de piel y pasar página de sus muchas y contumaces complicidades con los regímenes comunistas de Europa del Este, China, el Sudeste asiático, Cuba y África; en el caso del libro de Burgos, el primer triunfo, el más sonado también, de los militantes oficiales de los derechos humanos, al amparo de sus múltiples oenegés y apoyos onusianos. De allí al Nobel de la Paz mediaban menos de diez años y la efeméride del Quinto Centenario del Descubrimiento de América. Y, por descontado, Rigoberta Menchú recibió el mentado premio, coronando así los esfuerzos de todos los lobbies izquierdistas del universo mundo.

Flashforward: en 1999, un antropólogo cultural con estudios en las universidades de Michigan y Stanford publica el fruto de diez años de investigación y trabajo de campo en El Quiché y aledaños: Rigoberta Menchú and the Story of All Poor Guatemalans. Y se arma la de Dios es Cristo. Bueno, la verdad es que ya su autor la había armado antes, y gorda, al publicar un trabajo de investigación sobre las raíces de los conflictos armados en otra comunidad del Quiché, la etnia ixil (Between Two Armies in the Ixil Towns of Guatemala, 1993). La tesis explorada por David Stoll, en aquella su primera contribución al estudio de la violencia en Guatemala, fue confirmada por su estudio de campo: muchos indígenas de la región declaraban que vivían y, sobre todo, morían asesinados “entre la espada y la pared”. Es decir, entre el ejército y la guerrilla.

Cuando Stoll, nuestro aguerrido antropólogo, reincidió en este tema lo hizo movido por el testimonio de vecinos de Chajul que juraban no haber sido testigos de ninguna quema pública de indios en la plaza de su pueblo. Stoll hizo entonces lo que cualquier antropólogo sin orejeras ideológicas: averiguar por qué los habitantes de Chajul desmentían abiertamente el tremendo suplicio del hermano de Rigoberta Menchú, como ésta lo había contado. Diez años después, Rigoberta Menchú y la historia de todos los guatemaltecos pobres daba una respuesta razonable: si había discrepancias entre el testimonio de la Premio Nobel guatemalteca y otros testigos de los mismos sucesos que ella había descrito con tanto dramatismo, la razón última era que Menchú había dado de las masacres de indios mayas guatemaltecos en El Quiché una versión convenientemente maquillada a efectos útiles de la propaganda del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), el grupo armado en el que militaba a comienzos de los ochenta.

El libro y la tesis de Stoll han desatado una extraordinaria campaña de denigración, sobre todo en los campus de Estados Unidos, donde han prendido las ideas, por ponerles algún nombre, de los John Beverley y Doris Sommer. Es decir, en los departamentos universitarios más afectos a esos pequeños y nocivos dioses que ya fustigaba Bruckner en su ensayo de 1983: el multiculturalismo, el relativismo cultural, el izquierdismo autoinculpatorio. O sea, en esos paraísos que son las universidades estadounidenses (nada que ver con nuestros patéticos centros de estudios superiores europeos, donde nada funciona o sirve para algo útil, desde sus desactualizadas bibliotecas hasta sus titulaciones, que valen en el mercado laboral menos que dos años trabajando de portero en una discoteca), donde los privilegiados del único y auténtico Primer Mundo se permiten el lujo de escupirse en la cara al asomarse cada mañana al espejo. No wonder! Bien saben que después de su gratuita toilette matutina, mientras dan clases o investigan en sus cómodos cubículos, vendrá a limpiarles el escupitajo que dejaron en el espejo la mexicana o salvadoreña o nicaragüense… o guatemalteca de turno.

Aquel primer testimonio de Rigoberta Menchú recogido y editado por Burgos, ojo, no es cualquier cosa: ha sido infinitamente más efectivo que cien Vietnams (¡pobre Che Guevara, de haberlo sabido…!) para impulsar la causa del izquierdismo tercermundista. El mismo de cuyos deletéreos efectos ideológicos y políticos nos advirtió Bruckner. Precisamente porque, en buena medida, aquel libro lo fue de propaganda al servicio de una causa impulsada muy efectivamente desde Cuba, como explica Elizabeth Burgos en su prólogo a la edición española del libro de Stoll, y porque sirvió para normalizar una política de defensa de los derechos humanos cooptada e instrumentalizada por los militantes de la “lucha armada de los pueblos oprimidos”, cobra especial relieve la publicación de la investigación de Stoll en España. No sólo por lo ya dicho de pasada: Burgos, impulsora del fenómeno Menchú, adjunta aquí un prólogo que, además de dar las claves del testimonio original de la guatemalteca, ofrece una crítica razonada de la recepción de aquel testimonio y del trabajo de Stoll. Pero también es importante este libro porque, a pesar de que desde hace tiempo puede consultarse íntegramente en la red, es al menos sano que, en el país que se negó a publicar el ensayo de Bruckner, un editor que cuenta con escasos recursos haya hecho el esfuerzo de acercar este trabajo indispensable aún más al público. Porque corrije las muchas dioptrías del testimonio de Rigoberta Menchú, desde luego, pero también porque, polémica Menchú aparte, el trabajo de Stoll es una fascinante descripción del complejo mundo de Uspantán, el pueblo natal de Rigoberta, y de los mayas quichés y los ladinos que son sus habitantes.

Quiero, por último, romper una lanza a favor de Elizabeth Burgos. En la violenta polémica académica y mediática desatada a raíz de la publicación del libro de Stoll, es ella quien ha recibido los golpes más duros e injustos. (Stoll se ha defendido bastante; ya era hora de que el público español conociera la postura de Burgos). Se ha dicho –y la misma Rigoberta Menchú se ha sumado a este coro de erínias– que Burgos manipuló el testimonio de la guatemalteca, movida por su fidelidad de entonces al régimen cubano, principal responsable de la estrategia maximalista de las guerrillas guatemaltecas. ¡Vivir para ver! Cuando Burgos entrevistó a Menchú en su casa, en París, a finales de 1982, la guatemalteca militante del EGP y la ex guerrillera procastrista venezolana sin duda sabían lo que querían hacer. Aceptar cualquier otra hipótesis es, como poco, despreciar la astucia política de ambas.

Es cierto que, a comienzos de los ochenta, Burgos seguía siendo una compañera de ruta del régimen cubano. Pero no son menos ciertas estas dos realidades: el examen por Stoll de las dieciocho horas de grabación del testimonio de Menchú, conservadas por Burgos, que sirvieron de base al libro de la venezolana y al Premio Nobel de la guatemalteca, confirman que Elizabeth no modificó un ápice las palabras de la militante del EGP; y en segunda pero no menos importante instancia, Burgos ha tenido el mérito añadido de haber renunciado pública y sonoramente, desde 1989, a impulsar la ideología y los métodos del régimen cubano, que en el pasado había defendido a capa y espada. En puridad, la experiencia y el testimonio de Elizabeth Burgos podrían figurar en el Por qué dejé de ser de izquierdas, de Javier Somalo y Mario Noya. Salvo por el hecho, conociéndola, de que a esta mujer, que ha sido testigo y partícipe de algunos de los más importantes episodios de las izquierdas latinoamericanas, le importa hoy menos trasladar su militancia a otro bando que dedicarse a analizar y disipar los fantasmas que la obnubilaron en su juventud. Los mismos, por desgracia, que siguen nublando la conciencia de nuestros contemporáneos. Al menos, de los que no hayan leído Le Sanglot de l’homme blanc y el portentoso trabajo de Stoll.

DAVID STOLL: RIGOBERTA MENCHÚ Y LA HISTORIA DE TODOS LOS GUATEMALTECOS POBRES.
Unión Editorial (Madrid), 2008, 509 páginas.

Vía Libertad Digital

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