De progenitores y misiones en Ceuta

Por Horacio Vázquez-Rial

El Gobierno nos obliga a volver una vez más sobre la cuestión de la corrección política, en sus dos vertientes: la semántica y la de la política práctica. En el orden semántico, los sabios oficiales (anónimos de puro modestos: sus nombres no figuran en parte alguna para que no hagan sombra al jefe) han hecho el más difícil todavía: al no poder vaciar las palabras padre y madre, al parecer demasiado arraigadas en el espíritu de este pueblo que insiste en ser católico por costumbre, sin pensarlo realmente, se han lanzado al camino más corto hacia su extinción: las han sustituido.

En el orden político práctico, enviaron al secretario de Movimientos Sociales y Relaciones con las ONG del PSOE, el diputado Pedro Zerolo, a Ceuta para que se ocupara, a su modo, de los problemas de la chirigota y/o de la minoría musulmana, que algo ha de tener que ver con la minoría gay, porque si no, no se explica la elección del personaje.

En cuanto a los padres y las madres, los nuestros y los de nuestros hijos y los de nuestros nietos, el desaguisado socialista es realmente monumental y revela que esta gente ha perdido todo sentido de los límites. Primero fue el matrimonio homosexual y luego, en el Estatuto de Cataluña, “otras formas de convivencia”. Yo no tengo la menor duda acerca de la intencionalidad última de estas fórmulas legales, que exceden con mucho la aplicación del término “matrimonio” a uniones civiles que no lo son: es la puerta abierta para la legalización futura de la poligamia, una institución respetable en la medida en que lo es para una minoría cultural diferente, la musulmana, por supuesto.

Los musulmanes son la única minoría que tiene un auténtico conflicto con el modelo familiar occidental. La legalización de las parejas homosexuales, como se ha visto, no era una necesidad social extendida. Pero, entre tanto, nuestros legisladores no han dicho una palabra acerca de la modificación del Reglamento de Registro Civil, por decreto del Consejo de Ministros, que introduce de tapadillo un modelo social de nuevo cuño: las palabras “padre” y “madre” son, de ahora en adelante, reemplazadas en los formularios de inscripción de nacimientos (o adopciones) por “progenitor A” y “progenitor B”. Si los padres están casados, como sucede en buena parte de los casos, no constará “Matrimonio de los padres”, sino “Matrimonio de los progenitores”. Así nadie está obligado a mencionar la siempre engorrosa cuestión de los géneros, o sexos, como se decía en la antigüedad.

Cualquiera de los dos progenitores puede ser de cualquiera de los géneros posibles, los dos del mismo, los dos de opuestos, los dos de complementarios, sin necesidad de declararse padre o madre, natural o adoptivo. Con el incomparable cinismo que caracteriza a los funcionarios encargados de aplicar las reglamentaciones como si fueran leyes, y las leyes como si fueran justicia, se declara en una página de dudosa paternidad que “así se elimina la necesidad de ‘inventar’ un progenitor a la hora de inscribir un hijo de madre soltera”, a la vez que subraya otra de las virtudes del decreto:

“Se podrá inscribir a los hijos adoptados en el lugar de nacimiento donde residan sus padres adoptivos, en vez de la localidad originaria del menor”.

O sea, que el lugar de nacimiento no será el lugar de nacimiento, sino el lugar en que te pille, y ni tu padre ni tu madre, ni tampoco tus dos padres o tus dos madres, serán más que progenitores A o B. En las parejas de mujer y varón, las de toda la vida, la B corresponde a la madre. Las organizaciones feministas deberían reclamar por semejante discriminación machista, que reserva la A al hombre.

Uno pensaba que lo razonable era que las uniones legales se llamaran “uniones legales”, reservando el término “matrimonio” para las uniones legales de hombre y mujer o derogándolo para todas. Pensaba que si dos hombres o dos mujeres adoptaban a un niño desempeñarían determinados roles parentales en relación con el pequeño. Pensaba que dos mujeres que se hicieran cargo de un niño desearían ser madres y ser reconocidas como tales. Más aún si una de ellas era madre biológica por cualquier medio de fecundación. Pues no. Nadie será nada: ni heteros ni homos serán nada. Lo ha decidido así el partido y el Gobierno de Pedro Zerolo, que no es un personaje pintoresco que se pasea por el mundo visitando asociaciones de gays, lesbianas y transexuales, que también, sino un modelo de representación y un arquetipo ideológico.

La astracanada de la chirigota, una ofensa al buen gusto, le dio lugar para exigir al Gobierno de Ceuta y al PP “una respuesta contundente” y para acusar al PP de buscar un enfrentamiento con Marruecos. Se instituyó así en defensor de los musulmanes, una comunidad nada liberal en lo que a hábitos sexuales se refiere. Sin embargo, el hombre fue cooptado en su momento por el PSOE como canalizador del “voto rosa”, es decir, como figura del colectivo gay: no por socialista, sino por gay.

¿Es posible enfrentar la singularidad de lo sexual en términos colectivos sin caer en la tentación totalitaria? No. Por tanto, en el ámbito de la sexualidad no hay más camino hacia la libertad que la concreción de lo individual. Como en lo tocante a la religión, la igualdad entre ciudadanos de todas las orientaciones y su convivencia ordenada dependen de que la práctica se mantenga en el espacio de lo privado, que es el espacio del sexo por excelencia.

Esto abarca, por supuesto, el plano más obvio del problema: el ser varón o el ser mujer es cuestión privada. En las sociedades democráticas, claro. En éstas, el acceso al poder y su ejercicio está abierto a los ciudadanos, cualquiera sea su género y su orientación sexual. No obstante, se ha impuesto el criterio, si es que se puede tener por tal, de que tiene que haber una cuota de mujeres. Así, el género pasa a formar parte del currículum, se convierte en un mérito equivalente a una licenciatura o una especialización determinadas, y la idea de ciudadano y la idea de democracia se ven cuestionadas.

Ya las listas electorales se confeccionan con arreglo al espíritu de cuota, de manera que quienes eligen diputados o senadores no eligen ciudadanos, sino candidatos que están allí por razones que poco tienen que ver con su trayectoria o con su representatividad real; apenas si tienen que ver con una falsa representatividad, fundada en el criterio de que sólo las mujeres pueden representar a las mujeres, idéntico al de que sólo los negros pueden representar a los negros, cuando la realidad indica lo contrario: la batalla parlamentaria por los derechos civiles de los negros en los Estados Unidos fue librada por representantes blancos.

Precisamente, los unos representaban a los otros: de no haber sido así, la noción misma de representación se desvanecería, puesto que está fundada en la diferencia: no se representa lo que se es, sino lo que no se es. El resultado de las dos batallas es bastante parecido.

Una vez conseguida por los representantes blancos la plena vigencia de los derechos de los negros, éstos pasaron a representarse a sí mismos en contra de los blancos en su conjunto, incluidos aquellos que habían asumido la defensa de sus derechos. Lo que se logró con ello fue la constitución de lobbies negros, formados por personas que eligieron denominarse a sí mismas “afroamericanas”, imponiendo una precedencia del derecho de sangre –precisamente lo que se había creído superado con la efectiva vigencia de los derechos civiles– por sobre el derecho de suelo, constitutivo del Estado en que desarrollan su actividad.

Estos lobbies, de más está decirlo, funcionan como poderes fácticos capaces de torcer el rumbo de cualquier proyecto legislativo, afecte o no a la comunidad negra. Así, representantes que fueron elegidos como portavoces de un colectivo pueden servir, y de hecho sirven, a intereses que nada tienen que ver con su origen.

Del mismo modo, la plena participación de las mujeres en la vida política fue arrancada en parte a varones renuentes a concederla, y obtenida en parte por obra de otros varones que creían firmemente en la igualdad de todos los miembros de la especie y que actuaron como representantes de las mujeres: tal el caso del filósofo John Stuart Mill, quien, como parlamentario, propuso el voto femenino en 1865, en el apogeo del reinado de Victoria. Una vez conseguida esa participación, empezaron a funcionar los lobbies femeninos, capaces de votar en cualquier cámara o congreso de representantes, y de inclinar en un sentido o en otro las decisiones a tomar en temas tan dispares como la energía nuclear o la política hidrológica, siempre en nombre de la mujer.

Es de desear que hombres y mujeres, blancos y negros, voten y decidan en pie de igualdad acerca de todos los asuntos que afectan al destino de una nación o de la humanidad, en tanto lo hagan como ciudadanos, en nombre del conjunto, y no de un colectivo en particular.

El Gobierno Zapatero ha extendido el problema a los homosexuales. Y de ahí ha resultado Zerolo, elegido en lista cerrada y como gay de cuota. Dentro de poco, visto el número de los implicados, habrá islamistas de cuota en las candidaturas.

Vía Libertad Digital

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