Tal vez alguien se asombre al encontrar un link en la apertura de un artículo. Pero es que no se trata de un link cualquiera, sino de una línea directa con la dignidad. En 1940, el rey Christian X de Dinamarca se negó a firmar la capitulación ante los nazis y decidió, con toda su familia, usar la estrella amarilla que la soldadesca alemana imponía a los judíos.
Ahora, con la misma entereza, el primer ministro danés, Anders Fogh Rasmussen, con entereza idéntica a la del monarca de entonces, ha decidido no pedir disculpas al enloquecido agresor islámico por unas caricaturas que, además de ser esencialmente ingenuas, plantean una realidad innegable, que los grupos de pirómanos enviados a quemar embajadas en países en los que nada se mueve si no es por orden o con el permiso gubernamental no hacen más que ratificar.
Dice Marc Bassets, el corresponsal de La Vanguardia en Copenhague, que los daneses no han tomado especiales medidas de seguridad; tal vez no recuerde que esas medidas se han tomado hace mucho y que los servicios de inteligencia de Dinamarca han abortado ya más de un atentado, incluso en otros países europeos: son bastante más eficaces que los españoles.
Dice muchas más cosas, algunas de las cuales conviene citar:
“Soeren Espersen, diputado del Dansk Folkeparti [Partido del Pueblo Danés], el partido de derecha populista que apoya en el Parlamento al Gobierno de centroderecha, ve poco margen para hacer concesiones con la libertad de expresión. ‘No podemos cambiar nuestra Constitución ni nuestras leyes. Un gobierno no puede pedir perdón por lo que un periódico publica. Esto podía pasar en la República Democrática Alemana o en la URSS, pero no aquí’, dice [Espersen]. […] ‘Que Arabia Saudí, el peor régimen del mundo, donde cortan manos y ejecutan a la gente por practicar sexo o donde las mujeres no pueden conducir y hay esclavos, dé lecciones a nuestro país, una de las mejores democracias del mundo, es indignante’, comenta [Espersen]”.
Está claro por el tono del relato que o el corresponsal o La Vanguardia, o ambos, miran con ojos críticos la política del Folkeparti:
“En los últimos años el Gobierno danés, con el apoyo del Dansk Folkeparti, ha aplicado una política de inmigración restrictiva. El diputado Espersen se jacta de que el número de inmigrantes ha pasado de entre 25.000 y 30.000 al año a 3.000 en el 2005. Gracias a leyes que, por ejemplo, han puesto obstáculos a la reagrupación familiar”.
Por último, lo que tal vez sea más importante: la historia de las caricaturas, de la que poco se habla y en la que nada hace pensar que no hayan alcanzado su finalidad:
“En Dinamarca –escribe Bassets– el debate sobre la libertad de expresión es intenso. Sobre todo desde finales del 2004, tras el asesinato a manos de un musulmán del cineasta holandés crítico con el islam Theo van Gogh. Después de que, el pasado verano, se supiese que un autor de libros infantiles no encontraba ilustradores para un libro sobre Mahoma, los responsables del Jyllands Posten lanzaron un reto: encontrar a alguien dispuesto a dibujar a Mahoma. El objetivo era comprobar hasta qué punto el islam había limitado la libertad de expresión en la sociedad danesa. Encontraron a doce dibujantes dispuestos a retratar al Profeta. Uno de ellos dibujó la famosa imagen de Mahoma con un turbante en forma de bomba”.
El planteamiento era equivocado: el islam no forma parte de la sociedad danesa, y su pretensión no es la de limitar en un determinado sentido la libertad de expresión en Dinamarca, sino en todo Occidente. Y la reacción, además de ser mucho más intensa y brutal de lo que la dirección del periódico podía imaginar, fue mucho más amplia en términos geográficos. Pero eso no ha amedrentado a los daneses.
Dinamarca, pues, ha fijado unos principios, principios de sociedad abierta, y lo ha hecho de tal modo que esos principios, por una vez, confío en que por primera vez, no son reversibles, no se pueden emplear para su propia destrucción. “Algunos ven al país escandinavo como un sustituto temporal de Israel, objeto de la ira islámica”, afirma el periodista. Y no era para menos: hasta ahora, Israel había sido la única democracia real, moderna y desarrollada que les había plantado cara.
¿Qué han estado haciendo mientras tanto las demás naciones europeas? Vacilar, pedir perdón por no se sabe qué ofensa sin pedir la menor explicación acerca de los asesinatos que cada día cometen los islamistas por doquier, en las capitales de Occidente, en Israel, en carnicerías sin medida entre ellos mismos por un quítame allí esas herejías, de una forma, con una intensidad y una constancia que jamás, y digo con toda precisión jamás, ni siquiera en las guerras de religión en Francia, fueron igualadas entre los cristianos más fanáticos ni, desde luego, entre judíos. Peor: pagando, subvencionando, autorizando y financiando la construcción de mezquitas por todas partes, en desmedro de catedrales y sinagogas, para que el islam se extienda, ocupe, conspire y ataque cuando le plazca.
Y digo “el islam” a plena conciencia: quisiera poder estar de acuerdo con mi muy admirado Gustavo de Arístegui y distinguir con él entre islam e islamistas, pero no me dan ocasión: ni una sola voz musulmana se ha alzado ni se alza para decir que todo esto es una barbaridad.
Todo esto: las quemas de embajadas, las celebraciones con ametralladora de Hamas, el proyecto atómico de Ahmadineyad, los atentados de la falsa resistencia iraquí –no es resistencia ni es iraquí: es agresión y es multinacional–, el deseo cotidianamente expresado de borrar del mapa a Israel, con el riesgo permanente de que Occidente entregue una vez más, quizá la última, a los judíos a un negro destino. Todos éstos: la Unión Europea, la exasperantemente indecisa ONU, el OIEA y hasta el Vaticano, que pide perdón por unos dibujos en los que no ha tenido arte ni parte y que, en última instancia, es incapaz de hacer suyos.
Y, para coronar estas jornadas de oprobio, el presidente de la sonrisa boba, dejando bien claro que lo suyo no es el laicismo, sino el odio a judíos y cristianos, en una carta escrita por quién sabe qué maquiavelo musulmán para que la firmen él y el integrista de supuesto rostro humano Erdogán, un integrista que se porta bien para que le dejen entrar en la fiesta.
Zapatero, “un tío que no puede comprender los sentimientos de la civilización de la que él mismo procede (seguro que tenía alguna abuelita que rezaba el rosario) y al que le parecen de perlas las befas, mofas y ofensas a los cristianos (sobre todo a los católicos), reclama respeto para los musulmanes y ‘comprende’ lo muy dolidos que están”, me decía hoy en una carta una amiga, en preciso retrato. Zapatero, el de la alianza de civilizaciones, remake burda del burdo diálogo de culturas propuesto en su origen nada menos que por Jatamí, el tipo que no quiso desayunar con la reina Sofía porque su religión no le permitía compartir ni departir con mujeres.
De ahí el link del título. En esa página se recogen firmas en apoyo de Dinamarca. Dinamarca, que se ha puesto una vez más la estrella amarilla, que ha asumido ser el sustituto temporal de Israel, como su viejo rey Christian. Dinamarca, que defiende con firmeza los principios sobre los cuales se asienta su convivencia y que, por lo tanto, defiende, hoy en solitario, los principios sobre los cuales se asienta nuestra convivencia, estimado lector, la suya y la mía.
Esto es la guerra, y es una guerra de religión, de ideas, de culturas; aunque hasta el momento sólo lo haya asumido así el agresor y nuestros próceres estén dormidos o colaborando con él. Salvo algunos señores con los que todos nosotros, los que en conciencia sabemos que el desastre está a la vuelta de la esquina, tenemos una deuda: Rasmussen, Espersen y otros a los que jamás hemos oído nombrar. Y que se juegan lo mismo que Van Gogh, que Fortuyn, que los editores y traductores de Salman Rushdie, enterrados hace tiempo mientras él, el supuesto condenado, pedía perdón por su frívolo tratamiento del Corán.
Este mundo está lleno de contradicciones curiosas, pero así y todo, vale la pena dar la batalla: los otros la están dando, de manera que si no hacemos nada estamos perdidos, cornudos y apaleados. Para eso pretenden prepararnos los colaboracionistas que hablan en nombre de Europa para facilitar la construcción de Eurabia. “Yo no quiero ser dhimmí”, decía Serafín Fanjul hace un par de días en ABC. Yo tampoco. ¿Y usted?