La izquierda española es, en términos intelectuales, la más pobre de Europa. Alemania tiene a Marx y a Engels, si es que la cosa no empieza en Hegel y Kant, y todo lo que uno pueda imaginar hasta Horkheimer y sus discípulos. Francia tiene a Saint Simon y a Fourier, padres fundadores, y un brillante siglo de Sartre. Italia ha legado nombres ilustres para el debate desde el momento mismo de la Unificación, y nadie puede aspirar a entender el proceso de las izquierdas europeas sin leer a Gramsci o a Bordiga. Los pensadores marxistas británicos son imprescindibles a la hora de explicarse el siglo XX. Hungría cuenta con Lukács.
Pero la indigencia hispánica en ese terreno es de verdad patética, desde los intentos divulgadores de Largo Caballero hasta el célebre libro de Santiago Carrillo sobre el eurocomunismo, flor de un día que se marchitó antes del atardecer. Felipe González, a pesar de las facilidades con que contó para ello –amanuenses talentosos mil, como el Kennedy de Perfiles de coraje–, no ha dejado escritura recordable, y el señor Zapatero, teórico sin teoría de la alianza de civilizaciones, a pesar de sus descansados años de diputado, casi sabáticos, en los que no abrió la boca ni para pedir café, no destaca por sus numerosos libros. González y Zapatero son herederos de una tradición ágrafa que sus hacedores de discursos ni siquiera compensan con alguna cita honrosa de tanto en tanto.
En una de sus salidas más brillantes, el señor de León que nos gobierna dijo que “la izquierda tiene que ganar primero en las ideas”. Hasta ahora, la suerte le ha sonreído, en esto también, y ha justificado el permanente asombro que revelan sus cejas circunflejas: las izquierdas vienen ganando en la batalla de las ideas, y sobre todo en la de la propalación de esas ideas, reducidas, eso sí, a consignas, desde hace mucho tiempo. En el caso de Zapatero, basta una mirada para constatar que el pacifismo es su reino, y en él sucede a Chamberlain; que las minorías le aman, y ahora le ha dado por reformar la Constitución porque los disminuidos quieren ser llamados “discapacitados” y lo correcto políticamente es darles esa satisfacción: ¡otra reforma de la Constitución, vaya por Dios! La lista de izquierdismos cotidianos del presidente sería demasiado larga para los límites de un modesto artículo.
Ahora bien: Zapatero no está solo en su guerra: le acompañan los ministros. Y uno de ellos, el de Administración Territorial, Jordi Sevilla, al que Alejo Vidal Quadras llama Jorge, del que sospecho debe de ser el peor porque el territorio está en pleno tsunami político y no parece que el hombre administre gran cosa; ese ministro, decía, sí ha escrito un libro. Que se llama nada menos que De nuevo el socialismo. No pienso reseñarlo aquí ni en ninguna otra parte: sólo lo menciono porque el señor Sevilla, tal vez por gentileza, tal vez por auténtica fe en el magisterio de su jefe, le ha pedido a Zapatero que se lo prologara.
Como se sabe, la palabra “prólogo” refiere a un logos y define el discurso que antecede al logos propiamente dicho, al discurso que conforma la obra. Y también sabe todo el mundo que ese logos está relacionado con las palabras “psicología” o “sociología”: discurso sobre la psique, discurso sobre la sociedad. Y que, en el caso de la palabra “ideología”, habrá algo parecido a un discurso, un desarrollo en algún sentido, de las ideas. Pues bien: no es así, a juzgar por lo que escribe el prologuista al respecto:
“Ideología significa idea lógica y en política no hay ideas lógicas, hay ideas sujetas a debate que se aceptan en un proceso deliberativo, pero nunca por la evidencia de una deducción lógica”.
Sic, sic, muchas veces sic. ¡Ni que hubiera estudiado en la época de la LOGSE y eso fuera el comentario de texto de alguna instancia final! Cosa que no es, porque para cuando empezó a regir la LOGSE él ya era diputado o estaba a punto de serlo, lo cual, en cambio, podría explicar unos cuantos criterios de los que, para nuestra desgracia, sustentan esa ley: un presidente así sólo puede aspirar a que se apruebe a todo el mundo.
Completo la cita antes de comentarla: afirma Zapatero en eso que precede al logos del ministro Sevilla que
“si en política no sirve la lógica [recordemos que acaba de decir que en política no hay ideas lógicas], es decir, si en el dominio de la organización de la convivencia no resultan válidos ni el método inductivo ni el método deductivo, sino tan sólo la discusión sobre diferentes opciones sin hilo conductor alguno que oriente las premisas y los objetivos, entonces todo es posible y aceptable, dado que carecemos de principios, de valores y de argumentos racionales que nos guíen en la resolución de los problemas”.
Son unas cuantas afirmaciones que hay que valorar en su justa medida porque proceden de la pluma de un señor que, evidentemente, no sabe qué es la ideología pero que tiene que ser atendido porque es el líder de una de las tres corrientes ideológicas más importantes de España: las otras dos son el liberalismo conservador y el nacionalismo. El que dice que ideología significa idea lógica es el líder de la corriente ideológica que está en el Gobierno. Pero lo grave es lo que sostiene a continuación: que hay algunas que son lógicas y otras que no, y que estas últimas son las que cuentan en política. Así se entiende: si él reconoce que las ideas que maneja en el terreno político son ideas sujetas a debate, que se pueden aceptan en un proceso deliberativo, por el motivo que sea, pero nunca por la evidencia de una deducción lógica, ya sabemos en qué consiste el Plan Zapatero para España: una larga deliberación (no emplea la palabra “diálogo”, tal vez por aquello del logos entre dos) acerca de ideas que carecen de toda lógica, quizás el nacionalismo o los derechos históricos, o el derecho al paisaje catalán que se recoge en el Estatut. Quién sabe. Logos manicomial.
Más afirmaciones del líder ideológico, que lo es también en lo moral:
1) “En política no sirve la lógica”; debido a lo cual
2) “en el dominio de la organización de la convivencia no resultan válidos ni el método inductivo ni el método deductivo”, que son, en versión presidencial, la lógica toda;
3) lo que sirve en el dominio de la organización de la convivencia es “tan sólo la discusión sobre diferentes opciones sin hilo conductor alguno que oriente las premisas y los objetivos”, que es lo que él hace constantemente; por ejemplo, cuando pide permiso en el Congreso para sentarse con los amigos de De Juana Chaos a dialogar para organizar la convivencia sin inducciones ni deducciones, que eso debe de ser cosa de fachas del PP, y sí, en cambio, discutiendo sin hilo conductor alguno que oriente las premisas y los objetivos, que es lo que le pide casi con desesperación Mariano Rajoy cada dos por tres; será porque Rajoy no entiende qué es la política, pero quiero dejar sentado que lo dice Zapatero, no yo;
4) “entonces todo es posible y aceptable, dado que carecemos de principios, de valores y de argumentos racionales que nos guíen en la resolución de los problemas”. Sí, eso es lo que le pasa a quien empieza por decir que en política no hay ideas lógicas.
No se sabe si es un registro de historia clínica o una guía de inmoralidad.
Tengo para mí que lo que el hombre quiso escribir, sin que en ese propósito le acompañaran el talento ni la fortuna, es que en política, en la política del Estado, la ideología es apenas un factor, puesto que la realidad es inflexible. No es imposible que haya intentado hacer un alegato posibilista porque seguramente recuerda, aunque en forma oscura y vaga, la metamorfosis de Felipe González en su tránsito de Isidoro a presidente, aunque a él, a Zapatero, el poder no vaya a cambiarlo. Creo que tuvo la intención de explicarnos que a nadie le gusta desayunar sapos pero a los políticos no les queda más remedio, y terminó diciendo la verdad, muy a su pesar, como si le hubiesen inyectado algún suero para obligarle a confesar. En esas manos estamos.
Horacio hace aquí un comentario que resulta confuso. Habla de “dialogo” interpretándolo como un “logos entre dos”, es decir como “duólogo”. No queda claro si esa creencia de que la pala-bra griega “dia” (en la que tiene su origen nuestra expresión) significa “dos”. “Dia” hace alusión a “la conexion “entre” y diálogo supone un logos entre dos o entre los que sean necesarios. El diálogo se realiza, por lo tanto “a través del logos” y “dia” expresa justamente ese tránsito que permite el razonamiento. Es decir: un diálogo es un “discurso”, un razonamiento en el cual, por supuesto, participan dos o más, sin que el término haga referencia a los participantes sino al medio de participación. De ahía los nombres científicos: “zoología” (razonamiento acerca de los animales), “geología” (razonamiento acerca de la tierra), “morfología” (razonamiento acerda de la forma). La confusión entre “dia” y “dos” está arraigada en la incomprensión etimológica, como denota el término “monólogo”) que ya no se entiende como el razonamiento acerca de si mismo (que sería lo etimológicamente correcto) sino como “razonamiento consigo mismo”. Lo importante del “discurso” es que se haga a través del razonamiento mental o hablado (ratio et oratio – como creo que afirmaba “Cicerón”) sea consigo mismo, entre dos personas o entre todo un colectivo.