Enterrar a los muertos. No podía haber título más adecuado para este libro, que es en sí mismo una tentativa de cumplir con ese imprescindible ritual. En estos duros tiempos políticos parece ser una consigna general desenterrarlos, airearlos y restregar sus andrajos por el rostro del que, se supone y no siempre se acierta, hubiese sido el enemigo en la Guerra Civil, llevando a cabo un peligroso ejercicio de historia contrafáctica que, por un lado, no da réditos seguros y, por otro, suele hacerse desde la ignorancia.
El hecho en torno del cual gira el texto de Martínez de Pisón es la detención y el asesinato de José Robles, amigo y traductor de John Dos Passos, por los servicios soviéticos de espionaje y represión que actuaron en la zona republicana durante la contienda. No voy a dar aquí detalles de la peripecia de Robles, pero no puedo dejar de evocar la escena en la que Pepe Quintanilla, históricamente unido a Dos Passos y a Robles, le dice al novelista “que sí, que conocía los pormenores del caso pero que carecían de importancia, y que él, Dos Passos, no tenía que darle más vueltas”, tal como consta en la biografía de Luis Quintanilla, su hermano, escrita por el sobrino, Paul Quintanilla.
Dos Passos, que había venido a España para colaborar con Ernest Hemingway en el guión de la película de Joris Ivens Tierra española, abandonó el país con una visión de la realidad muy diferente de aquella con la que había llegado. En algún momento, una de las personas que participaban en la elaboración del documental, en su mayoría inquietas por las indagaciones del narrador americano, le dijo: “¿Qué es la vida de un hombre en un momento como éste? No debemos permitir que nuestros sentimientos personales nos dominen…”
Cuando se vio que Dos Passos había perdido todo interés en la película de Ivens, Hemingway le preguntó qué pensaba hacer respecto del caso Robles. “Dos Passos, para quien al contrario de lo que Hemingway pensaba, éste no era un incidente aislado, contestó que primero pondría en orden sus ideas y luego contaría la verdad como él la había visto”. En un alarde de oportunismo, Hemingway, después de preguntar a su hasta entonces amigo si estaba con la República o contra ella, le hizo una advertencia terrible: “Si escribes sobre España tal como ahora la ves, los críticos neoyorquinos acabarán contigo. Te hundirán para siempre”. Y anota Martínez de Pisón a continuación que “la determinación de Dos Passos era ya firme: haría pública su opinión sobre la guerra de España aunque eso le costara sacrificar sus conexiones con los comunistas, que tanto poder tenían en los medios culturales norteamericanos”.
Lo de estar con la República o contra ella evoca en el lector informado dos frases terribles: “Dentro del Estado todo, fuera del Estado nada” (Mussolini) y “Dentro de la revolución todo, fuera de la revolución nada” (Fidel Castro). Castro extrapoló la noción para su uso personal, pero en el caso de Mussolini la consigna correspondía al espíritu de la época y expresaba un criterio compartido por fascistas y comunistas.
Pero en modo alguno Martínez de Pisón especula en ese sentido: con una sabiduría excepcional, elude todo desarrollo político o moral, limitándose a contar los hechos. Es consciente de que la historia de Robles es la historia de la historia, de que el destino de un hombre es el destino de todos los hombres, y la narra con una asepsia camusiana. “No es una novela”, le oí afirmar. Es un texto histórico y un producto periodístico de gran calado, con grande y preciso aparato documental, que en ningún caso perturba la lectura. Pero además es una novela, y espléndida, por cierto.
Al publicarla, Martínez de Pisón corre riesgos muy parecidos a los que corrió Dos Passos en su día. No porque “los comunistas”, en sentido estricto, tengan poder en los medios y estén en condiciones de hundir una carrera literaria, sino porque la República española perdió la Guerra Civil, y la Unión Soviética perdió la Guerra Fría, sino porque ambas ganaron a la larga la guerra de la propaganda y consiguieron relegar a un plano secundario las tendencias totalitarias de gran parte de los dirigentes de la primera, la intervención totalitaria de los rusos en España y el totalitarismo flagrante del régimen soviético. “Enterrar a los muertos” no es tarea fácil cuando hay tanta gente empeñada en desenterrarlos.
Ignacio Martínez de Pisón, Enterrar a los muertos, Barcelona, Seix Barral, 2005, 272 páginas.