María Teresa G. Cortés: «Utopías», esos engaños de la ficción

A la memoria de Horacio Vázquez-Rial (1947-2012)

Por María Teresa González Cortés

Estas páginas las elaboré tras mantener una conversación interesantísima con Horacio Vázquez-Rial, dos años antes de su fallecimiento. Horacio quería crear una plataforma pública que, abierta a la crítica, incluyese todo tipo de ensayos, estudios, artículos…, capaces de desmantelar el carácter falsario de los idealismos. Sin equivocarse un ápice, Horacio observó las dosis de intolerancia que vertebran las ideologías políticas y religiosas, antipolíticas y fundamentalistas de nuestra época. Su preocupación tenía sentido, pues la neblina dogmática que Horacio detectaba en muchas de las formulaciones teóricas contemporáneas nos conduce a ver hasta lo que no existe generando no pocos espejismos a nuestro alrededor.

Si a esto unimos el hecho de que en Europa ciertos políticos, en el momento de defender su utopía, se apartan de los límites del sentido común y empiezan a sentirse “sabios” y a creerse “seres” con un profundo sentido público de la ley, incluso a  conceptuarse a sí mismos como “personas” con excelsos valores morales, entonces quizá sea bastante apropiado analizar los excesos de esos roles (de sabio, jurista y santo) que identifican a los políticos “utópicos”.

Lejos de los caminos de la lógica, raras son las ocasiones en que ponemos en tela de juicio el andamiaje de nuestras ideas. Y es que la mayoría de las veces no solo nos dejamos llevar por la presión mediática de sectas y grupos, sino que a rebufo de las modas que nos rodean terminamos por perder cualquier traza de pensamiento INDEPENDIENTE. Por tanto, resulta oportuno analizar en este momento los abusos de las utopías máxime cuando éstas, en tanto rehúyen y falsean la realidad, son propensas a crear mitologías, a propagar paganismos y a fundar toda suerte de religiones laicas. Además, y como veremos a continuación, las utopías siempre conllevan distopías, o sea, riesgos políticamente muy negativos.

Los peligros de las utopías

A las utopías les mueve una pasión, un entusiasmo febril por los relatos fantaseados. Pero sobre todo, y esto no es menos importante, todas las utopías son, aunque en distinto grado, restos de un arcaísmo platónico y, en consecuencia, herencia de un protofascismo primitivo e indócil. Y es que que no es una mera coincidencia el que las utopías sean una clase de idealismo político opuesto al realismo democrático. De hecho, desde Platón a Moro, desde Campanella a Morelly, desde Calvino a Rousseau, desde  Müntzer a Marx, desde Bacon a Skinner, desde Defoe a Nietzsche, desde Mussolini a Franco, desde Hitler a Stalin…,  toda utopía lleva en su seno elementos totalitarios claramente aberrantes o distópicos. ¿Distópicos? Por supuesto, ya que las utopías defienden con sentimientos de rebeldía “antisistema” un sentido espartano –léase “autoritario”- de la autoridad.

¿Y esto adónde nos lleva? Nos conduce a que no es cierto, ni siquiera desde el punto de vista lingüístico, que la utopía sea una eutopía (o buen lugar). Es más, decía el filósofo español Ortega y Gasset (1883-1955), y de manera acertada, que «lo falso es la utopía, la verdad no localizada vista desde lugar ninguno». ¿No localizada desde lugar ninguno? Desde luego, puesto que la voz “utopía” proviene de la palabra griega οὐτόπος (οὐ: no, τόπος: lugar), y la utopía, según el filósofo alemán Peter Sloterdijk (1947-), «ha sido la forma mental, literaria y retórica de un cierto colonialismo occidental imaginario [… que] nos ha servido a la vez para proyectar la realidad exterior de nuestra sociedad sobre nuestro imaginario y exteriorizar nuestros sueños interiores sobre lugares alejados».[i]

¿Entonces la utopía es un subgénero de la ciencia ficción, como defiende el académico de origen yugoslavo Darko Suvin (1930- )? [ii] Sin duda alguna. Aceptada esta definición, debemos preguntarnos por qué una clase política necesita ante sus votantes presentarse con atributos heroicos y acunar sus proyectos con los colores milagreros de las utopías. O lo que es igual. Por qué, en lugar de solucionar los problemas cotidianos de las personas, los utópicos se dedican a hacer pompas de jabón –hubiese dicho Voltaire-  y a defender la utopía pedagógica de la ignorancia, la utopía del determinismo historicista, la utopía de la alianza de civilizaciones, la utopía del multiculturalismo…, igual que en otros tiempos otros utópicos defendieron la utopía racista, la utopía de la superioridad de una clase social, la utopía de la perfectibilidad, la utopía de la protesta, etc.

De momento, no tenemos contestación a estos interrogantes, pero todo conduce a que los utópicos (políticos, intelectuales, escritores, etc.) desean que la libertad personal, lejos de ser tal, funcione cual mecanismo de relojería y marche al tictac de las utopías que defiende apasionadamente un grupo social.

El fenómeno “Tasaday”

El pensador y político Thomas More (1478-1535) planteó las bondades del altermundismo. En su escrito Del estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía, proponía una sociedad al modo platónico, o sea, una alter sociedad planificada y controlada hasta en sus detalles más nimios. Curiosamente y desde hace unos pocos años surgen con fuerza nuevos T. More que, desde la isla de Multiculturalismo, predican la pluralidad de las costumbres, pero bajo el argumento de que los cambios dañan y precipitan la aniquilación de las tradiciones.

Ahora bien, ¿cómo puede haber una Historia sin Historia? o, como se preguntaba Kant, «¿cómo es posible una historia a priori? Muy sencillo cuando es el propio adivino quien causa y prepara los acontecimientos que presagia», contestaba el filósofo alemán. Pues bien, suspirando por la predictibilidad e invariabilidad del mundo o, lo que es igual, anhelando una Historia sin Historia, es decir, anhelando detener el curso del tiempo, el mago de los adivinos, Jean-Jacques Rousseau, aconsejó: «no instruya en absoluto al niño del aldeano, pues no le conviene ser instruido».[iii]

Este sueño fantástico se ha visto irónicamente cumplido y en fechas no lejanas, pues con los fuegos de este espejismo  se decidió crear allende los mares un parque temático al estilo rousseauniano. Así, «la etnología rozó la muerte un día de 1971 en que el gobierno de Filipinas decidió dejar en su meollo natural, fuera del alcance de los colonos, [de] los turistas y los etnólogos, a las pocas docenas de Tasaday recién descubiertos en lo más profundo de la jungla donde habían vivido durante ocho siglos sin contacto con ningún otro miembro de la especie. La iniciativa de esta decisión partió de los mismos antropólogos que veían a los Tasaday descomponerse rápidamente en su presencia, como una momia al aire libre».[iv]

En el multiculturalismo la sumisión al vientre comunitario constituye un valor endogámico, además de una exigencia, igual que la regla carcelaria de Thomas More residía misoneístamente en prohibir a hombres y mujeres salirse de las normas colectivas establecidas. No obstante, cabe preguntarse por la razón de estas políticas coercitivas. La respuesta radica o en el dirigismo no disimulado de una élite (intelectual y política) que se otorga el señorío de reglamentar la vida humana en pos de la inviolabilidad de las tradiciones de la Tierra o en la búsqueda antidemocrática del “atrasismo de las masas”, y más cuando la utopía (que es el sitio que no admite otros sitios) encarna la añoranza adamita de un pasado primitivo que extasía o, como dice Vargas Llosa, «la utopía representa una inconsciente nostalgia de esclavitud, de regreso a ese estado de total entrega y sumisión, de falta de responsabilidad, que para muchos es también una forma de felicidad y que encarna la sociedad primitiva, la colectividad ancestral, mágica, anterior al nacimiento del individuo».[v]

Agreguemos a lo expuesto que la utopía del multiculturalismo está vinculada a la defensa del determinismo historicista. De hecho, sus defensores y defensoras impiden la extensión y propagación de la democratización de las sociedades desde la creencia de que el acceso a la democracia está determinado por el lugar, por la cultura y las condiciones históricas. Dicho de otra manera: las y los defensores del multiculturalismo dejan  al modo Tasaday, o sea, en suspenso y sin cambios, el rumbo de la vida de millones de hombres y mujeres hasta el grado de difundir la idea de que quien quiebra los lazos de su útero cultural comete un acto de apostasía, de herejía incluso.  Por eso, y como ha subrayado muy bien el escritor e historiador Horacio Vázquez-Rial, «Las utopías contemporáneas no se sitúan en el final de la historia, sino en algún punto del pasado bastante remoto: los tiempos del Profeta o los precolombinos, por poner sólo dos ejemplos –sin duda, el comienzo de esta querencia por el pasado se puede situar en la Revolución Cultural maoísta o en la Camboya de Pol Pot–. Estos mozos, los progres, no quieren falsas democracias de modelo occidental, sino sharia o leyes quechuas o aymaras: Evo Morales les da la razón y restaura la legalidad originaria – vaya uno a saber qué es eso, si el mismo presidente lleva un apellido español –. Ya en 1992, un delegado indígena boliviano de los muchos que vinieron a España subvencionados por organizaciones antisistema –que, para el caso, eran anticentenario– lo expresó con claridad: “Nuestro futuro es nuestro pasado”».[vi]

Llegan los tlönitas

El argentino Jorge Luis Borges escribía en 1940, y en clave utópica,  un cuentecito muy curioso, titulado Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Las personas de Tlön (Tierra), no se dedicaban a buscar solución a los problemas diarios. No, al igual que sucedía en la Academia de Platón, los tlönitas volcaban su existencia en la especulación pura y etérea. Y ocurría, dice Borges, que «una de las escuelas de Tlön llega a negar el tiempo: razona que el presente es indefinido, que el futuro no tiene realidad sino como esperanza presente, que el pasado no tiene realidad sino como recuerdo presente».

Pues bien, con semejantes e idénticos malabarismos los adivinos de hoy, los multiculturalistas,  han decidido convertir a mujeres, hombres y niños en seres exóticos y ello gracias al empeño, convertido en argumento, de buscar lo alternativo y mitificar las (culturas de las) periferias qua locus de la autenticidad. Pero, ¿justificar el efecto Tasaday no recuerda en algo a la narración carcelaria de Un mundo feliz de Aldous Huxley? Quizás, sobre todo cuando, en nombre de esa Ley de Leyes que es la utopía, todo se subordina a un único fin, y el pasado, el presente y el futuro son encerrados coactivamente en la misma habitación, bajo llave y para siempre.

En relación con estos gustos represivos el genial escritor ruso Dostoyevsky en su Diario de un escritor (1873-1881) había reparado en la ironía de «que solo nuestra clase intelectual tenga una historia y que el pueblo se contente con servirla con su trabajo y con todas sus fuerzas». Pero de qué sorprenderse. Platón, como juglar de la utopía, había afirmado, y de eso hace ya dos mil quinientos años, que  «tanto si mandan con el consentimiento de sus súbditos o no, […] quienes gobiernan son en verdad dueños de una ciencia». Y, por extensión, tutores de la vida de los súbditos. [vii]

Características del pensamiento utópico

El multiculturalismo, como faro emplazado en las atalayas de la diversidad, insiste con banderas y pancartas en proteger la orografía de las tradiciones no dominantes. Y aunque en este siglo XXI parezca ser el mito justiciero de las periferias, en la práctica el multiculturalismo silencia el yugo de las tiranías que, por cuestión de cultura, padecen millones de personas.  Es más, debido a la alergia que sienten por las democracias modernas los defensores de la utopía del multiculturalismo, esta  utopía contiene elementos altamente reaccionarios, amén de peligrosos, dado que no se reivindica el mapamundi de la libertad, sino el colectivismo de grupos y comunidades.

Lejos del buen juicio de Edward Said (1935-2003), el cual solía repetir que «los derechos humanos no son objetos culturales o gramaticales y cuando se violan son lo más real que podamos encontrar»; lejos de lo que decía este norteamericano de origen palestino; el multiculturalismo o, peor, el mito del multiculturalismo tiene el inconveniente de ser expresión de la utopía. Pues bien, con el fin de entender los riesgos distópicos que escoltan la epistemología utopizante del multiculturalismo debemos analizar y de cerca sus características. Vayamos a ello.

Para Ernst Bloch, T. More tan solo fue el creador del término “utopía”, que no el Marco Polo, que no el inventor de la idea, que no el descubridor, en definitiva, de la noción de sociedad ideal que no existe. Al hilo de esto, Bloch consideraría las utopías, y no es extraño, como “sueños despiertos”. Y es que, al ubicarse en la Atlántida del imaginario más puro, el pensamiento utópico consigue moverse junto al latido de la ficción. Lo que implica que el sistema explicativo del pensamiento utópico se apoya, y ésta es su primera característica, en las leyes de la lógica borrosa. Dicho de otra manera. Quienes muestran apego por la utopía suelen ataviar a esta criatura intelectual con predicados omnicomprensivos, esto es, con enunciados vagos que, por centrífugos, carecen prácticamente de límites y, debido al hecho de que van  asociados a soluciones de un perímetro tan indefinido como amplio, exhiben una retórica prometedora, prometeica inclusive. Pero, a la vez, peligrosamente imprecisa y difusa.

Con esta forma borrosa de percibir y no situar los problemas en el seno de la realidad, se omiten los datos concretos de la experiencia. Y aquellas personas que desde la ética de la convicción se comprometen con las utopías resulta que consciente o inconscientemente ambicionan estar “libres” de la atadura de las evidencias empíricas, y “arraigadas” al país del Érase una vez…  para, y como decía Unamuno (1864-1936), «dar por filosofía lo que acaso no sea sino poesía o fantasmagoría, mitología en todo caso». [viii]

Unido a los reinos de una prosa ilusoria, el pensamiento utópico, y ésta es otra característica del mismo, trabaja igual que las antiguas pitonisas. Y, como conciencia anticipadora, se autolegitima con sus propias ucronías o visiones del tiempo. De ahí que las utopías tengan mucho de profético, mucho de infalible, mucho de cretinismo. De ahí que las utopías tiendan a hacernos beber en las aguas de visionarios hasta el límite, señaló el filósofo francés Maurice Blanchot (1907-2003), de creer que «se está tan seguro de tener razón en el cielo que se prescinde no solo de tener razón en el mundo, sino incluso del mundo de la razón». [ix] De ahí, en suma, y como señala atinadamente el pensador y novelista barcelonés de origen argentino Horacio Vázquez-Rial (1947-2012), «lo que en la divinidad es mérito, en el hombre es horror: la omnipotencia y la ubicuidad, en el plano humano, se traducen como totalitarismo». [x]

A estos rasgos nada halagüeños hay que añadir, en tercer lugar, que el pensamiento utópico siempre opta por una narración cerrada que, ajena a la experiencia fáctica, resulta “autorreferencial”. Este es el motivo por el que los relatos utópicos habitualmente traicionan las leyes del tiempo corriente. Y al desertar del tempus vulgar, lo observó el antropólogo rumano Mircea Eliade (1907-1986), acaban entrando en los pasadizos del tiempo sagrado, en los laberintos de ese tempus sacro que no necesita, para iluminar el camino, más que sueños y noúmenos. [xi]

De otro lado, y puesto que constituye una  imagen de la perfección prístina del mundo proyectada al futuro, ocurre que el pensamiento utópico propende a manejar toda suerte de elementos religiosos, como El ParaísoEl Dorado, Shangri-La, etc., y, por tanto, tiende a reflotar y a legitimar lugares de sublime corrección en cuyo seno y armonía, defienden, vivirán felices mujeres y hombres. ¿Y por qué esa característica? Porque según el filólogo y filósofo canadiense Northrop Frye (1912-1991)  todos los arquetipos, símbolos y mitos literarios, incluidos los utopistas, remiten a una experiencia religiosa. [xii]

Este es el caso de  El filósofo de la Utopía Ernst Bloch (1885-1977). Recordemos que a juicio de este pensador alemán no se puede vivir sin ensoñaciones ni llegar a experimentar el espíritu de la utopía sin la esperanza e intermediación de elementos y categorías religiosas como el mesianismo, el apocalipsis y la escatología. Lo cual tiene su enjundia porque Bloch habla (¿sin darse cuenta?) como teólogo marxista y (¿contradictoriamente?) en calidad de filósofo laico que defiende la utopía religiosa del marxismo. [xiii]

Ya en quinto lugar, y resulta crucial no olvidar este otro rasgo, el pensamiento utópico emerge en todos los ámbitos humanos. Y por el don de la ubicuidad puede aparecer en cualquier  rama del conocimiento. De eso se dio cuenta el filósofo británico de origen ruso Isaiah Berlin (1909-1997), quien advirtió, debido al peso de las utopías, que «convertir la historia, la lógica o una ciencia natural, ya sea la biología o la sociología, en una teodicea, [que] intentar hallar en ella soluciones a dudas y angustiosos interrogantes morales o religiosos y transformarlas en teologías seculares no es nada nuevo en la historia de la humanidad». [xiv]

De esto se deduce que el pensamiento utópico se asienta en ideas residualmente antidemocráticas, razón por la que la utopía (cuyo origen histórico se localiza en la filosofía política de Platón)  ha sido y es refractaria a conceptos como libertad, habeas corpus y estado de derecho. Con lo cual, es lógico que las utopías, sea cual sea su representación y teoría doctrinal, conlleven distopías. Es lógico que entrañen aberraciones políticas, tanto o más cuanto que -última característica- el pensamiento utópico siempre <<se reencuentra con una serie de mitologías arcanas que le hacen utilizar un lenguaje fósil y arcaico y, por tanto, ajeno al mundo de la política moderna». [xv]

En consecuencia, y en palabras del filósofo francés Jean-François Revel (1924-2006), «es preciso distinguir perfectamente entre la utopía y el ideal. Es evidente que no hay  pensamiento político sin un proyecto, sin un ideal, sin objetivos. […] Pero la utopía es la construcción a priori, anterior a toda aplicación a la realidad, de un modelo completamente acabado, y aplicado en sus detalles más pequeños, de una sociedad perfecta. Todas las utopías que conocemos, en Platón, Campanella, Fourier, construyen una sociedad totalitaria a partir de la elaboración del modelo intelectual», concluye Revel. [xvi]

Los engaños de la ficción

Con esos gustos atávicos por caminar fuera y lejos de los límites de la experiencia corriente, las utopías deslumbran con sus engaños. Por eso, si creemos en la gramatología de los cuentos de hadas y, por extensión, en la logocracia de las narraciones fantásticas, no tenemos nada más que hablar: defendemos los derechos nacionalistas de las Culturas, que no los derechos humanos de hombres y mujeres, y sanseacabó. Pero, como no deseamos quedar atrapados en la armadura de omnipotencia de los imperialismos ideológicos, no podemos cerrar los ojos al racismo, sexismo, violencia  y antidemocracia que acompañan a las formulaciones utópicas, aunque éstas las defiendan políticos e intelectuales de postín.

Un detalle a tener en cuenta. Igual que en el siglo pasado la utopía de la perfección  condujo a la idea de superioridad de una clase social (comunismo) y de una raza (fascismo, nazismo), en este nuevo milenio se está avivando el postulado de la supremacía de las costumbres locales frente a tradiciones foráneas, tal es la lucha multicultural contra la neoculturación o deculturación de las culturas no occidentales.

Más aún. Buscando culturas que carezcan de influencias del exterior y  ligado a un respeto incondicional a las normas, curiosamente en esta utopía del siglo XXI cohabitan la intolerancia y la dictadura espiritual. Sin embargo, yo me pregunto: ¿por qué enterramos el ideario igualitarista y nos enredamos no tanto en la defensa de los derechos de las personas cuanto en la defensa de los derechos de las Culturas?

No son las culturas sino las personas lo que tenemos que proteger. De ahí que la guineana Katoucha Niane, recientemente fallecida, narrara en su autobiografía el trauma que le supuso la extirpación del clítoris a la edad de 9 años. De ahí que la española Dolores Sayans relatara el cautiverio que vivió con su marido palestino. De ahí que la iraní Marina Nemat nos haya descrito las ofensas y humillaciones que padeció bajo el régimen tradicionalista de su país. De ahí que Chahdortt Djavann, una refugiada en Francia que llevó puesto durante diez años el velo, nos explique su oposición a él y los efectos discriminatorios que conlleva este tipo de prenda. De ahí que la alemana de origen turco Necla Kelek siga denunciando casos de mujeres turcas que, compradas en su país de origen, son raptadas y llevadas en contra de su voluntad a Alemania para ser casadas con emigrantes turcos. [xvii]

El Romanticismo pudo en todo su esplendor desarrollarse como corriente esencialmente antidemocrática tras la explosión de la Revolución francesa, llegando incluso a tener muchos adeptos entre la clase política y académica. Con su idea del regreso, que no de progreso, el Romanticismo creció gracias a la obsesión de sacar del desván de la Historia tradiciones, mitos y costumbres. Dos siglos después, y tras difuminarse en el horizonte los espejismos de esa Revolución francesa contemporánea que fue la Revolución rusa, florece un nuevo romanticismo y, con él, a cualquier precio sobrevive la querella por proteger ritos, creencias y leyendas… frente y ante la defensa de los valores jurídicos individuales de Occidente.

No podía ser de otra forma si los guardianes de la memoria, los escuderos de los valores antiguos,  los salvadores de las leyes tradicionales luchan al lado de grupos y movimientos multiculturalistas, y en un mismo nivel, por reencontrar y mantener los arcanos de la identidad cultural.

Ahora bien, en este duelo entre memoria y libertad o entre tradición e individualismo vemos que el multiculturalismo repite los viejos errores del Romanticismo. Por eso, mientras esta utopía contemporánea entroniza nacionalistamente la idea de Pueblo, de Cultura y Cosmovisión, silencia aristocráticamente los problemas e infortunios de las personas de carne y hueso, al tiempo que ningunea las peticiones y reclamaciones civiles de mujeres y hombres de muchos lugares del mundo.

Sin miedo a equivocarnos afirmamos que las y los defensores del multiculturalismo, con su peculiar rebelión contra los avances históricos logrados con gran esfuerzo a lo largo de los siglos,  están tristemente encabezando una cruzada en defensa de la opresión de los oprimidos.

Dos conclusiones

Con sentimientos de suprahumanidad a sus espaldas, los y las multiculturalistas procuran que nos independicemos de los azares de la libertad individual. El irracionalismo que acompaña a su arsenal ideológico pretende, desde la convicción de perfección absoluta de su ideología, que nos emancipemos de las estrategias de la emancipación y nos dejemos llevar por la arquitectura social determinista y cerrada de la utopía colectivista. Sin embargo, y en contra de los mitos que palpitan bajo estas u otras utopías, no hay que tener miedo a denunciar las violaciones de los derechos humanos, sean cuales sean, afecten a quien afecten, las genere quien las genere y se produzcan donde se produzcan.

Por otro lado, igual que sucedía en la utopía luterana, en la utopía revolucionaria francesa, en la utopía de la raza, en la utopía bolchevique o en cualquier otra utopía del pasado, hoy no conviene olvidar que en la utopía multiculturalista se sigue apostando por valores de inerrancia y antidemocracia, por valores reaccionarios de dirigismo y falta de libertad.[xviii]

Así que frente al “idealismo constructivista”; frente a esas hambres inmoderadas de control social; frente a la querencia relojera que ciertas élites, también de izquierdas, exhiben por el dirigismo uniformador; frente a todo esto;  ni la injerencia ni el intervencionismo políticos pueden justificar ninguna teoría y más cuando la defensa de la libido dominandi tan solo conduce a esas dictaduras espirituales eufemísticamente conocidas bajo el nombre de “utopías”.

 


[i] José Ortega y Gasset (1923), El tema de nuestro tiempo: El ocaso de las revoluciones, el sentido histórico de la teoría de Einstein, Espasa Calpe argentina, Buenos Aires, 1939, p. 92. Peter Sloterdijk, L’utopie en chantier, dans le dossier La renaissance de l’utopie, Magazine littérairen° 387, mai 2000, p. 54.

[ii] Darko Suvin, Metamorphoses of Science Fiction, New Haven, 1979, p. 61.

[iii] Immanuel Kant (1797), Replanteamiento de la cuestión sobre si el género humano se halla en continuo progreso, punto 2 (Hacia lo mejor), en Immanuel Kant, Ideas para una Historia universal en clave cosmopolita, Tecnos, Madrid, 19942ª, p. 46. Jean-Jacques Rousseau (1761), Julie ou la nouvelle Héloïse, ed. Armand-Aubrée, París, 1832, vol. II, partie V, lettre III, p. 183.

[iv] Jean Baudrillard (1978), Cultura y simulacro, Kairós, Barcelona, 20052ª, p. 20.

[v] Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras, Alfaguara, Madrid, 2002, p. 78

[vi] Horacio Vázquez-Rial, El atrasismo, 19-VI-2010.

[vii] Platón, Político, 239a-239c.

[viii] Miguel de Unamuno (1911-1912), Del sentimiento trágico de la vida, Akal, Madrid, 1983, p. 173.

[ix] Maurice Blanchot (1984), Los intelectuales en cuestión. Esbozo de una reflexión, Tecnos, Madrid, 2003, p. 61.

[x] Horacio Vázquez-Rial, El mesianismo materialista, 9-XI-2010.

[xi] Obsérvese que usamos el término “noúmeno” en el sentido kantiano, o sea, refiriéndolo al objeto que trasciende y escapa al conocimiento sensible.

[xii] Léase Northrop Frye (1982), El gran código: una lectura mitológica y literaria de la Biblia, Gedisa, Barcelona, 20011ª reimpresión, pp. 131 y ss.

[xiii] El pensador alemán Karl Marx (1818-1883) detestó las utopías de Babeuf, de Fourier, Saint-Simon, Owen, Blanc, Stirner, Prohdhon, Bakunin, Weitling, Lasalle, Dühring, etc. Más aún. Exceptuando la aportación de Thomas Müntzer (c. 1488-1525), según Marx no había utopía social que mereciera reconocimiento. Y si hacemos caso a Georges Sorel en sus Reflexiones sobre la violencia (1906), Marx habría escrito en 1869 al filósofo inglés E. Spencer diciéndole: <<Quien formula un programa para el porvenir es un reaccionario>>.

Añadamos a lo expuesto que, antes de que el leninismo convirtiera a Marx en evangelista de la utopía proletaria, Karl Marx había desarrollado su presciencia particular. Y en una carta a W. Bracke escrita el 5 de marzo de 1875, carta que Friedrich Engels titularía Crítica del programa de Gotha, Marx expuso su utopía de la revolución y defiende la dictadura del proletariado en el futuro, para el porvenir y como etapa previa a la culminación del comunismo. Así, y por estos cambalaches, aunque Marx había definido la religión como “opio del pueblo”, su teoría política devino, gracias a él y a sus acólitos, en oráculo sagrado, asunto que criticaría Simone Weil (1909-1943). Recordemos que a juicio de esta revolucionaria y filósofa francesa, a la luz de las revoluciones contemporáneas <<el marxismo es completamente una religión en el sentido más impuro del término. Tiene notablemente en común con todas las formas inferiores de la vida religiosa el hecho de haber sido utilizado, según la palabra tan justa de Marx, como opio del pueblo>>.

[xiv] Isaiah Berlin (1957), La cultura de la Rusia soviética, en Isaiah Berlin, La mentalidad soviética. La cultura rusa bajo el comunismo, Galaxia-Gutenberg, Barcelona, 2010, p. 221.

[xv] María Teresa Glez. Cortés, Distopías de la utopía. El mito del multiculturalismo, Academia Editorial del Hispanismo, Vigo, 2010, p. 59.

[xvi] Jean-François Revel, Utopie et politique, dans le dossier La renaissance de l’utopie, Magazine littéraireo. cit., p. 36.

[xvii] Katoucha Niane, Dans ma chair (En mi carne), Michel Lafon, París, 2007. Dolores Sayans en Paloma Sanz, Rojo pasión, negro destino, verde porvenir, Temas de Hoy, Madrid, 2009. Marina Nemat, La prisionera de Teherán, Espasa, Madrid, 2008. Chahdortt Djavann, Bas les voiles! (Abajo el velo), El Aleph, Barcelona, 2004. Necla Kelek, Die fremde Braut (La novia extranjera), Goldmann, Munich, 2006.

[xviii] Adjuntamos los siguientes links sobre la utopía luteranala utopía revolucionaria francesala utopía de la razala utopía bolchevique o cualquier otra utopía.

2 comentarios en “María Teresa G. Cortés: «Utopías», esos engaños de la ficción”

  1. luciano tanto

    …y el miedo a la libertad su sostén. Interesante el artículo, pero -quizás involuntariamente- desesperanzado; entre otras cosas porque la revolución de las comunicaciones ha puesto en evidencia que la abrumadura mayoría de la humanidad está descubriendo que la esclavitud exhime del riesgo. Es la realización de una antigua realidad: la masa, unida, desconfía del individuo y jamás será vencida.

  2. Jose Julian

    Excelente artículo-ensayo, suma de conocimientos, leal a la virtud de la verdad, porque su contenido es culto, veraz, ilustrado. Los que conocemos el totalitarismo (con su utopía convertida en pesadilla) desde adentro, sabemos que la autora refleja la verdad. felicito a la autora por su valentía al expresar la verdad que se pretende encubrir. Y por su talento, nos ilumina. la ciencia social hoy despeja el camino para los pensantes.

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