Conciliar no es fácil

HVR entrevistado por Mariló Hidalgo, para Revista Fusión, Febrero de 2005.

 

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El hombre duro es una especie en extinción. Pero, ¿necesitan las mujeres hombres así? ¿Qué imagen tienen ellas de los hombres? ¿Se ha producido un cambio en la sexualidad o en realidad sólo han cambiado los roles? Este escritor argentino, afincado en nuestro país, reflexiona no sólo sobre la caída del hombre duro sino también sobre otros tópicos que han alimentado desde siempre la guerra de sexos. En “Hombres Solos” lanza una serie de cuestiones que sin duda no dejarán impasible al lector. “Estamos atrapados dentro de un mecanismo muy simple: consiste en tratar de hacernos creer exactamente lo contrario de lo que necesitamos saber” y Vázquez-Rial está dispuesto a demostrarlo.

-Desde la primera página del libro parece sonar su voz como una especie de grito desesperado de un hombre dispuesto a romper tópicos. ¿Cómo es Horacio Vázquez-Rial?
-Es un hombre dispuesto a romper tópicos, pero sin desesperación. Por el contrario, este libro, y creo que todos los que he escrito, nace de la razón y convoca a ella. Desde luego, el discurso es apasionado, pero apasionadamente racional.

-Comenta que existe una especie de conspiración en los medios para mantener vivos viejos roles que alimentan la guerra de sexos. Dígame, ¿quién ha salido beneficiado de todo este montaje?
-Los beneficiarios de la promoción de una ficticia guerra de sexos son numerosos y de oficios diversos, desde la política hasta la banca. Mientras la gente se ocupa de una cosa, no puede ocuparse de otras. En este caso, mientras se discute acerca de los roles en la pareja, no se discute acerca de los roles en la sociedad global, y acaba por tener más culpas el marido que el patrón: mientras se discute el machismo doméstico, no se discuten las diferencias de salario y hasta se acepta la idea de que las mujeres se liberaron con su incorporación al mercado laboral, cuando lo que en realidad ocurrió es que se duplicó la mano de obra y, por lo tanto, se redujo el precio de la mercancía trabajo hasta el punto de que hoy hacen falta dos personas para mantener lo que antes mantenía una sola. Hace años, lo cuento en el libro, Rossana Rossanda le preguntó a una obrera de la Fiat, con menos salario que sus pares varones, de quién se sentía más cerca, si de sus compañeros o de Susana Agnelli, la hija del propietario de la empresa, y la muchacha dijo que, naturalmente, de esta última, mujer, como ella.

-¿Quién creó el mito del hombre y de la mujer, y cuándo empezó a derrumbarse?
-El mito del varón y el mito de la mujer son complementarios y, por tanto, contemporáneos. Aparecen a mediados del siglo XIX, con las primeras batallas del sufragismo, cuando las mujeres reclaman en bloque sus derechos civiles, los que las convertirán en ciudadanas, los que están llamados a superar la discriminación, haciendo de cada una de ellas, una ciudadana. La historia demuestra que eso no fue finalmente así, y que la noción de bloque se mantuvo después de haberse ganado los derechos de ciudadanía, de modo que “el” hombre también quedó confinado en su propia zona de la sociedad y empezó a ser entendido como representación del colectivo “varón” atribuyéndosele así, unos determinados roles y unas determinadas conductas. El cine y la literatura de la primera mitad del siglo XX dieron lugar a la aparición del “hombre duro”, un modelo de conducta que, en realidad, no era sino la expresión práctica de la moral protestante, constructiva, puritana. Con la institucionalización del feminismo ese modelo se derrumba.

-¿Cómo me definiría la situación actual?
-Los hombres que han dejado de ser tipos duros, temen lo que las mujeres puedan reclamar de ellos, porque no están nada seguros de estar en condiciones de darlo ni de entender el idioma de su pareja potencial cuando ésta exponga sus demandas. Las mujeres, porque los varones, que otrora se les acercaban porque ellas eran mujeres, ya no son capaces de precisar, de definir su deseo de ellas. Creo que tenemos miedo los unos de los otros y no sabemos qué esperar del otro.

-Eso que comentaba antes de las identidades colectivas, de las valoraciones en bloque de hombres y mujeres, ¿no es algo que está cambiando?
-Acabamos de salir del siglo XX, un siglo donde se desarrollaron para desgracia de la humanidad, las identidades colectivas que se habían definido de alguna manera en el siglo anterior: identidades colectivas nacionales, étnicas, ideológicas, sexuales, de género. Todas ellas con pretensiones totalitarias. Fue un siglo de mitos, de equívocos, de mentiras universales. Ahora están surgiendo individuos que no responden a esos cánones. Son simplemente individuos que se salen de lo establecido y que, además de estar mal considerados por su ostensible peligrosidad social, son un hecho desconcertante y difícil de creer. Pero existen.

-En su libro no quedan en muy buen lugar las “teóricas del feminismo” que según sus palabras hablan más del pasado que del presente.
-No es que queden mal en mi libro, sino que han quedado mal en la vida. El hecho de que las posiciones de algunas feministas radicales coincidan objetivamente con el puritanismo y el fundamentalismo cristiano del ala derecha del Partido Republicano, ha llevado a esas mujeres a legislar en relación con la sexualidad en el sentido más reaccionario que quepa imaginar. De todos modos, no se trata únicamente de las teóricas del feminismo: creo que eso forma parte del naufragio general de las izquierdas, que acaban por coincidir con monseñor Rouco en que “el sexo no es una cuestión privada”. Pues sí que lo es, tanto como lo es la religión: yo no puedo defender coherentemente un Estado laico y una educación laica si, a la vez, pretendo intervenir en la administración del cuerpo de los ciudadanos. El cuerpo es asunto tan privado como el alma, y no cabe legislar sobre él, salvo en casos muy particulares como el de la paidofilia, donde hay que intervenir penalmente en defensa de los menores, de los que están en “minoridad”, es decir, indefensos, sin posibilidad de decidir. Pero lo que hacemos en ese caso es defender la privacidad y la intimidad del menor como tal, no en beneficio del Estado.

-¿Existe un sexo débil?
-Radicalmente, no. Como no existen sexos opuestos, sino sexualidades complementarias.

-¿De qué valores debe echar mano un hombre que quiera rebelarse contra los roles establecidos?
-Un hombre o una mujer, lo mismo vale para los dos, y haciendo abstracción de su deseo, deben tener un gran coraje y una gran claridad para rebelarse contra los roles establecidos, en todos los órdenes. Roles entre los cuales se encuentra el de rebelde. El régimen de lo políticamente correcto tiene un espacio asignado a los rebeldes, los rebeldes convenientes, los que hacen de válvula de escape y, a la vez, difunden programa. La rebelión, desde luego, no puede ser únicamente un discurso. Pero es a eso a lo que se la ha reducido. Hace falta coraje para rebelarse y claridad para no llegar a ser un rebelde integrado, un apocalíptico integrado.

-“Un pene es la cosa menos envidiable del mundo”. ¿A qué se le ha rendido culto entonces a lo largo de la historia?
-Desde luego, no al pene, a menos que se haga una lectura muy sesgada del pasado, como se tiende a hacer, sobre todo, desde los colectivos que lo reescriben constantemente en sus propios términos. Hace poco, en un artículo excelente, Francisco Nieva, con toda la autoridad del caso, denunciaba la obsesión de muchos homosexuales por identificar a los grandes artistas, casi sin excepción, con su propia orientación sexual. La literatura, el arte, la historia, la religión, la producción cultural de cada sociedad en su conjunto, ha venido rindiendo culto desde siempre al pene, a la vagina, al vientre materno, al vínculo amoroso, al bien, a la salud, a la exactitud, a la verdad, a la justicia, a la belleza… Pensar que sólo lo ha hecho con el pene es ridículo desde el punto de vista ideológico y probablemente patológico en el ámbito individual. Menos aún si pensamos la cuestión desde España, país católico y mariano, es decir, de una cultura centrada en el vientre materno, y para colmo de una virgen, materno sin pene.

-¿Qué ocurriría si, como dice en el libro, en vez de luchar a diario nos amáramos a diario?
-La respuesta a esa pregunta la dio la realidad en los años sesenta y setenta. El flower power se dio de bruces con la guerra de Vietnam, con el asesinato de JFK y, poco después, con su propia vejez. No hay nada que nadie pueda hacer a diario, nadie es constantemente el mismo, constantemente bueno, o malo, o eficaz, o estúpido. Cada uno de nosotros es muchas personas distintas, y algunas luchan y otras aman, y conciliarlas no es fácil.

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