Fernando Caro: ¿Crisis? Crisis no, agonía

Por Fernando Caro

“…retrocedemos a velocidad de vértigo socializando miseria, la estructura de población supone otro problema añadido, y quizás no el menor. Francamente deplorable es el estado de salud moral de nuestra sociedad…

Estoy convencido de que la tan cacareada crisis no es tal sino que se trata de estertores porque se hace urgente re-avivar, re-animar este maltrecho solar patrio que, a todas luces, agoniza.

Acabo de hablar con “Osvaldo”. Un colombiano serio, formal, trabajador, al que le puedes comprar su coche de 2ª mano a ojos ciegas. En su mediana empresa, una de tantas de las que languidecen, anuncian varios despidos y un ERE de un año para el 50% de la plantilla. Un desastre para trabajadores y empresario, que ha aguantado hasta el límite de sus posibilidades, me dice Osvaldo. Un desastre propiciado por otro desastre sin paliativos, (hace falta ser muy miserable para negarlo pero no faltará quien vea brotes verdes en el desierto).

Osvaldo ha conocido compatriotas –me dice con énfasis- que primero perdieron su empleo, luego entregaron su piso al acreedor bancario porque no podían pagarlo, continuaron viviendo durante un tiempo “apegados” a otros compatriotas hasta que malvendieron o regalaron los enseres para comprar un billete de vuelta a Ecuador, Colombia o quien sabe. Él no exagera, lo vive.

A finales de los años 50, en plena España de la autarquía, excelentes torneros, fresadores, matriceros, albañiles o ebanistas tuvieron que emigrar -como mera opción de supervivencia- a esas naciones (y en menor medida a otras) recién emergidas de una guerra con la que el totalitarismo empujó a Europa al abismo.

En Francia y Alemania, fundamentalmente, nuestros compatriotas, acaso familiares, contribuyeron a su prosperidad e, indirectamente, a la nuestra.

Quizás con juicio de presente pueda etiquetarse como una excelente cooperación “inversa” de los peor situados hacia los más poderosos o en camino de serlo. O quizás sea una apreciación exagerada. Pero así fueron los hechos, así es la historia: muchos buenos españoles tuvieron su oportunidad, y la aprovecharon, en la emigración.

Establecer la analogía con lo que puede estar ocurriendo aquí y ahora con muchos de nuestros jóvenes estudiantes Erasmus no solo es legítimo sino que resulta muy pertinente y razonable: muchos de ellos pueden hallar su mejor opción vital precisamente en esas sociedades que evidencian un modelo de organización social de mucha mejor calidad que el nuestro, modelo impregnado indefectiblemente a un arraigado sentido de nación y de estado. Y siendo como soy escéptico de que en la política las cosas sucedan por azar, me malicio que esa “compra barata, barata” de lo mejor de nuestros jóvenes, de aquello que forja un futuro, tiene su buena dosis de cálculo previo, so pretexto de una Europa sin fronteras… ¡Por supuesto!

Como no me cabe duda que lo tuvo la juerga que sobrevino a la firma de nuestro tratado de adhesión a la UE (ninguno de nuestros negociadores ha pasado a la historia por su talla como hombres de estado, también es mala suerte, ¿quién se acuerda de los solemnes Marín-Morán? Si acaso los recuerdos nos evocan negociaciones “vergonzantes” en las que nos teníamos que hacer perdonar nuestro “negro pasado de dictadura”).

El caso es que de nuestros “hermanos mayores”, Francia y Alemania, beneficiarios principales de aquella afluencia de trabajadores cualificados de la autarquía, decidieron inundarnos con ecus –la unidad precursora del euro, recuerden- de los fondos comunitarios.

Perfectamente conocedores de nuestra realidad económica, entendieron que sus tejidos industriales serían los inmediatos beneficiarios de los pedidos que España necesitaría para recuperar el trecho de renta, riqueza e infraestructuras que nos separaban de los parámetros de los 5, de los 7… etc.

Y así fue, en parte. El impulso fue tal y las mejoras de las infraestructuras de tal calado (las infraestructuras son el aparato circulatorio del organismo económico) que en un abrir y cerrar de ojos nuestras constructoras, por ejemplo, se transformaron en gigantes que tan pronto compraban una empresa energética como que pujaban sin tino para una licencia u.m.t.s. Todos Uds. lo recuerdan; vestigios quedan, y qué vestigios, de comportamientos tan exóticos.

Hechos tan sorprendente y anómalos no recuerdo que suscitaran interrogante alguno a quienes en aquellos momentos llevaban las riendas de la situación -huelga nombrarlos-, al menos que yo conozca.

Ni lo conozco de algunos de los eximios economistas que de vez en cuando se pronuncian en los medios. Por ejemplo, no conozco pronunciamiento al respecto de los muy respetados Profesores Velarde y Barea  (lo cual no quiere decir que no los tuvieran: digo solo lo que digo, que no los conozco, no quiero que se entienda como un afeamiento de conducta, ni como un pero a su brillo académico, porque ambos me merecen un total respeto y reconocimiento de su honestidad personal e intelectual. Simplemente trato de decir que el “ruido” era tal que no se podía oír el latido cardíaco, ni por los más avezados o expertos. Que se hagan estas observaciones a toro pasado solo puede ser aceptado en su propósito, en términos de descripción y valoración de hechos consumados pero nunca como inaceptable reproche a unos fedatarios de la realidad susceptibles de error, irrelevante -si lo hubo- en comparación con los graves errores imputables a otros, quiero dejarlo absolutamente claro).

Tampoco, en fin, me consta que surgiera preocupación, se adoptaran cautelas o saltara alarma alguna “chez” nuestros “hermanos mayores”, devenidos en mecenas más prestos a alimentar una hoguera aportando combustible a precio de saldo, que de controlar el fuego.

Pero los españoles somos lo que somos y obramos como lo hacemos: si no, no seríamos españoles ¡va de soi!,

El caso es que en el transcurso de esa gran juerga económica nadie atisbó la imperiosa necesidad de iniciar transformaciones profundas, y si lo hizo no tuvo el sentido de la historia y del estado para llevarlas a cabo.

Transformaciones inaplazables en múltiples aspectos: la formación de las generaciones futuras, la estructura del abastecimiento energético (suicida por insostenible); la de esbozo de un tejido industrial con algún sector de referencia, la gestión de la emigración, fenómeno enormemente complejo tanto para receptores como para arribados, la de reconducción de un modelo político insostenible por inconsistente…

Caricaturizando lo sucedido, digamos que los únicos afanes notorios se gastaron en preparar un gran paseo marítimo desde Rosas hasta Isla Cristina, más o menos, para solaz y agradable descanso de los menesterosos europeos, que tendrán de todo, pero no nuestro sol y nuestras playas. ¡No nos podemos quejar!

¿Alguien cree que esto es serio?

Pero cuando en el horizonte se apuntaba el inevitable pinchazo del modelo, individuos que me recuerdan mucho a los que Alexis de Tocqueville se refiere en “El Antiguo Régimen …” (“En la revolución francesa… vimos la aparición de revolucionarios de una especie desconocida, que llevaron la audacia hasta la locura, a los que ninguna novedad pudo sorprender, ningún escrúpulo moderar, y que nunca vacilaron ante la ejecución de un designio”), se encaramaron al poder sobre la sangre y los escombros del más salvaje atentado terrorista aquí conocido.

Y fieles a su trayectoria y esencia, a no ser que se quiera desconocer la historia que hemos vivido,  la gran fábrica de miseria generalizada se afanó en saquear hasta demoler el agrietado edificio que poco antes brillaba cual castillo de fuegos artificiales. Y como no hay gran juerga que no acabe en resaca, en fuerte resaca muchas veces, en esas estamos.

Es decir aquí las responsabilidades son enormes porque se podría hablar de delito de lesa patria.

Responsabilidades que están bien repartidas.

Tremendas las de nuestros “hermanos mayores” que, irresponsablemente, echaron gasolina al fuego para alimentar la hoguera.

(Ahora, a punto de salir chamuscados, muy chamuscados, pergeñan como ponerse a resguardo y resarcirse completamente del saldo acreedor. Se quedan con una parte de lo mejor de nuestro futuro, con muchos de nuestros mejores Erasmus, acogen los capitales que, despavoridos, huyen de las incertidumbres de esta gran resaca que aquí no ha hecho sino anunciarse y echan cuentas para recuperar el líquido prestado. No está mal).

¿Cómo es posible, tras vivir el S XX vivido por Alemania y Francia, conducta de tal irresponsabilidad?

Tremendas las propias porque el hecho es que la Historia no vuelve a ofrecer oportunidades como la vivida por España en este pasado reciente: jamás se repetirá una coyuntura “mágica” como la del binomio transición-adhesión.

Pudiera pensarse que el resultado es una vuelta a la España de finales de los 50. Si fuera tan solo eso podría entenderse como una mera cura de humildad.

Pero no lo es porque la España de los 50 mejoraba la de los 40, representaba un avance relativo soportado sobre una adecuada estructura de población. Además la “salud moral de la sociedad” no añadía nuevas dificultades.

Todo lo contario de lo que nos acontece, retrocedemos a velocidad de vértigo socializando miseria, la estructura de población supone otro problema añadido, y quizás no el menor. Francamente deplorable es el estado de salud moral de nuestra sociedad, sumida en un marasmo de hedonismo irresponsable generalizado, caldo de cultivo de mesías y salvadores de todo tipo y pelaje.

Es decir, tendríamos que empezar de nuevo aplicando, precisamente, virtudes no genuinamente españolas: abnegación, esfuerzo denodado, humildad, disciplina, austeridad, sentido de la nación y del estado, es decir responsabilidad, y no llevar pesados fardos a nuestras espaldas, lo demás son milongas. ¡Casi nada!

Y es que los españoles somos como somos y obramos como lo hacemos: si no, no seríamos españoles.

Capaces de lo más sublime como llevar Grecia, Roma, la Cruz y el español a Hispanoamérica, detener al turco en Lepanto o alumbrar talentos como los de Cervantes, Velázquez o Goya.

Y de lo más incomprensible y estúpido, como desaprovechar las mejores oportunidades que la historia pueda ofrecer a nación alguna. Pero lo hecho en este pasado inmediato va a traer cola, España. Y que cada palo aguante su vela.

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