Murcia, etc.

Por Horacio Vázquez-Rial

“He estado esta mañana en el hospital. El ataque ha sido brutal y profesional, a cara descubierta, por lo que podrían ser izquierdistas de fuera. Un atentado político en toda regla casi 75 años después de la victoria del Frente Popular. Ya están aquí otra vez preparando la revolución de Asturias y el Estat Català”, me escribe un gran amigo desde Murcia, aludiendo al atentado contra el consejero de Cultura, Pedro Alberto Cruz.

Coincido. Después del 11-M, todo es 11-M, apuntaba hace unos días Federico Jiménez Losantos en El Mundo. Y después del 11-M perpetuo, instalado, todo apunta a 1934. Es evidente. Y es evidente también que tenemos una derecha pusilánime, intelectualmente pobre y moralmente desarmada. No es de recibo que Mariano el de Génova no se plantara en Murcia en los minutos inmediatos al atentado: podía haber llegado justo a tiempo para la salida de Cruz del quirófano. No es de recibo que la señora Cospedal diga que tiene problemas de agenda, y que si no puede ir esta semana irá la que viene. Ocupada está, se supone, en campaña como candidata al gobierno de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, región autónoma limítrofe, si mi memoria cartográfica no me engaña, a la de Murcia. Juro que de Albacete a Murcia se llega en un santiamén. ¿No le vendría bien en su campaña, como a Mariano en la de las generales, una foto en la puerta del hospital en que atienden a Pedro Cruz?

Las elecciones murcianas las va a ganar, de todos modos, Ramón Luis Valcárcel. Por méritos propios y, probablemente, con mayoría absolutísima. Para llanto y rechinar de dientes de lo que él mismo ha definido con precisión como “izquierda poliédrica”, que está, se ve, dispuesta a todo.

Las generales de 2012 –temo que no antes– las va a ganar el PP, tal vez con mayoría absoluta, pero sin haber hecho para ello el menor mérito. Los errores se acumulan a diario. Don Mariano aparece distraído, no se acuerda del nombre de su candidata en Asturias –la cosa era sacar a Cascos de ahí–, no sabe qué votó en el Congreso en relación con la Ley del Tabaco –ni piensa en hacer nada al respecto–, no va a Murcia –¿para qué, si Cruz ya se va a casa con la cara reparada?–, no considera necesario reformar el Estado autonómico, “que ha sido muy útil para España”, más allá de “hacer cosas sensatas”, etc., etc. Así, en 2016 la gente, jodida pero acostumbrada, elegirá un candidato socialista, nuevo o viejo, y de Rajoy se dirá, con cervantina retranca, que fuese y no hubo nada.

El caso Cruz marca, aunque la actual dirección del PP prefiera ignorarlo, un antes y un después. Cierto que ahora no hay un Largo Caballero ni una Margarita Nelken dedicados a amenazar de muerte a nadie en las Cortes, ni cuentan con un García Atadell en nómina, aunque quizá sí con un Alonso Mallol, dispuesto a cambiar la escolta de José Calvo Sotelo por otra más afín a los propósitos oficiales. Lo que tiene ahora la izquierda es más poliédrico y más pobre que aquello en todos los sentidos, pero no menos eficaz en términos políticos. Tiene a Leire Pajín, que no quiere que yo fume, no quiere que Aznar hable –y mucho menos para decir algo tan obvio como que España ya está intervenida de hecho–, no quiere que se llame “feo/-a” a ninguno/-a, porque sí quiere –lo más importante– una sociedad “que no humille a nadie”. Por todo ello, aspira a una Ley de Igualdad de Trato que no sólo conspira contra la propiedad, sino que también omite cualquier mención de la libertad. Feo, feo, feo asunto. Tiene a Freddy, capaz de decir lo que haga falta a quien haga falta, sin perder la sonrisa, ni siquiera ante la persistente Ketty Garat. Tiene a Pepiño, capaz de crear una huelga de controladores y promover, en asociación con Freddy, un estado de alarma injustificado, antidemocrático e inútil, como no sea para dar o parar un golpe de estado del que, al parecer, nunca se sabrá. Y tiene el icono presidencial, silencioso, inmune a las críticas, quizá convencido de que manda en algo. Luego están las figuras para fregados y barridos, como Trini, que tanto monta, monta tanto, Sanidad como Exteriores. Y un cínico secretario de Organización para el que nunca pasa nada, y menos en Murcia. Todos ellos dedican más de un ochenta por ciento de sus palabras a atacar el PP, que es su verdadero oficio en la conservación del poder.

Inciso: ¿se han dado cuenta de que ninguna de las dos ministras de Sanidad que nos ha tocado padecer últimamente, Jiménez y Pajín, ha pisado un hospital en su vida, como no sea en condición de pacientes, ni se registra la menor afinidad profesional con el tema en sus carreras? Fin del inciso.

Pero Mariano puede estar tranquilo. Va a ganar las próximas generales. Aunque tal vez no quiera, igual prefiere quedarse leyendo el Marca en Sangenjo. Porque, justo sería reconocerlo, poco hace por ganar. Se le votará, pero sin saber por qué. No va a Murcia, ni a Palencia, a ocuparse de los hosteleros que hacen huelga el 26 por la Ley del Tabaco, ni siquiera se digna moverse hasta Asturias. Tampoco salió en su día a “pedir perdón”, como dice la prensa, por viajar sin cinturón de seguridad: mandó a Moragas a explicar el asunto, que no es nada importante –peores cosas le pasaron en el coche al finado Ted Kennedy–, pero que adquiere relieve si es un modo de hablar mal de la oposición.

Y sigo, erre que erre, pidiéndole a Mariano programa, programa, programa. Que hay gente, como Pedro Cruz, que puede morir por él, por una cierta idea del mundo un poco menos bestia que la de los socialistas peronistas. Él no lo sabe, o lo ha olvidado, pero ya hay gente que ha muerto por esa concepción de la vida, como Miguel Ángel Blanco, por mencionar sólo uno. Me inclino por creer que lo ha olvidado, como el nombre de la candidata asturiana. No vayamos a descubrir tarde, como con Maragall, que es un problema de salud. Neurológico.

Vía Libertad Digital

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