Para que quede claro

Por Horacio Vázquez-Rial

No había por qué esperar que las muchedumbres, heridas en su corazón y en su razón, se manifestaran ruidosamente contra quien amenazara de muerte a mi muy respetado y admirado Gustavo de Arístegui. Pero de ahí al enorme silencio que concitó la noticia hay un abismo.

Un silencio, para colmo, subrayado por la burla oficial a todos aquellos que consideramos que la expansión del islamismo entraña serios riesgos para el mundo: me refiero a la mofa perpetrada por Felipe González en Teherán, con su disfraz de iraní de a pie, con camisa de cuadros abotonada hasta el cuello y sin corbata, con los puños fuera de las mangas de la chaqueta de un traje de bedel muy usado y unos mocasines acartonados y gastados; todo ello para no ser más que su anfitrión Ahmadineyad, quien a su vez sigue las recomendaciones estéticas de los ayatolás más radicales. Es de esperar que visite a Evo Morales con jerséis de rayas gordas, aunque se resistiera con heroísmo a ponerse una kipá ante el Muro de los Lamentos hace veinte años.

González salió de la reunión como de un congreso de partido organizado por un viejo aparatchik: con el resultado amañado y previsto desde antes de la cita. Igual que salió de Suresnes, pero con menos mentiras: entonces necesitaba más que ahora la falacia y la ambigüedad. Esta vez ha dicho lo que piensa: que Irán tiene derecho a disponer de armas nucleares. Lo mismo que piensa el muñidor de la alianza de civilizaciones, Máximo Cajal. Y que, por supuesto, piensa el presidente de la sonrisa y la kefiá, y seguramente su ministro de Exteriores, aunque, por razón de su cargo, no puedan decirlo de la misma brutal manera. Esto ya no es mozarabismo ingenuo ni, mucho menos, política de apaciguamiento: ni siquiera al señor Chamberlain se le hubiese pasado por la cabeza ofrecer a Hitler los últimos avances técnicos del ejército británico. Esto, realmente, no se había visto nunca.

Pero eso es lo esencial: el gran empeño de la alianza de civilizaciones radica en lograr que todos los países tengan los mismos posibles bélicos, pero empezando, como es de cortesía, por el enemigo. Una vez convenientemente armado el enemigo, veremos qué hacer con los amigos.

¿Por qué esperar, pues, ante las concretas amenazas recibidas por Gustavo de Arístegui, una reacción que al menos recordara las hipócritas condenas de la fatwa contra Salman Rushdie? Esos tiempos ya han pasado. Ahora no se habla de Arístegui, ni de la Fallaci, ni de Ayaan Hirsi Ali. Los tiempos nuevos reclaman energía nuclear para Irán. Energía nuclear para unos gobernantes que, amén de alimentar a Hezbolá, tienen en programa la aniquilación del Estado de Israel.

Para que quede claro: éste es el momento más terrible de la historia desde 1939, y, como entonces, el exterminio de los judíos es la primera cuenta del rosario de exterminios que sobrevengan; la segunda, según Ben Laden, es la liquidación de los cristianos; la tercera, la de los cruzados, es decir, los occidentales que nos tomamos esto en serio, profesemos o no alguna religión.

Para que quede claro: lo que aquí digo no es síntoma de un delirio apocalíptico, sino algo que está ocurriendo. Y no allá lejos, sino aquí mismo. Allá lejos se leen con idéntica unción el Corán y Los protocolos de los sabios de Sión, el único libro occidental que se edita profusa y constantemente en el mundo árabe musulmán. Aquí, a los que de entre ellos leen, les basta con el Corán: han conseguido que uno pase por estaciones y aeropuertos asegurándose de que no haya mochilas ni maletas sin propietario y, encima, que el Gobierno que ha obstaculizado de todas las maneras posibles la investigación del 11-M diga que esos chicos se merecen tener energía nuclear.

Para que quede claro: el desenlace bárbaro puede sobrevenir en cualquier momento. Hoy mismo, por ejemplo. Nada impide que un arma atómica arrase Israel mientras escribo estas líneas. Nada, absolutamente nada lo impide. Puede dispararse desde cualquier sitio, incluidos los zulos de Hezbolá.

Para que quede claro: si eso sucede, y tenemos todos los números para ese premio a la política exterior del zapaterismo y del ministro de Exteriores in pectore González, no será el principio del fin, sino el fin mismo. Adiós a las polémicas sobre la educación católica: habrá escuelas coránicas y sólo para varones. Adiós a los divorcios de las entusiastas señoras que salen en la tele promoviendo el multiculturalismo y la judeofobia (tampoco habrá judíos a los que odiar). Adiós al trabajoso derecho legado por Roma, la Revolución Francesa y Bonaparte: habrá sharia.

Para que quede claro: el exterminio de los judíos es el exterminio de Occidente; dejar a Israel librado a su suerte es dejar nuestro destino en manos ajenas. La defensa de Israel y de los judíos de la diáspora (con todas sus contradicciones, entre ellas las de quienes parecen odiarse a sí mismos) es un compromiso con nosotros mismos, con nuestros antepasados y con nuestros hijos.

Para que quede claro: el legado del cristianismo, y de manera muy especial el del catolicismo, es, con todas sus contradicciones, parte esencial de nuestra relación con el mundo, y defenderlo es también un compromiso con nosotros mismos, con nuestros antepasados y con nuestros hijos.

Para que quede claro: el Irán de Ahmadineyad y de los ayatolás que lo pusieron en la presidencia, vistos sus proyectos explícitos y su apoyo financiero e ideológico a grupos terroristas como Hezbolá, no tiene derecho a disponer de energía nuclear, y hay que luchar para impedir que la alcance. Ello sin olvidar el problema que representan la bomba paquistaní (los talibanes ocupan gran parte de los servicios de inteligencia, y Musarraf sólo los ha contenido hasta ahora), la bomba india (con crecimiento económico o sin él, el enfrentamiento de los musulmanes con hindúes y cristianos hace del país un polvorín), la bomba china (ni siquiera sabemos quién decide sobre ella) y otras bombas descontroladas. Y sin olvidar las generosidades nucleares de Francia con sus amigos de Oriente. Ya sé que ahora saldrá quien diga que los Estados Unidos y Gran Bretaña deberían desarmarse unilateralmente: que Dios se apiade de sus almas.

Para que quede claro: la alianza de civilizaciones no es una propuesta política, sino una traición a Occidente, una garantía para la expansión del islamismo totalitario en el mundo judeocristiano, racional y democrático.

Para que quede claro: si Europa no es capaz de salir de su miseria política, de librarse de sus dirigentes corruptos y traidores, lo que estamos viviendo hoy no será sino el capítulo final del suicidio lento iniciado en 1914.

Para que quede claro: después de eso, sólo quedará la quema de libros y de hombres, y la humanidad en su conjunto retrocederá siglos. No será Mad Max, será Darfur.

Vía Libertad Digital

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