El Diego, el Gorila Rojo y la intifada de la banlieu

Por Horacio Vázquez-Rial

Hasta la semana pasada, las manifestaciones de antiglobalizadores, antiamericanos y neoizquierdistas en general, incluidos antisemitas de toda la vida y proislamistas de nuevo cuño, es decir, postsoviéticos, eran obra de los desconocidos de siempre, que llevaban por el mundo sus consignas y se reunían en Sao Paulo, Seattle o Génova para expresar su repudio al mercado desde un cómodo anonimato de mogollón, con la presencia más o menos decorativa de líderes pintorescos como el vendedor de quesos regionales José Bové o el encapuchado Marcos, con poca influencia real fuera de sus grupos.

Pero hace unos días han aparecido, en lugares tan distantes entre sí como Mar del Plata y París, nuevas formas de acción. En Mar del Plata se dio la extraordinaria paradoja de que un jefe de Estado invitado a una reunión de presidentes en el extranjero participara a la vez de la “cumbre” y de las manifestaciones anticumbre, comprometiendo en su discurso a sus pares, que, en algunos casos, tenían intereses y propósitos distintos del suyo.

Hugo Chávez Frías, el gorila rojo, se permitió una vez más hablar en representación ya no sólo de los venezolanos en general, como si no tuviera oposición, sino en nombre de todo el subcontinente del sur de América. Hizo promoción de su revolución, a la que él llama “bolivariana” a pesar de Bolívar, y de la de Fidel Castro. El dictador cubano, por su parte, rubricó su ausencia mediante el envío de un representante, eligiendo para la ocasión a alguien realmente influyente: Diego Armando Maradona.

Si existe en la Argentina un personaje indiscutido, ése es Maradona. Y en todo el planeta llevamos días viendo el baboso encuentro entre el futbolista y el comandante en jefe, haciendo las veces de nieto pródigo recuperado de las drogas el primero y de abuelo gagá entusiasmado con sus recuerdos del baloncesto el segundo: para que a nadie le quede duda acerca de su intimidad y sus acuerdos de sangre. El abuelo envió al nieto a Mar del Plata, con la camiseta estampada con un retrato de Bush y la leyenda “criminal de guerra”.

Sabe mucho de quebrar reuniones panamericanas Fidel Castro: en 1948, cuando se hizo la primera en Bogotá, él organizó un congreso de estudiantes paralelo para boicotearla, una especie de ensayo general de lo que acabarían siendo las citas de los antiglobalizadores en todas las reuniones internacionales de alto nivel. En aquel entonces Castro recibió para ello dinero de Perón, a través de la embajada argentina en La Habana. Ahora es él quien paga, pero el enemigo sigue siendo obsesivamente el mismo: Estados Unidos.

Su mejor alumno, Hugo Chávez, consiguió el objetivo que le interesaba a su mentor: desbaratar cualquier posibilidad de acuerdo inmediato para un tratado de libre comercio en las Américas. Lo curioso es que lo logró en contra de sus pares de apariencia más izquierdista. En teoría, los miembros del Mercosur: Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, se oponen al ALCA, pero cada uno matiza la cuestión a su manera. El muy izquierdista, pero no por ello tonto, Tabaré Vázquez, presidente de Uruguay, se retiró antes que sus colegas, “ofuscado ante la obstinada postura de los países del Mercosur para aceptar la iniciativa de un bloque regional de libre comercio, o ALCA”, según Urgente 24, donde también se acota que su canciller, Reynaldo Gargano, “declaró que USA y su país firmarán un nuevo Tratado Bilateral de Inversión con enmiendas introducidas por el presidente Vázquez”.

Lula, por su parte, consiguió que Bush, una vez terminada la cumbre, viajara a Brasil para un encuentro bilateral sobre la candidatura de Brasil a formar parte del Consejo de Seguridad de la ONU, mientras su canciller, Celso Amorim, decía que “hay una excesiva ideologización del debate” y negaba que uno de los temas a discutir entre Lula y Bush fuese el modo de tratar a Chávez. El encuentro fue satisfactorio para ambas partes, como prueban las declaraciones posteriores de Bush.

Kirchner, entre tanto, ha jugado como de costumbre a la esquizofrenia: contra el ALCA, contra Bush, pero también pidiendo ayuda a Bush en sus negociaciones infinitas con el FMI. Sin éxito, todo hay que decirlo.

Para rubricar toda esta payasada y hundir, bien que momentáneamente, el ALCA, Fidel puso a Maradona en un tren VIP y en compañía del diputado peronista Miguel Bonasso, para que oficiase de guía de las masas espontáneamente lanzadas a las calles para emprenderla a molotoves y choriceos en escaparates rotos, con financiación previa y en nombre del pueblo, sea cual sea el sentido dado a esta palabra. También viajó a la Argentina el cantante Silvio Rodríguez, ese que habitualmente hace piña con nuestros revolucionarios Ana Belén y Víctor Manuel, para contribuir a la causa.

Estimulados por esos héroes futbolísticos y melódicos, y por el presidente Kirchner –sin cuya voluntad no se mueve absolutamente nada en el país, para eso tiene el control absoluto del aparato político peronista tras la derrota de Duhalde–, unos cuantos muchachos se pusieron a destrozar Macdonalds y agencias de telefonía móvil, una curiosa elección, si bien se piensa.

Cuando la gente se quejó, Kirchner dijo que no había que preocuparse por el vandalismo, que el Estado pagaría los daños: el Estado son los sufridos argentinos, que tendrán que abonar vía impuestos los sms de los jóvenes delincuentes. Pero es que se trata de una buena causa: han contribuido como pocos al mayor empobrecimiento de la nación.

Tras la deserción de Tabaré Vázquez y el aparte de Bush con Lula, Kirchner es el único auténtico compañero de viaje de Chávez. Lula y el presidente uruguayo saben bien que la incorporación de México al NAFTA multiplicó por cinco su comercio exterior, pero su enorme necesidad de dar satisfacción ideológica a sus votantes, a los que durante décadas machacaron con las culpas imperiales, les lleva a seguir acusando de la miseria de su gente al presidente de los Estados Unidos y al FMI.

En París, una vez más, con una espontaneidad parecida a la de los argentinos, las masas, también en nombre del pueblo, pusieron manos a la obra hace ya más de diez noches. También en este caso hay novedades de organización, pero no llevan el sello del viejo comunismo, sino el del nuevo islam. Las informaciones son vagas, y cada vez que algún miembro del Gobierno francés abre la boca para explicar algo miente con toda claridad: ni ellos mismos se creen una palabra de lo que dicen. No pueden, ellos tampoco, llamar las cosas por su nombre, el que le ha sido dado con toda precisión en Neopatria: la intifada de la banlieu. Porque eso y no otra cosa son los extraños “disturbios” de los que la televisión no puede dejar de hacerse eco, pero tampoco puede mostrar por entero.

Finalmente, en un increíble esfuerzo por comunicar algo sin comprometer nada parecido a una posición, un funcionario de la seguridad parisina dijo que los organizadores del movimiento, bien conocidos por la policía y en los juzgados, eran “jóvenes franceses de entre 14 y 25 años, de la segunda o tercera generación de inmigrantes magrebíes y subsaharianos”, pero calló acerca de su religión para que a ningún periodista se le ocurriera la obviedad de bautizar sus barrios con el nombre de Parisistán.

El Periódico de Catalunya, en el editorial de su edición del domingo 6 de noviembre, va un poco más allá y reclama una solución original para el problema: la representación parlamentaria específica de los inmigrantes magrebíes. Dice el texto, digno de la Fundación Atman:

“Jóvenes franceses, algunos hijos de inmigrantes y otros autóctonos, se han unido para convertir sus propios barrios en un campo de batalla. Expresan así la rabia frente a una sociedad que no cuenta con ellos y contra un ministro, Nicolás Sarkozy, que les trata de ‘gentuza’. Francia paga, con la fractura que ha estallado en estos suburbios cuyos jóvenes viven una crisis de oportunidades y de identidad, 30 años de segregación social, territorial y étnica. Un ejemplo: en la Asamblea Nacional no hay ningún diputado de origen magrebí”.

Pero, en el mismo diario, en un artículo de Carlos Elordi, se cita el editorial de Libération, en el que, mezcladas con la correspondiente retórica, aparecen estas afirmaciones:

“Quieren ‘replicar’ a los insultos del ministro, pero queman su colegio, o la guardería de su hermano, el autobús que usan sus padres o el coche del vecino. Denuncian que la policía los trate siempre como ‘presuntos culpables’, pero al permitir que algunos de sus amigos le tire piedras refuerzan las sospechas sistemáticas de las que son víctimas”.

Esos jóvenes franceses, que sostienen su organización a través de internet y que resultan inatrapables porque se comunican los movimientos de la policía por medio de teléfonos móviles, son pobres, viven en los suburbios y nadan en el ya bien conocido mar de la injusticia universal, de modo que al cabo de diez noches de intifada, con más de dos mil automóviles quemados, tiendas y centros comerciales arrasados, cerca de un centenar de policías heridos y no se sabe cuántas docenas de escuelas atacadas con mala baba pirómana y demoledora, el Gobierno ha decidido destinar 3.500 millones de euros a un fondo social para mejorar sus condiciones de vida.

No sé si en esa suma se cuenta la reconstrucción de las escuelas en las que no se integraron en dos ya largas generaciones, pero sí sé que una parte está destinada a resolver sus problemas de vivienda: la costumbre de regalar a los más bestias y menos productivos los pisos que a los ciudadanos corrientes les cuestan una vida de hipoteca ya no es sólo costumbre de las izquierdas en general, sino que empieza a serlo de algunos gobiernos de derechas como el de Monsieur Villepin.

Si Castro aprendió en su juventud a desbaratar reuniones políticas de alto nivel ensayando en Bogotá, estos jóvenes franceses, con la idea de ir a más en el futuro, que como decía Einstein llega muy pronto, encuentran inspiración en esos heroicos jóvenes palestinos que, en vez de levantarse contra los dirigentes que los mantienen en la miseria y la ignorancia, se levantan contra los dirigentes del país de al lado.

No sabemos cuál será la chispa que encienda en Madrid algo parecido a lo de París, un quítame allá esas pajas, pero convendría poner las barbas a remojar. No hay chispa en Berlín ni en Bruselas, y allí ya ha empezado. Zapatero es muy amigo de los cumbre/anticumbre de Mar del Plata, ama a Maradona y a Silvio Rodríguez –para eso es un rojo–, y su ministrín de interiores aboga por la europeidad de Marruecos, con lo que contribuye a la marroquización de Europa.

Vía Libertad Digital

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *